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– Es un abogado importante -siguió Jake-. Fue a Yale y procura que nadie lo olvide. Lleva una pegatina de Yale en el parabrisas. Camisetas de Yale cuando sale a correr. Celebra fiestas con alumnos de Yale. Entrevista a los solicitantes de Yale en su gran castillo. Su hijo es un colgado, pero ¿a qué no sabes qué universidad le ha aceptado?

Drew Van Dyne se agitó en el asiento.

– El mundo no es un campo de juego justo, Drew. Necesitas un empujón. O tienes que buscártelo. Tú, por ejemplo, querías ser una estrella del rock. Los chicos que lo consiguen, que venden millones de cedes y llenan grandes estadios, ¿crees que valen más que tú? No. La gran diferencia, tal vez la única diferencia, es que están dispuestos a aprovecharse de una situación. Han explotado algo. Y tú no. ¿Sabes cuál es el mayor tópico del mundo?

Drew veía que no había forma de pararlo. Pero le daba igual. Estaba hablando. A su manera le estaba revelando cosas. Drew empezaba a hacerse una idea de adonde quería ir a parar Jake.

– No, ¿cuál?

– Detrás de toda gran fortuna hay un gran delito.

Jake calló y se concentró en eso. Drew sintió que iba a escapársele la risa.

– Ves a alguien con mucha pasta -siguió Jake Wolf-, un Rockefeller, un Carnegie o uno de ésos. ¿Quieres saber cuál es la diferencia entre ellos y nosotros? Uno de sus bisabuelos estafó, robó o mató. Tenía pelotas, seguro. Pero comprendió que el campo de juego nunca es justo. Si quieres una oportunidad, tienes que buscártela. Después sueltas a las masas el rollo ese del trabajo duro partiéndote la espalda.

Drew Van Dyne recordó la llamada de advertencia: «No hagas estupideces. Todo está controlado».

– Ese Bolitar -dijo Drew-. Ya has hecho que tus amigos policías le metieran miedo. Ni se ha inmutado.

– No te preocupes por él.

– Eso no es un gran consuelo, Jake.

– Bien -dijo Jake-, recordemos de quién es la culpa.

– De tu hijo.

– ¡Eh! -Jake volvió a señalarlo con el dedo rechoncho-. Deja a Randy al margen.

Drew Van Dyne se encogió de hombros.

– Eres tú quien quería echarle la culpa a alguien.

– Va a ir a Dartmouth. Eso está hecho. Nadie, y mucho menos una furcia estúpida, lo echará a perder.

Drew respiró hondo.

– De todos modos, la cuestión sigue siendo: si Bolitar sigue investigando, ¿qué va a descubrir?

Jake Wolf le miró.

– Nada -dijo.

Drew Van Dyne sintió un cosquilleo en la base de la espina dorsal.

– ¿Cómo puedes estar tan seguro?

Wolf no dijo nada.

– ¿Jake?

– No te preocupes. Como he dicho, mi hijo está a punto de entrar en la universidad. Ha acabado con esto.

– También has dicho que detrás de toda gran fortuna hay un gran delito.

– ¿Y?

– Ella no significa nada para ti, ¿verdad, Jake?

– No se trata de ella, sino de Randy, de su futuro.

Jake Wolf se volvió hacia la ventana, hacia el castillo de su distinguido vecino. Drew reflexionó, dominó sus emociones. Miró a aquel hombre. Pensó en lo que le había dicho, en lo que significaba. Volvió a pensar en la llamada de advertencia.

– Jake.

– ¿Qué?

– ¿Sabías que Aimee Biel está embarazada?

La sala quedó en silencio. La música de fondo calló al final de la canción. Al empezar la siguiente, el ritmo había subido un punto, un viejo éxito de Supertramp. Jake Wolf volvió la cabeza despacio y miró por encima del hombro. Drew Van Dyne vio que la noticia había sido una sorpresa.

– Eso no cambia nada -dijo Jake.

– Puede que sí.

– ¿Por qué?

Drew Van Dyne metió la mano en la funda de la axila. Sacó la pistola y apuntó a Jake Wolf.

– Adivina.

42

El escaparate era de un salón de manicura llamado Nail-R-Us en una sección todavía no reformada de Queens. El edificio tenía un aspecto decrépito, como si al apoyarte en él fueras a provocar un derrumbamiento. La oxidación de la escalera de incendios era tan avanzada que parecía más probable el tétanos que la inhalación de humos. Todas las ventanas estaban tapadas con persianas gruesas o con planchas de madera. La estructura tenía cuatro pisos y ocupaba prácticamente toda la longitud de la manzana.

– La «R» del rótulo está tachada -dijo Myron a Win.

– Es intencionado.

– ¿Por qué?

Win le miró esperando que lo dedujera solo. Nail-R-Us se había convertido en Nail Us. *

– Oh -dijo Myron-. Qué monos.

– Tienen dos guardias armados apostados en ventanas -dijo Win.

– Deben de hacer unas manicuras terribles.

Win frunció el ceño.

– Además, los dos guardias no han ocupado su puesto hasta que tu señora Rochester y su novio han vuelto.

– Le tienen miedo a su padre -dijo Myron.

– Una deducción lógica.

– ¿Sabes algo de este sitio?

– La clientela está por debajo de mi nivel de experiencia. -Win señaló con la cabeza detrás de Myron-. Pero no de la de ella.

Myron se giró. El sol poniente estaba tapado como si hubiera un eclipse. Big Cyndi caminaba sin prisas hacia ellos. Iba vestida de arriba abajo en Lycra blanca muy ajustada, sin ropa interior. Desgraciadamente, eso saltaba a la vista. En una modelo de diecisiete años, un chándal de Lycra es arriesgado. En una mujer de cuarenta que pesaba más de ciento veinte kilos… Bueno, se necesitaban agallas, muchas, todas ellas a la vista, para el disfrute general. Todo el mundo soltaba risitas al pasar por su lado; varias partes de su cuerpo parecían tener vida propia y moverse por su cuenta, como bichos atrapados en un globo retorciéndose por encontrar una salida.

Big Cyndi besó a Win en la mejilla. Después se volvió y dijo:

– Hola, señor Bolitar.

Le abrazó, rodeándole con sus brazos, una sensación no muy diferente a verse envuelto en material aislante húmedo.

– Hola, Big Cyndi -dijo Myron cuando le soltó-. Gracias por venir tan de prisa.

– Cuando me llama, señor Bolitar, yo corro.

Su cara seguía plácida. Myron nunca sabía si Big Cyndi le tomaba el pelo o no.

– ¿Conoces este lugar? -preguntó.

– Oh, sí.

Ella suspiró. Los alces empezaron a aparearse en un radio de cincuenta kilómetros. Big Cyndi llevaba siempre pintalabios blanco, como salida de un documental de Elvis. Su maquillaje chispeaba. Sus uñas eran de un color que una vez le había dicho que se llamaba Pinot Noir. En sus tiempos, Big Cyndi había sido la mala de la lucha profesional. Se ajustaba al papel. Para los que nunca han visto lucha profesional, es sólo un juego moral que enfrenta al bueno y al malo. Durante años, Big Cyndi había sido una mala «señora de la guerra» denominada Volcán Humano. Entonces, una noche, tras una lucha especialmente reñida, Big Cyndi había «herido» a la encantadora y menuda Esperanza «Little Pocahontas» Díaz con una silla, tan gravemente que acudió una falsa ambulancia y le puso un collarín y toda la parafernalia, mientras una multitud furiosa de admiradores esperaba fuera del recinto.

Cuando Big Cyndi salió al acabar, la multitud la atacó.

Podrían haberla matado. Estaban borrachos y excitados y no muy metidos en la ecuación realidad-frente-a-ficción que funciona en ese ramo. Big Cyndi intentó correr, pero no había escape. Se defendió con todas sus fuerzas, pero había mucha gente esperando su sangre. Le golpearon con una cámara, con un bastón, con una bota. La acorralaron. Big Cyndi cayó. La pisotearon.

En vista de la violencia, Esperanza intentó intervenir. La multitud no le hizo ni caso. Ni su luchadora favorita podía detener el deseo de sangre. Y entonces Esperanza hizo algo realmente inspirado.

Saltó sobre un coche y «reveló» que Big Cyndi sólo había fingido ser la mala para introducirse. La multitud casi se detuvo. Entonces, Esperanza anunció que en realidad Big Cyndi era la hermana perdida desde hacía tiempo de Little Pocahontas, Big Chief Mama, un apodo bastante soso, pero vaya, se lo iba inventando sobre la marcha. Little Pocahontas y su hermana se habían reencontrado y a partir de ahora serían compañeras de equipo.

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* Nail-R-Us, significa «Nosotros somos uñas», pero Nail Us significa «atrápanos». (N. de la T.)