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Cuatro contra uno en un espacio pequeño. Estabas listo.

Myron vio a un hombre de pie un poco más adelantado que los demás. Tenía el cabello oscuro y se ajustaba más o menos a la descripción del novio de Katie Rochester que le habían dado Win y Edna Skylar. Myron le miró a los ojos y le sostuvo la mirada.

Y dijo:

– ¿Eres estúpido?

El hombre de cabello oscuro frunció el ceño, sorprendido e insultado.

– ¿Hablas conmigo?

– Si digo: «Sí, hablo contigo», no me salgas con otro «No deberías hablar conmigo». Porque francamente nadie tiene tiempo para tonterías.

El hombre moreno sonrió.

– Has olvidado una opción a la entrada.

– ¿Cuál?

– Opción tres. -Levantó tres dedos por si Myron no sabía lo que significaba «tres»-. Nos aseguraremos de que no puedas hablar con su padre.

Sonrió. Los otros también.

Myron abrió los brazos y preguntó:

– ¿Cómo?

El hombre volvió a fruncir el ceño.

– ¿Qué?

– ¿Cómo os aseguraréis de que no se lo digo? -Myron miró a su alrededor-. Me vais a retener, ¿es ése el plan? ¿Y luego qué? La única forma de hacerme callar sería matarme. ¿Estáis dispuestos a llegar tan lejos? ¿Y mi preciosa compañera de la entrada? ¿También la vais a matar a ella? ¿Y a los que esperan fuera? -Podía exagerar un poco con el plural-. ¿También los vais a matar? ¿O vuestro plan es atizarme y darme una lección? Si es así, uno, no soy un buen alumno. Al menos en esto. Y dos, os estoy mirando y memorizando vuestras caras, y si me atacáis, aseguraos de que me matáis porque si no, volveré a por vosotros, de noche, cuando durmáis, y os ataré, echaré queroseno en vuestra entrepierna y le prenderé fuego.

Myron Bolitar, Maestro del Melodrama. Pero mantuvo los ojos firmes y observó cuidadosamente sus rostros, uno por uno.

– Bien -dijo Myron-, ¿es ésa vuestra opción número tres?

Uno de los hombres se agitó un poco. Una buena señal. Otro echó una mirada de soslayo al de al lado. El hombre de cabello oscuro tenía algo parecido a una sonrisa en la cara. Alguien llamó a una puerta del otro lado de la habitación. El hombre de cabello oscuro la abrió un poco, habló con alguien, la cerró y se volvió a mirar a Myron.

– Eres bueno -dijo.

Myron no contestó.

– Sígueme.

Abrió la puerta y le indicó con la mano que pasara. Myron entró en una sala con las paredes rojas, cubiertas de fotografías pornográficas y pósteres de películas de serie xxx. Había un sofá de piel negra, dos sillas plegables y una lámpara. Y sentada en el sofá, con expresión aterrorizada pero sana y salva, Katie Rochester.

43

Edna Skylar estaba en lo cierto, pensó Myron. Katie Rochester parecía mayor y más madura. Tenía un cigarrillo en la mano, pero estaba apagado.

El hombre de cabello oscuro le tendió una mano.

– Soy Rufus.

– Myron.

Se estrecharon la mano. Rufus se sentó en el sofá junto a Katie. Le quitó el cigarrillo de la mano.

– No puedes fumar en tu estado, cariño -dijo.

Se puso el cigarrillo entre los labios, lo encendió, apoyó los pies en la mesita y soltó una buena bocanada de humo.

Myron permaneció de pie.

– ¿Cómo me ha encontrado? -preguntó Katie Rochester.

– No es importante.

– La mujer que me reconoció en el metro ha hablado, ¿no?

Myron no contestó.

– Maldita sea. -Katie meneó la cabeza y puso una mano en el muslo de Rufus-. Ahora tendremos que buscar otro sitio.

– Cómo -exclamó Myron, señalando un póster de una mujer desnuda con las piernas abiertas-, ¿y dejar este entorno?

– No tiene gracia -dijo Rufus-. Esto es culpa tuya.

– Necesito saber dónde está Aimee Biel.

– Se lo he dicho por teléfono -dijo ella-. No lo sé.

– ¿Eres consciente de que también ha desaparecido?

– Yo no he desaparecido. He huido. Fue una decisión propia.

– Estás embarazada.

– Es verdad.

– Aimee Biel también.

– ¿Y qué?

– Que las dos estáis embarazadas, sois del mismo instituto, huisteis o desaparecisteis…

– Hay un millón de chicas embarazadas que escapan.

– ¿Todas utilizan el mismo cajero?

Katie Rochester se incorporó un poco.

– ¿Qué?

– Antes de escapar, fuiste a un cajero.

– Fui a un montón de cajeros -dijo ella-. Necesitaba dinero.

– ¿Por qué? ¿Es que Rufus no puede mantenerte?

– Vete al infierno -dijo Rufus.

– Era mi dinero -dijo Katie.

– No se puede decir que hayas llegado muy lejos.

– Eso no le importa. Nada de esto es asunto suyo.

– El último cajero al que fuiste era un Citibank de la Calle 52.

– ¿Y qué?

Katie Rochester parecía cada vez más joven y más petulante.

– Que el último cajero al que fue Aimee Biel antes de desaparecer fue el mismo Citibank de la Calle 52.

Katie parecía sinceramente despistada. No era fingido. No lo sabía. Poco a poco volvió la cabeza para mirar a Rufus. Entornó un poco los ojos.

– Eh -dijo Rufus-. A mí no me mires.

– Rufus ¿tú la…?

– ¿Yo qué?

Rufus tiró el cigarrillo al suelo y lo aplastó con el pie. Levantó una mano como si fuera a atizarle un revés. Myron se colocó entre ellos. Rufus frenó, sonrió y levantó las palmas de las manos fingiendo rendición.

– No pasa nada, cielo.

– ¿Qué ibas a decir? -preguntó Myron.

Rufus miró a Katie.

– Nada, se acabó. Lo siento, cielo. Sabes que nunca te pegaría, ¿eh?

Katie no dijo nada. Myron intentó interpretar su cara. No estaba acobardada, pero había algo, lo mismo que había visto en su madre. Se inclinó a su nivel.

– ¿Quieres que te saque de aquí? -preguntó.

– ¿Qué? -Katie levantó la cabeza de golpe-. No, por supuesto que no. Nos queremos.

Myron la miró, buscando señales de ansiedad. No vio ninguna.

– Vamos a tener un hijo -dijo.

– ¿Por qué has mirado a Rufus de esa manera cuando he mencionado el cajero?

– Ha sido una estupidez. Olvídelo.

– Dímelo de todos modos.

– He pensado… pero me equivocaba.

– ¿Qué has pensado?

Rufus volvió a apoyar los pies en la mesita y los cruzó.

– No pasa nada, cielo. Díselo.

Katie Rochester mantuvo los ojos bajos.

– Ha sido sólo una reacción, ¿sabe?

– ¿Una reacción por qué?

– Rufus estaba conmigo. Sólo eso. Fue idea suya usar ese último cajero. Pensó que al estar en el centro y eso, sería más difícil relacionarnos con un lugar como éste.

Rufus arqueó una ceja, orgulloso de su ingenuidad.

– Pero Rufus tiene a muchas chicas trabajando para él. Las lleva al mismo cajero y les hace retirar el dinero. Tiene uno de los clubes de aquí, un local llamado Barely Legal. * Es para hombres que quieren chicas…

– Creo que puedo deducir lo que quieren. Siga.

– Legal -dijo Rufus, levantando un dedo-. Se llama Barely Legal. La palabra clave es legal. Todas las chicas tienen más de dieciocho años.

– Estoy seguro de que tu madre es la envidia de su grupo de lectura, Rufus. -Myron volvió a mirar a Katie-. Así que pensaste ¿qué?

– No pensé. Ya se lo he dicho: he reaccionado.

Rufus bajó los pies y se sentó.

– O sea que ha pensado que esa Aimee podría ser una de mis chicas. No lo es. Mire, ésa es la mentira que vendo. Los hombres creen que esas chicas se escapan de sus granjas o de sus hogares en los suburbios y vienen a la gran ciudad a ser, no sé, actrices o bailarinas, o lo que sea, y como no lo consiguen, acaban rodando películas porno. Les vendo esta fantasía. Quiero que los hombres crean que se llevan a la hija de un granjero, si eso les pone. Pero la verdad es que sólo son tiradas de la calle. Las más afortunadas ruedan porno -señaló un póster de una película- y las más feas trabajan en las habitaciones. Así de sencillo.

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* Apenas Legal. (N. de la T.)