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Lo puedes expresar con todo el lenguaje psicológico de la civilización moderna -toda la basura sobre la fortaleza interior y que la violencia nunca soluciona nada- pero todo eso no era más que racionalización. Vives engañado, al menos una temporada, pero llega un momento de crisis, una crisis como ésta, y te das cuenta de lo que eres en realidad, que los trajes caros y los coches espectaculares y los pantalones planchados no te convierten en nada.

No eres un hombre.

Aun así, incluso con los endebles como Erik, no se traspasa un cierto punto. Si lo cruzas, ya no vuelves atrás. Tiene que ver con los hijos. Un hombre protege a su familia a toda costa. No importa el sacrificio.

Aceptarás cualquier golpe. Irás a los confines de la tierra y lo arriesgarás todo por evitarles un peligro. No retrocedes. Nunca. Hasta tu último aliento.

Se habían llevado a su niña. Eso no lo dejas pasar. Erik Biel cogió el arma. Había sido de su padre, una Ruger.22. Era una pistola antigua. Seguramente no se había disparado en treinta años. Erik la había llevado a una armería esa mañana. Había comprado munición y otros artículos que podía necesitar. El dependiente la había limpiado y la probó haciendo muecas de disgusto ante el lastimoso hombrecillo que ni siquiera sabía cómo se cargaba y se utilizaba la maldita pistola.

Pero ya estaba cargada.

Erik Biel oyó a su esposa hablar con Myron preguntándose qué era lo que podían hacer a continuación. Drew Van Dyne, les había oído decir, no estaba en casa. Habían hablado de Harry Davis. Erik sonrió. En eso les llevaba ventaja. Había bloqueado el identificador de llamadas y había marcado el número del profesor fingiendo ser inversor. Davis se había puesto al teléfono y había dicho que no estaba interesado.

Eso había sido hacía media hora.

Erik fue hacia su coche. Llevaba la pistola metida en el cinturón.

– ¡Erik! ¿Adónde vas?

No le contestó. Myron Bolitar se había encontrado con Harry Davis en el instituto. El profesor no le había dicho nada. Pero, de un modo u otro, estaba totalmente seguro de que hablaría con Erik Biel.

Myron oyó decir a Claire:

– ¡Erik! ¿Adónde vas?

Su teléfono hizo un clic.

– Claire, me llaman por la otra línea. Ya te llamaré.

Myron descolgó la otra línea.

– ¿Es usted Myron Bolitar?

La voz le sonaba.

– Sí.

– Soy el detective Lance Banner del Departamento de Policía de Livingston. Nos conocimos ayer.

¿Había sido ayer, sólo?

– Por supuesto, detective, ¿qué puedo hacer por usted?

– ¿Está muy lejos del St. Barnabas Hospital?

– A unos quince o veinte minutos. ¿Por qué?

– Acaban de ingresar a Joan Rochester en cirugía.

47

Myron aceleró y llegó al hospital en diez minutos. Lance Banner le estaba esperando.

– ¿Sigue Joan Rochester en cirugía?

– ¿Qué ha pasado?

– ¿Quiere la versión de él o la de ella?

– Ambas.

– Dominick Rochester dice que se cayó por la escalera. Ya habían estado aquí. Se cae mucho por la escalera, usted ya me entiende.

– Le entiendo. Pero ha dicho que ella también tenía una versión.

– Sí. Hasta ahora confirmaba siempre la de él.

– ¿Y esta vez?

– Ha dicho que él le había pegado -dijo Banner-. Y que quiere denunciarle.

– Eso le habrá asombrado. ¿Está muy mal?

– Muy mal -dijo Banner-. Varias costillas rotas, un brazo también. Debe de haberle pateado los riñones, porque el médico está pensando en extirparle uno.

– Por Dios.

– Pero claro, ni una marca en la cara. El tipo es bueno.

– Es cuestión de práctica -dijo Myron-. ¿Está aquí?

– ¿El marido? Sí. Pero lo hemos arrestado.

– ¿Por cuánto tiempo?

Lance Banner se encogió de hombros.

– Ya sabe la respuesta.

En resumen: no mucho.

– ¿Por qué me ha llamado? -preguntó Myron.

– Joan Rochester estaba consciente al ingresar. Quería avisarle. Ha dicho que tuviera cuidado.

– ¿Qué más?

– Sólo eso. Es un milagro que haya dicho algo.

Rabia y culpa lo consumían en la misma medida. Había pensado que Joan Rochester podía manejar a su esposo. Vivía con él. Había tomado sus propias decisiones. Caramba, ¿cuál sería su próxima justificación para no ayudarla? ¿Que ella se lo había buscado?

– ¿Quiere contarme cómo se ha involucrado en la vida de los Rochester? -preguntó Banner.

– Aimee Biel no es una fugitiva. Está en apuros.

Lo puso al día lo más rápidamente posible. Cuando acabó, Lance Banner dijo:

– Emitiremos una orden de arresto contra Drew Van Dyne.

– ¿Y Jake Wolf?

– No estoy seguro de su papel en esto.

– ¿Conoce a su hijo?

– ¿Se refiere a Randy? -Lance Banner se encogió de hombros demasiado despreocupadamente-. Es el quarterback del instituto.

– ¿Se ha metido en líos Randy alguna vez?

– ¿Por qué lo pregunta?

– Porque me han dicho que su padre sobornó a la policía para evitar un cargo de drogas a su hijo -dijo Myron-. ¿Algún comentario?

Los ojos de Banner se oscurecieron.

– ¿Quién se ha creído que es?

– Ahórrese la indignación, Lance. Dos de sus hombres me intimidaron por orden de Jake Wolf. Me impidieron hablar con Randy. Uno me dio un puñetazo en el estómago estando esposado.

– Eso es una estupidez.

Myron le sostuvo la mirada.

– ¿Qué agentes? -exigió Banner-. Quiero nombres, maldita sea.

– Uno era de mi altura, flacucho. El otro llevaba un bigotazo y se parecía a Jon Oates de Hall y Oates.

Una sombra cruzó la cara de Lance, aunque intentó disimularlo.

– Sabe de quién hablo.

Banner intentó aguantar el tipo y habló entre dientes:

– Cuénteme exactamente qué pasó.

– No tenemos tiempo. Sólo dígame cuál fue el trato por lo del chico de Wolf.

– No se sobornó a nadie.

Myron esperó. Una mujer en silla de ruedas se dirigió hacia allí. Banner se apartó y la dejó pasar. Se frotó la cara con una mano.

– Hace seis meses un profesor dijo que había pillado a Randy Wolf vendiendo hierba. Registró al chico y le encontró dos bolsas. Nada, una minucia.

– ¿Quién era el profesor? -preguntó Myron.

– Nos pidió que mantuviéramos su anonimato.

– ¿Era Harry Davis?

Lance Banner no asintió, pero fue como si lo hiciera.

– ¿Qué pasó?

– El profesor nos llamó. Le mandé dos hombres, Hildebrand y Peterson. Ellos… encajan con su descripción. Randy Wolf afirmó que era una trampa.

Myron frunció el ceño.

– ¿Y sus hombres se lo tragaron?

– No. Pero el caso era débil. La constitucionalidad del registro era cuestionable. La cantidad era ínfima. Y Randy Wolf era un buen chico sin antecedentes ni nada.

– No querían que se viera metido en un lío -dijo Myron.

– Nadie lo quería.

– Dígame, Lance, de haber sido un negro de Newark robando en el Livingston High, ¿habría pensado igual?

– No empiece con esas idioteces hipotéticas. Teníamos un caso débil y entonces, al día siguiente, Harry Davis le dice a mis agentes que no testificará. Así sin más. Se echa atrás. O sea que se acabó. Mis hombres no tenían alternativa.