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– Vaya, qué oportuno -dijo Myron-. Dígame: ¿el equipo de fútbol hizo una buena temporada?

– Era un caso sin importancia. El chico tenía un buen futuro. Va a ir a Dartmouth.

– No cesan de decírmelo -dijo Myron-. Pero empiezo a dudar que suceda.

Entonces una voz gritó:

– ¡Bolitar!

Myron se volvió. Dominick Rochester estaba de pie al final del pasillo. Tenía las manos esposadas, la cara roja. Dos agentes le escoltaban, uno a cada lado. Myron fue hacia él. Lance Banner trotó detrás, advirtiéndole en voz baja:

– Myron…

– No le haré nada, Lance. Sólo quiero hablar con él.

Paró a medio metro. Los ojos negros de Dominick Rochester ardían.

– ¿Dónde está mi hija?

– ¿Está orgulloso, Dominick?

– Usted -dijo Rochester- sabe algo de Katie.

– ¿Se lo ha dicho su esposa?

– No. -Sonrió. Fue una de las visiones más espeluznantes que había visto Myron-. De hecho, todo lo contrario.

– ¿Qué dice?

Dominick se acercó a él y susurró:

– Por mucho que le hiciera, por mucho que sufriera, mi amada esposa no ha hablado. Por eso estoy seguro de que sabe algo. No porque haya hablado, sino porque por mucho que la haya martirizado, no ha hablado.

Myron estaba de nuevo en el coche cuando le llamó Erin Wilder.

– Sé dónde está Randy Wolf.

– ¿Dónde?

– Se celebra una fiesta de los de último curso en casa de Sam Harlow.

– ¿Celebran una fiesta? ¿No están preocupados?

– Todos creen que Aimee se ha escapado -dijo Erin-. Algunos la han visto esta noche en la red, y ahora están aún más seguros.

– Un momento, si están en una fiesta, ¿cómo la han visto?

– Tienen BlackBerrys. Pueden conectarse a través del móvil.

Tecnología, pensó Myron. Mantener a la gente unida aunque estuvieran lejos. Erin le dio la dirección. Myron conocía la zona. Colgó y se puso en marcha. El trayecto no fue largo.

Había muchos coches aparcados en la calle de los Harlow. Se había montado una gran carpa en el jardín de atrás. Era una gran fiesta con invitaciones, no unos cuantos chicos que se juntan con cuatro cervezas. Myron aparcó y entró en el jardín.

Había algunos padres, de carabina, probablemente. Eso se lo pondría más difícil. Pero no tenía tiempo de preocuparse por ello. La policía podía estar haciendo algo, pero no estaba muy interesada en ver el panorama general. Myron empezaba a verlo, empezaba a enfocarlo. Randy Wolf era una de las claves.

Los festejos eran por separado. Los padres estaban reunidos en el porche de la casa bajo una luz tenue. Se reían y bebían cerveza de barril. Los hombres llevaban bermudas, mocasines y fumaban puros. Las mujeres lucían faldas alegres de Lilly Pulitzer y chanclas.

Los chicos estaban en la otra punta de la carpa, lo más lejos posible de la supervisión de los mayores. La pista de baile estaba vacía. El DJ puso una canción de los Killers que hablaba de su novia que parecía un novio que tenía otro en febrero. Myron se dirigió directamente hacia Randy y le puso una mano en el hombro.

Randy se la sacudió de encima.

– Apártese de mí.

– Tenemos que hablar.

– Mi padre ha dicho…

– Ya sé lo que dice tu padre. Hablaremos de todos modos.

A Randy Wolf le acompañaban seis chicos. Algunos eran enormes. El quarterback y su línea ofensiva, se imaginó Myron.

– ¿Este cara de culo te molesta, Pharm?

El que lo dijo era un armario. Sonrió a Myron. El chico tenía el cabello rubios y en punta, pero lo primero que veías, lo que no podías evitar notar era que iba sin camisa. Aquello era una fiesta. Había chicas, ponche, música y baile, e incluso padres. Pero ese chico no llevaba camisa.

Randy no dijo nada.

Descamisado llevaba tatuajes de alambres en los abotargados bíceps. Myron frunció el ceño. Los tatuajes no podían haber sido más de imitación de haber llevado la palabra «imitación» grabada. El chico era un tocho, pero un tocho de carne. Su torso era liso como si alguien lo hubiera pulido con una lija. Se agitaba. Tenía la frente abombada, y los ojos, rojos, indicando que al menos algo de la cerveza había hallado camino hasta los menores de edad. Llevaba pantalones de media caña que podrían haber sido capris, aunque Myron no sabía si los chicos los llevaban o no.

– ¿Qué estás mirando, cara de culo?

– Absolutamente, y lo digo muy sinceramente, absolutamente nada -dijo Myron.

Hubo varios jadeos entre los reunidos. Uno de ellos dijo:

– Ay, ay ay, que este viejales se va a llevar una paliza.

Otro dijo:

– ¡Venga, Crush!

Descamisado alias Crush puso su mejor cara de tipo duro.

– Pharm no hablará contigo, ¿te enteras, cara de culo?

Eso hizo reír a sus amigos.

– Cara de culo -repitió Myron-. Es incluso más divertido la tercera vez que lo has dicho. -Dio un paso hacia el chico. Crush no se movió-. Esto no es asunto tuyo.

– Yo haré que sea asunto mío.

Myron esperó y después dijo:

– ¿No querrás decir «Yo haré que sea asunto mío, cara de culo»? Hubo más jadeos. Otro de ellos terció:

– Oh, señor, lárguese mientras pueda. Nadie se hace el gracioso con Crush.

Myron miró a Randy.

– Tenemos que hablar ahora mismo, antes de que el asunto se nos escape de las manos.

Crush sonrió, flexionó los pectorales y dio un paso.

– Ya se nos ha escapado.

Myron no quería reducir a un chico, y menos con los padres cerca. Sólo le acarrearía más problemas.

– No quiero líos -dijo Myron.

– Ya los tienes, cara de culo.

Algunos lo vitorearon. Crush dobló los brazos enormes sobre el pecho. Una estupidez. Myron tenía que liquidar aquello lo más rápidamente posible, antes de que los padres se fijaran en ellos. Pero los amigos de Crush estaban mirando. Crush era el chico duro titular. No podía ignorarlo.

Los brazos doblados en el pecho. Qué macho. Qué tonto.

Myron se movió. Cuando quieres reducir a alguien con el mínimo de jaleo o ruido, esta técnica es una de las más eficaces. La mano de Myron empezó en un costado, el punto natural de descanso. Ésa era la clave. No giras la muñeca, no echas atrás el brazo, no te agitas ni formas un puño. La distancia más pequeña entre dos puntos es la línea recta. Eso se recuerda. Utilizando la velocidad natural de la mano y el elemento sorpresa, Myron lanzó la suya en línea recta desde el punto de descanso próximo a su cadera hasta la garganta de Crush.

No le golpeó con fuerza. Utilizó el golpe de cuchillo por debajo del meñique y localizó el punto débil de la garganta. Pocos puntos del cuerpo humano son tan vulnerables. Si golpeas a alguien en la garganta, le duele. Le haces jadear, toser y quedarse paralizado. Pero debes saber lo que haces. Si golpeas con demasiada fuerza, puedes hacer mucho daño. Myron disparó la mano y golpeó como una cobra.

Los ojos se le salieron a Crush de las órbitas. Un sonido ahogado brotó de su garganta. Casi como quien no quiere la cosa, Myron le dio en las piernas con el empeine. Crush cayó. Myron no esperó. Cogió a Randy del cuello y lo apartó a rastras. Si alguno de los chicos hacía un movimiento, Myron lo intimidaba con una mirada al tiempo que arrastraba a Randy hacia el jardín vecino.

– ¡Au! ¡Suélteme! -gritó Randy.

A la mierda. Randy tenía dieciocho años, era mayor de edad. No había razón para ser amable con él porque fuera menor. Lo llevó detrás de un garaje dos casas más abajo. Cuando le soltó, Randy se frotó la nuca.

– ¿Se puede saber qué le pasa?

– Aimee está en apuros, Randy.

– Se largó. Eso dicen todos. Esta noche algunos han hablado con ella por Internet.

– ¿Por qué rompisteis?

– ¿Qué?

– He dicho…

– Le he oído. -Randy pensó y después se encogió de hombros-. Se acabó y ya está. Los dos vamos a la universidad. Había llegado la hora de cambiar.

– La semana pasada fuisteis juntos a la fiesta de promoción.