Выбрать главу

– Sí, ¿y qué? Llevábamos un año planeándola. El esmoquin, el vestido, habíamos alquilado una limusina con unos amigos. Toda la pandilla. No queríamos fastidiar a nadie. Así que fuimos juntos.

– ¿Por qué rompisteis, Randy?

– Acabo de decírselo.

– ¿Descubrió Aimee que traficabas con drogas?

Randy sonrió. Era un chico guapo y tenía una sonrisa condenadamente bonita.

– Según usted me paseo por Harlem y engancho a los chicos a la heroína.

– Tendría un debate moral contigo, Randy, pero el tiempo apremia.

– Claro que Aimee lo sabía. Ella también había tomado en más de una ocasión. No es para tanto. Sólo suministraba a unos pocos amigos.

– ¿Uno de esos amigos era Katie Rochester?

Él se encogió de hombros.

– Me pidió varias veces y la ayudé.

– De nuevo, Randy, ¿por qué rompisteis Aimee y tú?

Él se encogió de hombros y su tono se hizo más calmado.

– Debería preguntárselo a ella.

– ¿Fue ella quien rompió?

– Aimee cambió.

– ¿Cómo cambió?

– ¿Por qué no se lo pregunta a su viejo?

Myron reaccionó.

– ¿Erik? -Frunció el ceño-. ¿Qué tiene que ver él?

El chico no dijo nada.

– Randy…

– Aimee se enteró de que su padre tenía una aventura. -Se encogió de hombros-. Eso la hizo cambiar.

– ¿Cambiar cómo?

– No lo sé. Era como si quisiera hacer cualquier cosa por fastidiarle. Yo le caía bien a su padre. Así que, de repente -otro encogimiento de hombros-, ya no le caía bien a ella.

Myron pensó en ello. Recordó lo que había dicho Erik la noche anterior en el callejón. Coincidía.

– Ella me gustaba -siguió Randy-. No sabe hasta qué punto. Intenté que volviera conmigo, pero eso se volvió contra mí. Ahora lo he superado. Aimee ya no forma parte de mi vida.

Myron oyó que se acercaba alguien. Fue a coger a Randy por el cuello otra vez, para alejarlo más, pero el otro se deshizo.

– ¡Estoy bien! -gritó a sus amigos-. Sólo estamos hablando.

Randy se volvió hacia Myron. De repente tenía los ojos claros.

– Adelante. ¿Qué más quiere saber?

– Tu padre dijo que Aimee era una fresca.

– Sí.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué cree usted?

– ¿Empezó a salir con otro?

Randy asintió.

– ¿Era Drew Van Dyne?

– Ahora ya no importa.

– Sí importa.

– No, la verdad es que no. Con el debido respeto, nada de esto importa. Mire, el instituto se acabó. Yo iré a Dartmouth y Aimee a Duke. Mi madre me argumentó que el instituto no era lo importante. Los que son felices en el instituto acaban siendo los más desgraciados luego. Yo tengo suerte, lo sé. Y sé que no durará a menos que dé el siguiente paso. Pensé… Lo hablamos. Aimee lo veía como yo. Lo importante era dar el siguiente paso. Y al final los dos tenemos lo que queríamos. A los dos nos han aceptado nuestra primera elección.

– Está en peligro, Randy.

– No puedo ayudarle.

– Y está embarazada.

El chico cerró los ojos.

– Randy.

– No sé donde está.

– Has dicho que intentaste que volviera contigo, pero que eso se volvió en tu contra. ¿Qué hiciste, Randy?

Meneó la cabeza. No lo diría. Pero Myron tenía una idea. Le dio su tarjeta.

– Si se te ocurre algo…

– Sí.

Randy se giró y volvió a la fiesta. Todavía sonaba la música. Los padres no paraban de reír.

Y Aimee seguía en apuros.

48

Cuando Myron volvió a su coche, Claire le estaba esperando.

– Es Erik -dijo.

– ¿Qué le pasa?

– Se ha marchado de casa corriendo. Con la vieja pistola de su padre.

– ¿Le has llamado al móvil?

– No contesta -dijo Claire.

– ¿No tienes ni idea de dónde ha ido?

– Hace unos años representé a una empresa llamada Know Where -dijo Claire-. ¿Te enteraste?

– No.

– Son como OnStar o Lojack. Ponen un GPS en tu coche para casos de urgencia y cosas así. El caso es que nos hicimos instalar uno en cada coche. Llamé al dueño a su casa y le supliqué que le localizara.

– ¿Y?

– Erik está aparcado frente a la casa de Harry Davis.

– Dios mío.

Myron entró en el coche. Claire subió al asiento del pasajero. Él quería negarse, pero no tenía tiempo.

– Llama a la casa de Harry Davis -dijo.

– Ya lo he probado -dijo Claire-. No contestan.

El coche de Erik estaba aparcado justo enfrente de la casa de Davis. Si quería disimular su llegada, no lo había hecho muy bien.

Myron paró el coche. Sacó su arma.

– ¿Para qué la quieres? -preguntó Claire.

– Quédate aquí.

– Te he preguntado…

– Ahora no, Claire. Quédate aquí. Te llamaré si te necesito.

Su voz no dejaba lugar a discusiones y, por una vez, Claire obedeció. Myron cogió el sendero agachándose un poco. La puerta principal estaba entornada. A Myron no le gustó. Se agachó más y escuchó.

Se oían ruidos, pero no distinguía lo que era.

Utilizando el cañón de la pistola, empujó la puerta y la abrió. No había nadie en el recibidor. Los ruidos llegaban de la izquierda. Myron entró a gatas. Dobló la esquina y allí, en el suelo, había una mujer que dedujo que era la señora Davis.

Estaba amordazada, con las manos atadas a la espalda. Tenía los ojos muy abiertos de miedo. Myron se llevó un dedo a los labios. Ella miró hacia la derecha, después a Myron y otra vez hacia la derecha.

Oyó más ruidos.

Había más gente en la habitación. A la derecha de ella.

Myron pensó en lo que haría a continuación. No sabía si retroceder y llamar a la policía. Podían rodear la casa y convencer a Erik para que se entregara. Pero ¿y si era demasiado tarde?

Oyó un bofetón. Alguien gritó. La señora Davis cerró los ojos con fuerza.

No podía elegir. La verdad es que no podía. Myron tenía la pistola a mano. Estaba a punto de saltar y apuntar en la dirección que indicaba la señora Davis. Dobló las piernas y después se detuvo.

¿Era lo más prudente abalanzarse con una pistola?

Erik estaba armado. Podía reaccionar rindiéndose, por supuesto, pero también disparando presa del pánico. La posibilidad a medias.

Myron intentó otra cosa.

– Erik.

Silencio.

– Erik, soy yo, Myron -insistió.

– Entra, Myron.

La voz era tranquila, casi un canturreo. Myron fue hacia el centro de la habitación. Erik estaba de pie con un arma en la mano. Llevaba una camisa de vestir sin corbata, con manchas de sangre en la parte delantera.

Sonrió al ver a Myron.

– El señor Davis ya está dispuesto a hablar.

– Baja el arma, Erik.

– No creo.

– He dicho…

– ¿Qué? ¿Vas a dispararme?

– Nadie va a disparar. Pero baja el arma.

Erik meneó la cabeza. Mantenía la sonrisa.

– Entra, entra, por favor.

Myron entró en la habitación con el arma todavía en la mano. Harry Davis estaba dándole la espalda a Myron, sujeto a una silla con abrazaderas de plástico en las muñecas. La cabeza le caía sobre el cuello, con la barbilla baja.

Myron le dio la vuelta y se paró a mirar.

– Oh, no.

Davis había sido golpeado. Tenía sangre en la cara. Le había caído un diente al suelo. Myron se volvió hacia Erik. La actitud de éste era diferente. No estaba tan tenso como de costumbre. No parecía nervioso ni alterado. De hecho, Myron no le había visto nunca tan relajado.

– Necesita un médico -dijo Myron.

– Está perfectamente.

Myron miró a Erik a los ojos. Eran dos estanques en calma.

– Éste no es el camino, Erik.

– Claro que lo es.

– Escúchame…

– No lo creo. Tú eres bueno en esto, Myron, no lo dudo, y sigues las reglas, un cierto código. Pero cuando tu hija está en peligro, esos detalles carecen de importancia.

Myron pensó en Dominick Rochester porque había dicho algo muy parecido en casa de los Seiden. No se podía imaginar dos hombres más diferentes que Erik Biel y Dominick Rochester. La desesperación y el miedo los había vuelto casi idénticos.