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– Randy Wolf -dijo Myron.

Davis asintió.

– ¿Qué pasó?

– Su padre. ¿Le conoce?

– Nos conocemos.

– Me investigó. Había corrido algún rumor de aquel lío. Contrató a un detective privado y consiguió ayuda de otro profesor, Drew Van Dyne. Era el camello de Randy.

– Así que si procesaban a Randy -dijo Myron-, Van Dyne tenía mucho que perder.

– Sí.

– Déjeme adivinarlo: Jake Wolf descubrió su aventura.

Davis asintió.

– Y le chantajeó a cambio de su silencio.

– Oh, fue más allá.

Myron miró el pie del hombre. La sangre seguía saliendo. Había que, tenía que llevarlo a un hospital, pero no quería dejar pasar aquel momento. Lo curioso era que Davis no parecía sufrir. Quería hablar. Seguramente llevaba años dando vueltas a aquellas locas justificaciones, él solo con su cerebro, y ahora por fin veía la oportunidad de expresarlas.

– Jake Wolf me tenía en sus manos -siguió Davis-. Cuando entras en el chantaje, ya no hay salida. Además se ofreció a pagarme. Y yo acepté, sí.

Myron pensó en lo que Wheat Manson le había dicho por teléfono.

– Usted era, además de profesor, también asesor de estudios.

– Sí.

– Tenía acceso a los expedientes de los alumnos. He visto a lo que pueden llegar los padres en esta ciudad por meter a sus hijos en la universidad que desean.

– No tiene ni idea -dijo Davis.

– Sí la tengo. No era muy diferente cuando yo era joven. Así que Jake Wolf le obligó a alterar las notas de su hijo.

– Algo así. Sólo cambié la parte académica de su expediente. Randy quería ir a Dartmouth y a Dartmouth le interesaba Randy por el fútbol, pero tendría que haberse situado entre los cuarenta primeros. Hay cuatrocientos chicos en su curso. Randy era el cincuenta y tres. No estaba mal, pero no llegaba al cupo. Otro estudiante, Ray Clarke, es un chico inteligente. Es el quinto de su curso. Entró en Georgetown tal como quería…

– Por lo tanto cambió el expediente de Randy por el de ese tal Clarke.

– Sí.

Entonces Myron recordó lo que había dicho Randy, que había hecho lo posible por que Aimee volviera con él, por compartir su objetivo.

– E hizo lo mismo por Aimee Biel. Se aseguró de que entrara en Duke tal como le pidió Randy, ¿no?

– Sí.

– Y cuando Randy le dijo a Aimee que la había ayudado, en vez de agradecérselo, le recriminó. Pero no lo estuvo. Se puso a investigar. Intentó acceder al ordenador del instituto para ver qué había pasado. Llamó a Roger Chang, el número cuatro del curso, para confirmar sus notas y sus actividades extracurriculares. Quería saber qué habían hecho ustedes.

– Eso no lo sé -dijo Davis. Estaba perdiendo el flujo de adrenalina. Empezaba a pestañear de dolor-. Nunca hablé con Aimee de eso. No sé qué le dijo Randy, eso era lo que le estaba preguntando cuando nos vio el otro día en el aparcamiento del instituto. Dijo que no había mencionado mi nombre, sólo que la había ayudado a entrar en Duke.

– Pero Aimee lo dedujo. O al menos lo intentó.

– Podría ser.

Él pestañeó otra vez. Myron no hizo caso.

– Bien, ya hemos llegado a aquella noche, Harry. ¿Por qué me pidió Aimee que la trajera aquí?

La puerta de la cocina se abrió. Erik asomó la cabeza por la puerta.

– ¿Cómo va?

– Va bien -dijo Myron.

Esperaba que Erik discutiera, pero desapareció otra vez en la cocina.

– Está loco -dijo Davis.

– Usted tiene hijas, ¿no?

– Sí. -Y asintió como si lo comprendiera de repente.

– Se está andando con rodeos, Harry. Está sangrando. Necesita atención médica.

– Eso no importa.

– Ha llegado muy lejos. Acabemos de una vez. ¿Dónde está Aimee?

– No lo sé.

– ¿Por qué vino aquí?

Él cerró los ojos.

– Harry.

Su voz era baja.

– Dios me perdone, pero yo no lo sé.

– ¿Quiere explicarse?

– Llamó a la puerta. Era tardísimo, las dos o las tres de la madrugada, no lo sé. Donna y yo dormíamos. Nos dio un susto de muerte. Nos asomamos a la ventana, la vimos, miré a mi mujer y debería haber visto su expresión. Estaba tan dolida… Toda la desconfianza, todo lo que había intentado enmendar, todo se vino abajo. Se echó a llorar.

– ¿Y qué hizo?

– Le dije a Aimee que se marchara.

Silencio.

– Abrí la ventana. Le dije que era tarde, que hablaríamos el lunes.

– ¿Qué hizo Aimee?

– Sólo me miró. No dijo nada. Estaba decepcionada, estaba claro. -Davis cerró los ojos con fuerza-. Pero también me temía que estuviera enfadada.

– ¿Y se marchó?

– Sí.

– Y desapareció -dijo Myron- antes de comunicar lo que sabía. Antes de que pudiera destruirle. Y si el escándalo del trueque saliera a la luz, tal como le dije la primera vez que hablamos, estaría acabado, se sabría todo.

– Lo sé. Lo he pensado.

Se calló. Le resbalaban lágrimas por las mejillas.

– ¿Qué? -preguntó Myron.

– Mi tercer gran error -dijo en voz baja.

Myron sintió un escalofrío en la columna.

– ¿Qué hizo?

– No le habría hecho ningún daño jamás. La apreciaba.

– ¿Qué hizo, Harry?

– Estaba confuso, no sabía qué hacer en aquella situación. Y me asusté. Imaginé lo que iba a significar, como usted ha dicho. Se sabría todo. Todo. Y me entró el pánico.

– ¿Qué hizo? -preguntó Myron otra vez.

– Llamar. En cuanto ella se marchó, llamé a quien mejor sabría lo que había que hacer.

– ¿A quién llamó, Harry?

– A Jake Wolf -contestó-. Y le dije que Aimee Biel estaba frente a mi casa.

49

Claire se reunió con ellos cuando salieron corriendo.

– ¿Qué demonios ha pasado allí dentro?

Erik no redujo la marcha.

– Vete a casa, Claire. Por si se le ocurre llamar.

Claire miró a Myron como pidiéndole ayuda. Myron no le ofreció ninguna. Erik ya estaba en el asiento del conductor, figurativa y literalmente. Myron se sentó rápidamente en el asiento de al lado y Erik salió pitando.

– ¿Sabes ir a casa de Wolf? -preguntó Myron.

– He acompañado a mi hija allí varias veces -dijo.

Arrancó. Myron le observó la cara. Normalmente la expresión de Erik se situaba en las proximidades del desdeño, con ceño fruncido y profundas arrugas de desaprobación. No había nada de eso. Su cara estaba lisa y plácida. Myron casi esperaba que pusiera la radio y se pusiera a silbar.

– Te van a arrestar -dijo Myron.

– Lo dudo.

– ¿Crees que no te denunciarán?

– Lo más seguro.

– El hospital tendrá que informar de la herida de bala.

Erik se encogió de hombros.

– Aunque hablaran, ¿qué dirían? Tengo derecho a que me juzguen mis iguales, padres con hijos adolescentes. Testificaré. Hablaré de mi hija desaparecida y de un profesor que sedujo a una alumna y aceptó sobornos por cambiar los expedientes académicos…

Calló como si el veredicto fuera demasiado obvio para seguir hablando. Myron no sabía qué decir. Se apoyó en el respaldo.

– Myron.

– ¿Qué?

– Es culpa mía, ¿no? Mi aventura fue el catalizador.

– No creo que sea tan sencillo -dijo Myron-. Aimee tiene una voluntad fuerte. Puede que contribuyera, pero por raro que parezca, tiene sentido. Van Dyne es profesor de música y trabaja en su tienda de música preferida. Es normal que se sienta atraída. Es probable que haya superado lo de Randy. Aimee siempre ha sido una buena chica, ¿no?

– La mejor -dijo él bajito.

– Puede que sólo necesitara rebelarse. Sería lo normal, ¿no? Y ahí estaba Van Dyne, dispuesto. No sé si fue así, pero no te culparía a ti de todo.

Él asintió, pero no parecía muy convencido. La verdad era que Myron tampoco se esforzaba mucho. Había pensado en llamar a la policía, pero ¿qué les diría exactamente? ¿Y qué harían ellos? La policía local podía estar en la nómina de Jake Wolf, le avisarían. Podían avisarle. De todos modos, tendrían que respetar sus derechos. Erik y él no tenían que preocuparse por eso.