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– ¿Cómo crees que ha sucedido? -preguntó Erik.

– Nos quedan dos sospechosos -dijo Myron-. Drew Van Dyne y Jake Wolf.

Erik meneó la cabeza.

– Es Wolf.

– ¿Por qué estás tan seguro?

Él ladeó la cabeza.

– Todavía no entiendes lo del lazo paterno, ¿eh, Myron?

– Tengo un hijo, Erik.

– Está en Irak, ¿no?

Myron no dijo nada.

– ¿Y qué harías por salvarle?

– Ya sabes la respuesta.

– La sé. Lo mismo que yo. Y lo mismo que Jake Wolf. Ya ha demostrado hasta dónde puede llegar.

– Hay una gran diferencia entre pagar a un profesor para que cambie un expediente y…

– ¿Asesinar? -acabó Erik por él-. Probablemente no empezó así. Empiezas hablando con ella, intentando hacerle ver las cosas a tu manera. Le explicas que encontrará problemas a la hora de su admisión en Duke y todo eso, pero ella no cede. Y de repente lo ves: es el clásico escenario o ellos o nosotros. Ella tiene el futuro de tu hijo en sus manos. Es su futuro o el de tu hijo. ¿Por cuál te decides?

– Estás especulando -dijo Myron.

– Puede.

– Tienes que mantener la esperanza.

– ¿Por qué?

Myron le miró.

– Está muerta, Myron. Los dos lo sabemos.

– No, no sabemos nada.

– Anoche, cuando estábamos en ese callejón, ¿recuerdas lo que dijiste?

– Dije muchas cosas.

– Dijiste que no creías que la hubiera raptado al azar un psicópata.

– Y no lo creo. ¿Y qué?

– Que lo pienses. Si fue alguien que la conocía, Wolf, Davis, Van Dyne, da igual, ¿por qué la habría raptado?

Myron no dijo nada.

– Todos ellos tenían razones para hacerla callar. Pero piénsalo bien. Has dicho que podían ser Van Dyne o Wolf. Yo apuesto por Wolf. Pero en cualquier caso, todos temían que hablara.

– Sí.

– No te limitas a secuestrar a alguien si es eso lo que temes, sino que le matas.

Lo dijo bajo una calma absoluta, con las manos colocadas sobre el volante. Myron no supo qué decir. Erik lo había expresado de forma más que convincente. No secuestras si el objetivo es silenciar. Eso no funcionaría. Ese miedo también había mortificado a Myron. Había intentado esquivarlo, no dejarlo libre, pero ahí estaba, aireado por el único hombre que querría imaginar el panorama más optimista sobre lo que había sucedido.

– Y ahora -dijo Erik- estoy bien. ¿Ves? Lucho, me esfuerzo por descubrir qué ha sucedido. Cuando la encontremos, si está muerta, se acabó para mí. Me pondré una máscara. Seguiré adelante por mis otros hijos. Será el único motivo para no dejarme caer y morir, por mis otros hijos. Pero créeme, mi vida estará acabada. Podrían enterrarme perfectamente con Aimee. De eso se trata. Estoy muerto, Myron. Pero no me iré como un cobarde.

– Frena -dijo Myron-. Todavía no sabemos nada.

Entonces Myron se acordó. Aimee se había conectado esa noche. Iba a recordárselo a Erik, para darle un poco de esperanza, pero primero quería pensarlo un poco. No tenía sentido. Erik había planteado algo interesante. Por lo que sabían, no había razón para secuestrar a Aimee, sino para matarla.

¿Era realmente Aimee la que se había conectado? ¿Había mandado una advertencia a Erin?

Algo no encajaba.

Salieron de la Ruta 280 a una velocidad que puso el coche sobre dos ruedas. Erik frenó al llegar a la calle de Wolf. El coche subió la colina y se paró a dos casas de distancia de la de Wolf.

– ¿Qué hacemos ahora? -preguntó Erik.

– Llamar a la puerta, a ver si está en casa.

Los dos bajaron del coche y entraron en el paseo. Myron iba delante. Erik le dejó. Llamó al timbre. El sonido era estridente y pretencioso y duraba demasiado. Erik se quedó unos pasos atrás, en la oscuridad. Myron pensó que llevaba la pistola. No sabía cómo enfocarlo. Erik ya había disparado contra un hombre esa noche. No parecía tener ningún reparo en volver a hacerlo.

La voz de Lorraine Wolf se oyó por el interfono.

– ¿Quién es?

– Soy Myron Bolitar, señora Wolf.

– Es muy tarde. ¿Qué desea?

Myron recordó el corto traje blanco de tenis y el tono malicioso. No había nada de malicioso en su tono ahora. La voz era tensa.

– Necesito hablar con su marido.

– No está en casa.

– Señora Wolf, ¿podría abrir la puerta, por favor?

– Quiero que se vaya.

Myron pensó en cómo enfocarlo.

– Esta noche he hablado con Randy.

Silencio.

– Estaba en una fiesta. Hemos hablado de Aimee. Después he hablado con Harry Davis. Lo sé todo, señora Wolf.

– No sé de qué me habla.

– O abre la puerta o llamo a la policía.

Más silencio. Myron se volvió y miró a Erik. Seguía muy tranquilo. A Myron no le gustó.

– ¿Señora Wolf?

– Mi marido llegará en una hora. Vuelva entonces.

Erik Biel contestó:

– Ni hablar.

Sacó la pistola, apuntó a la cerradura y disparó. La puerta se abrió de golpe. Erik entró corriendo con el arma levantada. Myron también.

Lorraine Wolf gritó.

Erik y Myron se desviaron hacia el sonido. Cuando llegaron al salón, los dos frenaron.

Lorraine Wolf estaba sola.

Por un momento, nadie se movió. Myron estudió la situación. Lorraine Wolf estaba de pie en el centro de la habitación. Llevaba guantes de goma. Eso fue lo primero que Myron notó. Guantes de goma amarillo brillante. Después le miró con más atención. En la mano derecha llevaba una esponja. En la izquierda, un cubo amarillo a juego con los guantes.

Había estado limpiando una mancha húmeda que había en la alfombra.

Erik y Myron dieron un paso adelante. Vieron que el cubo estaba lleno de un agua de feo tono rosado.

– Oh, no -dijo Erik.

Myron se volvió para detenerlo pero era demasiado tarde. Detrás de Erik explotó algo. Soltó un aullido y saltó hacia la mujer. Lorraine Wolf gritó. El cubo cayó sobre la alfombra. El líquido se vertió.

Erik asió a la mujer y fueron a parar los dos atrás del sofá. Myron estaba más allá, sin saber qué hacer. Si hacía un movimiento demasiado agresivo, Erik reaccionaría. Y si no hacía nada…

Erik apretó la pistola contra la sien de Lorraine Wolf. Ella gritó y le agarró la mano. Erik no se movió.

– ¿Qué le habéis hecho a mi hija?

– ¡Nada!

– Erik, no -dijo Myron.

Pero Erik no le escuchaba. Myron levantó su pistola, le apuntó. Erik lo vio pero era evidente que no le importaba.

– Si la matas… -empezó Myron.

– ¿Qué? -preguntó Erik-. ¿Qué perderíamos, Myron? Mira esto. Aimee ya está muerta.

Lorraine Wolf gritó:

– ¡No!

– Entonces, ¿dónde está, Lorraine? -preguntó Myron.

Ella apretó los labios.

– Lorraine, ¿dónde está Aimee?

– No lo sé.

Erik levantó el arma. Iba a golpearla con la culata.

– Erik, no.

Él dudó. Lorraine miró a Erik a los ojos. Estaba asustada, pero se preparaba para recibir el golpe.

– No -dijo Myron otra vez. Se acercó un paso más.

– Sabe algo.

– Y lo descubriremos, ¿de acuerdo?

Erik le miró.

– ¿Qué harías tú si fuera alguien que quisieras?

Myron se acercó un poco más.

– Quiero a Aimee.

– No como un padre.

– No, así no, pero sé lo que es. He presionado demasiado y no funciona.

– Ha funcionado con Harry Davis.

– Lo sé, pero…

– Es una mujer. Es la única diferencia. A Davis le he disparado en el pie y tú les has interrogado dejándole desangrarse. Ahora estamos cara a cara con alguien que está limpiando sangre y, de repente, ¿te acobardas?

Incluso en aquel caos, en aquella locura, Myron le entendía. Era otra vez el tema chico-chica. Si Aimee fuera un chico, si Harry Davis hubiera sido una mujer bonita e insinuante.

Erik puso la pistola otra vez contra la sien de la mujer.