Loren Muse siguió pinchándole.
– ¿Tienes un motivo para ese secuestro, Myron?
– No -dijo-. Pero ¿qué me dices del cajero? ¿Cómo te lo explicas?
– ¿Que las dos chicas usaran el mismo?
– Sí.
– No lo sé -dijo-. Tal vez fue una coincidencia al fin y al cabo.
– Vamos, Muse.
– De acuerdo, bien, pues démosle la vuelta. -Le señaló-. ¿Cómo encaja la transacción del cajero en un escenario de secuestro? ¿Lo sabría Wolf, Davis, Van Dyne?
Myron entendió adónde quería ir a parar.
– Y otras cosas -añadió-. Como la llamada desde el teléfono del metro. O que se conectara.
– Todo lo cual encaja con que era una fugitiva -dijo Loren-. Si la hubieran secuestrado tal y como afirma ella, ¿por qué se arriesgarían a dejarla llamar o a conectarse a Internet?
Myron meneó la cabeza. Lo que decía tenía lógica, pero se negaba a aceptarlo.
– ¿Y así es como acaba esto? No es Davis, no es Wolf ni Van Dyne ni nadie. ¿Simplemente se largó?
Loren Muse y Lance Banner intercambiaron otra mirada.
Entonces dijo Lance Banner:
– Sí, ésta es la teoría que se sostiene. Y recuerda: no hay ley contra lo que hizo, aunque haya heridos o muertos. Huir no va contra la ley.
Loren Muse se quedó en silencio. A Myron no le gustó.
– ¿Qué? -soltó.
– Nada. Tal y como dice Banner, las pruebas señalan en ese sentido. Podría explicar también que los padres de Aimee no quieran que hablemos de ella. Ellos quieren ocultar su aventura, su embarazo, y, vaya, les guste o no, le echaron una mano con los cambios de expedientes. Así que es mejor silenciarlo todo. Hacer que parezca víctima en lugar de fugitiva. Es lo más lógico.
– ¿Pero?
Ella miró a Banner. Él suspiró y meneó la cabeza. Loren Muse empezó a jugar con el tenedor.
– Que tanto Jake como Lorraine Wolf querían cargar con la culpa de disparar a Drew Van Dyne.
– ¿Y?
– ¿No te parece raro?
– No. Acabamos de explicarlo. Lorraine le mató. Jake quiere cargar con ello con afán de protegerla.
– ¿Y que estuvieran limpiando las pruebas y trasladando el cadáver?
Myron se encogió de hombros.
– Sería una reacción natural.
– ¿Aunque mataras en defensa propia?
– En su caso, sí. Querían protegerlo todo. Si encuentran a Van Dyne muerto en su casa, aunque hubieran disparado en defensa propia, Randy saldría a la luz, las drogas, las trampas, todo.
Ella asintió.
– Ésa es la teoría y lo que cree Lance.
Myron intentó no parecer demasiado impaciente.
– ¿Pero?
– Pero quizá no fuera lo que pasó. Puede que Jake y Lorraine volvieran a casa y se encontraran el cadáver.
Myron dejó de respirar. Hay algo dentro de cada uno que se puede doblar, se puede estirar, pero, de vez en cuando, sientes que estás tirando demasiado. Si lo sueltas, te romperás por dentro, te partirás en dos. Lo sabes. Myron conocía a Aimee de toda la vida. Y ahora mismo, si acertaba adónde quería ir a parar Loren Muse, estaba a punto de partirse.
– ¿De qué diablos estás hablando?
– Quizá los Wolf volvieran a casa y vieran el cadáver suponiendo que había sido Randy. -Se acercó más-. Van Dyne era el camello de Randy y le había robado a la novia. O sea que quizá los padres vieran el cadáver y supusieran que Randy le había disparado. Tal vez se asustaran y metieran el cadáver en el coche.
– Entonces, ¿crees que Randy mató a Drew Van Dyne?
– No. He dicho que eso era lo que suponían ellos. Randy tiene coartada.
– Entonces ¿qué?
– Si a Aimee Biel no la hubieran secuestrado -dijo Muse-, si huyó y se quedó con Drew Van Dyne, estaba con él en la casa. Y quizá, sólo quizá, nuestra asustada Aimee quiso olvidarse de todo. Tal vez deseaba ir a la universidad, seguir adelante y cortar todas las ataduras, salvo que ese hombre no se lo permitiera…
Myron cerró los ojos. Aquella cosita en su interior estaba muy tirante. Respiró hondo y meneó la cabeza.
– Te equivocas.
Ella se encogió de hombros.
– Seguramente.
– Conozco a esa chica de toda la vida.
– Lo sé, Myron. Es una jovencita encantadora. Pero hay jovencitas encantadoras que también son asesinas, ¿o no?
Pensó en Aimee Biel y cómo se había reído de él en el sótano. Cómo se encaramaba a las barras del parque cuando tenía tres años. La recordó soplando las velas en su fiesta de cumpleaños. Recordó haberla visto jugar en el patio de la escuela yendo a octavo. Lo recordó todo y sintió que empezaba a enfurecerse.
– Te equivocas -repitió.
Esperó en la acera del otro lado de la calle, frente a la casa.
Erik salió el primero. Su cara era triste y tensa. Aimee y Claire salieron detrás. Myron se quedó mirando. Aimee le vio la primera. Le sonrió y le saludó con la mano. Myron estudió su sonrisa. Le parecía igual que siempre, la misma sonrisa que había visto en el patio del parque cuando tenía tres años, la misma que había visto en el sótano hacía unas semanas.
No había nada diferente.
Pero sintió un escalofrío.
Miró a Erik y después a Claire. Sus ojos eran duros, protectores, pero había algo más, algo más allá del agotamiento y la rendición, algo primitivo e instintivo. Erik y Claire caminaban al lado de su hija, pero no la tocaban. En eso se fijó Myron. No tocaban a su propia hija.
– ¡Hola, Myron! -gritó Aimee.
– Hola.
Aimee cruzó corriendo la calle. Sus padres no se movieron. Myron tampoco. Aimee le dio un abrazo y casi lo hizo caer. Myron intentó devolvérselo pero no fue capaz. Aimee le estrechó más fuerte.
– Gracias -susurró.
Él no dijo nada. Su abrazo era como siempre, cálido y fuerte, igual que los de antes.
Pero él quiso que acabara.
Sintió que el corazón se le hundía y se le hacía pedazos. Que Dios le perdonara, sólo quería que le soltara y se apartara de él. Que esa chica a la que había querido tanto se fuera. La cogió de los hombros y la apartó suavemente.
Claire ya estaba detrás de ella y dijo a Myron:
– Tenemos prisa. Pronto nos veremos.
Asintió. Las dos mujeres se alejaron caminando. Erik esperaba en el coche. Myron los miró. Claire iba al lado de su hija, pero no la tocaba. Erik y Claire se miraron, sin hablar. Aimee se sentó atrás y ellos dos delante. Era normal, pensó Myron, pero siguió pareciéndole que querían mantener la distancia con Aimee, como si se preguntaran sobre la desconocida que vivía ahora con ellos. Claire se volvió y le miró.
«Ya lo saben», pensó Myron.
Myron vio alejarse el coche. Y mientras desaparecía calle abajo, se dio cuenta de que no había mantenido su promesa. No les había devuelto a su hija.
Aquella hija había desaparecido.
57
CUATRO DÍAS DESPUÉS
Jessica Culver se casó con Stone Norman en Tavern on the Green.
Myron estaba en su despacho cuando leyó la noticia en el periódico. Esperanza y Win también estaban. Win estaba de pie junto a un espejo de cuerpo entero, admirando su golpe de golf, como hacía a menudo. Esperanza miró a Myron atentamente.
– ¿Va todo bien? -preguntó.
– Bien.
– ¿Te das cuenta de que esta boda es lo mejor que puede pasarte?
– Sí. -Myron dejó el periódico-. He llegado a una conclusión que deseaba compartir con vosotros.
Win se detuvo a medio balanceo.
– Mi brazo no está lo bastante recto.
Esperanza le hizo un gesto para que se callara.
– ¿Qué?
– Siempre he intentado huir de lo que en realidad es un instinto natural en mí -dijo Myron-, el acto heroico. Siempre me advertís contra eso. Y os he escuchado. Pero he pensado otra cosa. Creo que debo hacerlo. Tendré derrotas, sin duda, pero tendré más victorias. No voy a huir más de eso. No quiero acabar siendo un cínico. Quiero ayudar a la gente y es lo que pienso hacer.
Win se volvió a mirarle.
– ¿Has acabado?
– He acabado.
Win miró a Esperanza.
– ¿Debemos aplaudir?