Myron asintió. Ahora lo entendía.
– Si la policía hubiera investigado -dijo-, habría descubierto la aventura que tuvo con su hijo.
– Sí.
– Ninguno de los sospechosos tenía una cabaña de madera. Pero usted sí, Edna. Incluso tiene la chimenea blanca y marrón que dijo Aimee.
– Se ha tomado muchas molestias.
– Sí, es cierto.
– Lo tenía muy bien planeado. La trataría bien, le controlaría el embarazo, llamaría a los padres por consolarlos un poco. Haría todo eso, dejando pistas de que Aimee era una fugitiva y estaba bien.
– ¿Como conectarse a Internet?
– Sí.
– ¿Cómo consiguió su contraseña y su nombre de pantalla?
– Me lo dijo en el estupor de la droga.
– ¿Se ponía un disfraz cuando estaba con ella?
– Me tapaba la cara, sí.
– Y el nombre del novio de Erin, Mark Cooper, ¿de dónde lo sacó?
Edna se encogió de hombros.
– También me lo dijo ella.
– Era la respuesta incorrecta. A Mark Cooper le apodaban Problema. Eso también me desconcertó.
– Aimee fue muy lista -dijo Edna Skylar-. De todos modos la habría retenido unos meses más. Seguiría dejando indicios de que había huido. Y después la dejaría marchar. Contaría la misma historia de que la habían secuestrado.
– Y nadie la creería.
– Tendría a su hijo, Myron. Eso era lo único que me importaba. El plan habría funcionado. En cuanto surgiera lo del cajero, la policía se convencería de que era una fugitiva y ya no investigarían. Sus padres, bueno, son padres. No les harían caso, como no lo hicieron a los Rochester. -Le miró a los ojos-. Sólo una cosa me fastidiaba.
Myron separó las manos.
– La modestia me impide mencionarlo.
– Pues lo haré yo. Usted, Myron. Me lo fastidió todo.
– ¿No va a decirme que soy un chico entrometido, como el de Scooby-Doo?
– ¿Le parece gracioso?
– No, Edna. No me parece gracioso en absoluto.
– Nunca quise hacer daño a nadie. Sí, sería inconveniente para Aimee y puede que traumático, aunque soy muy buena administrando drogas. Podía tenerla cómoda y al bebé a salvo. Sus padres, por supuesto, vivirían un infierno, pero si podía convencerles de que era una fugitiva, de que estaba bien, podía hacérselo un poco más fácil. Sopesando los pros y los contras, aunque tuvieran que sufrir un poco, estaba salvando una vida. Tal como le dije, lo había hecho mal con Drew. No me preocupé por él, no le protegí.
– Y no pensaba cometer los mismos errores con su nieto -dijo Myron.
– Eso es.
Había pacientes y visitas, médicos y enfermeras, gente de toda clase arriba y abajo. Se oían ruidos metálicos arriba. Alguien pasó con un enorme ramo de flores. Myron y Edna no vieron nada de eso.
– Me lo dijo por teléfono -siguió Edna- al pedirme que mirara el expediente de Aimee. Lo único que pretendía era proteger al inocente. Pero cuando desapareció, usted se culpó. Se sintió obligado a encontrarla. Empezó a investigar.
– Y cuando me acerqué demasiado, tuvo que reducir las pérdidas.
– Sí.
– Y la dejó marchar.
– No tenía alternativa. Todo se fue a paseo. En cuanto usted se involucró, la gente empezó a morir.
– ¿No me echará la culpa a mí, ahora?
– No, y tampoco la tengo yo -dijo ella con la cabeza alta-. No he matado jamás a nadie. No le pedí a Harry Davis que cambiara los expedientes, ni a Jake Wolf que sobornara a nadie, ni a Randy Wolf que vendiera drogas, ni le dije a mi hijo que se acostara con una alumna, ni a Aimee Biel que se quedara embarazada.
Myron no dijo nada.
– ¿Quiere ir un poco más lejos? -Su voz se volvió más aguda-. No le dije a Drew que apuntara a Jake Wolf con una pistola. Al contrario, intenté calmar a mi hijo, sin contarle la verdad. Tal vez debería haberlo hecho. Pero Drew fue siempre un fracasado, así que sólo le dije que se calmara, que Aimee estaría bien. Pero no me escuchó. Pensaba que Jake Wolf le había hecho algo y fue tras él. Creo que la esposa decía la verdad. Le mató en defensa propia. Así fue como murió mi hijo. Pero yo no lo hice.
Myron esperó. Le temblaban los labios, pero Edna se esforzaba por dominarse. No se hundiría. No mostraría debilidad, ni siquiera ahora que todo estaba saliendo a la luz, cuando sus acciones no sólo habían fracasado y no habían obtenido los resultados deseados sino que habían puesto fin a la vida de su hijo.
– Yo sólo quería salvar la vida de mi nieto -dijo ella-. ¿Cómo podía haberlo hecho?
Myron siguió sin responder.
– ¿Y bien?
– No lo sé.
– Por favor. -Edna Skylar se apretó con los brazos como si fueran un salvavidas-. ¿Qué piensa hacer ella con el bebé?
– Tampoco lo sé.
– No podrá demostrar nada.
– Eso es trabajo de la policía. Yo sólo quería mantener mi promesa.
– ¿Qué promesa?
Myron miró al pasillo y gritó:
– Ya podéis salir.
Cuando vio a Aimee Biel, Edna Skylar jadeó y se llevó una mano a la boca. Erik también estaba allí, a un lado de Aimee, y Claire al otro. Los dos rodeaban a su hija con el brazo.
Myron se fue entonces, sonriendo. Su paso era ligero. Fuera el sol todavía brillaría. Lo sabía. En la radio sonarían sus canciones favoritas. Tenía toda la conversación grabada -sí, había mentido- y se la daría a Muse y a Banner. Podían construir un caso. O no.
Se hace lo que se puede.
Erik saludó con la cabeza a Myron al pasar. Claire se le acercó. Tenía lágrimas de gratitud en los ojos. Myron le acarició la mano y sus ojos se encontraron. La vio como cuando era adolescente, en el instituto, en la sala de estudios. Pero ahora eso ya no importaba. Siguió andando.
Le había hecho una promesa a Claire. Le había prometido devolverle a su hija.
Al fin lo había hecho.
AGRADECIMIENTOS
En los últimos seis años, la pregunta que me hacen siempre que viajo es: «¿Cuánto mides?» La respuesta es metro noventa y cinco. Pero la siguiente pregunta más habitual es: «¿Cuando vas a hacer volver a Myron y su pandilla?». La respuesta es ahora. Siempre he dicho que no forzaría su regreso, que esperaría a tener una buena idea. Bueno, pues ya la he tenido, pero vuestro ánimo y entusiasmo me ha inspirado y conmovido. Así que mi primer agradecimiento es para quienes echaban de menos a Myron, Win, Esperanza, Big Cyndi, El-al y el resto de esa pandilla variopinta. Espero que os hayáis divertido. Y para quienes no sepan de qué les estoy hablando, hay siete libros más con Myron Bolitar de protagonista. Id a HarlanCoben.com para más información.
Éste es mi cuarto libro con Mitch Hoffman como editor y Lisa Johnson como todo lo demás. Los dos son rockeros. Brian Tart, Susan Petersen Kennedy, Erika Kahn, Hector DeJean, Robert Kempe y todos los de Dutton son rockeros. Mucho rock. Gracias también a Jon Wood, Susan Lamb, Malcolm Edwards, Aaron Priest y Lisa Erbach Vance.
David Gold, doctor en medicina, me ayuda con la investigación médica en muchos libros. Esta vez incluso le he puesto su nombre a un personaje. Eres un buen amigo, David.
Christopher J. Christie, el fiscal del estado de Nueva Jersey, brinda cuestiones legales muy apropiadas. Conozco a Chris desde que jugamos los dos en la Liga Infantil a los diez años. Por algún motivo, no lo pone en su curriculum.
Estoy agradecido a la familia Clarke -Ray, Maureen, Andrew, Devin, Jeff y Garrett- por inspirarme la idea. Los chicos siempre han sido sinceros conmigo sobre lo que es ser un niño, un adolescente, y luego un joven. Les doy las gracias.
Por último, gracias a Linda Fairstein, Dyan Macha y por supuesto a Anne Armstrong-Coben, doctora en medicina. Demasiada cabeza y mucha belleza, ése es el problema de las tres.