En el rellano, a medio camino, Leonora se cogió de la baranda y miró hacia la cocina. Vio a dos hombres luchando en el suelo donde solía estar la mesa de la cocina. Uno era alto e iba cubierto con una capa, el otro era grande pero rechoncho y mucho mayor.
Se quedaron paralizados al oír el gruñido de Henrietta. El más alto alzó la mirada y vio a Trentham acercándose en el mismo instante en que Leonora también lo vio. Con gran esfuerzo, el más alto hizo girar al otro y lo empujó contra el conde. El viejo perdió el equilibrio y cayó hacia atrás. Trentham tenía dos opciones: esquivarlo y dejar que cayera al suelo de piedra o cogerlo. Desde arriba, Leonora vio qué decisión tomaba, observó cómo se quedaba donde estaba y dejaba que el viejo cayera sobre él. Lo sujetó y habría ido detrás del más alto, que ya corría hacia el estrecho pasillo, de no ser porque el viejo empezó a forcejear, resistiéndose.
– ¡Estese quieto!
La orden fue firme y surtió efecto. El hombre se puso rígido y obedeció. Trentham lo dejó balanceándose sobre los pies y se fue tras el alto.
Demasiado tarde.
Una puerta se cerró de golpe cuando Trentham desapareció por el pasillo. Un instante después, lo oyó maldecir.
Leonora bajó corriendo la escalera, empujó al viejo a un lado y corrió hacia el fondo de la cocina, hacia las ventanas que daban al camino de la entrada posterior. El hombre alto tenía que ser su «ladrón», lo vio correr desde el lateral de la casa y avanzar por el camino. Durante un instante, la leve luz de la luna lo iluminó; con los ojos muy abiertos, Leonora intentó captar el máximo de detalles posible, luego él desapareció más allá de los setos que bordeaban el jardín de la cocina. La verja que daba a la calle estaba más adelante. Con un suspiro, retrocedió, volvió a repasar todo lo que había visto mentalmente y lo memorizó.
Se oyó un portazo, luego Trentham apareció fuera. Examinó el jardín con los brazos en jarras.
Leonora dio unos golpecitos con los dedos en el cristal; cuando él se volvió, le señaló el camino. Trentham se volvió, bajó la escalera y fue hacia la verja. Ya no corría. Su «ladrón» había escapado.
Entonces, Leonora se volvió hacia el viejo, que se había sentado al pie de la escalera aún resoplando e intentando recuperar el resuello. Ella frunció el cejo.
– ¿Qué hace usted aquí?
El hombre habló, pero sin responder. Masculló una gran cantidad de pomposos disparates como excusa sin lograr aclarar el punto esencial. Vestido con un viejo abrigo, unas botas igual de viejas y gastadas, y unos deshilachados mitones en las manos, despedía un olor a suciedad y a moho muy fácil de detectar en la cocina recién pintada.
Leonora cruzó los brazos y dio unos golpecitos en el suelo con la punta del pie mientras lo miraba.
– ¿Por qué ha entrado sin permiso?
Él se revolvió, farfulló y masculló algo más. Ella estaba al límite de su paciencia cuando Trentham regresó. Parecía disgustado.
– Ha tenido la precaución de coger las dos llaves.
El comentario no iba dirigido a nadie en particular; Leonora comprendió que el ladrón le había cerrado la puerta lateral con llave y, mientras Trentham contemplaba al viejo con las manos en los bolsillos, ella se preguntó cómo había logrado abrir sin tener la llave.
Henrietta se había sentado a cierta distancia del hombre y lo vigilaba con cautela.
Entonces, Trentham inició su interrogatorio. Con unas pocas preguntas bien formuladas, descubrió que era un mendigo que normalmente dormía en el parque. La noche se había vuelto tan fría que había buscado refugio. Sabía que la casa estaba vacía, así que había ido allí. Probó con las ventanas traseras y descubrió que una tenía el cierre flojo.
Con Trentham allí de pie, como una vengativa deidad, y Henrietta con la boca abierta, mostrándole los afilados dientes, era evidente que el viejo sintió que no tenía más remedio que confesar. Leonora reprimió un indignado bufido. Al parecer, ella no le había parecido lo bastante intimidadora.
– No pretendía hacerle daño a nadie, sir. Sólo quería protegerme del frío.
Trentham le sostuvo la mirada y luego asintió.
– Muy bien. Una pregunta más. ¿Dónde estaba cuando el otro hombre ha tropezado con usted?
– Allí. -Señaló al otro lado de la cocina-. Lejos de las ventanas se está más caliente. El c… sinvergüenza me ha sacado de allí. Creo que pretendía echarme.
Había señalado una pequeña despensa.
Leonora miró a Trentham.
– Los trasteros que hay más allá comparten pared con el sótano del número catorce -dijo.
Él asintió y se volvió de nuevo hacia el viejo.
– Tengo una propuesta para usted. Estamos a mediados de febrero, las noches serán muy frías las próximas semanas. -Miró a su alrededor-. Aquí hay sábanas para el polvo y otras piezas para cubrirse esta noche. Puede buscar un lugar donde dormir. -Volvió a mirar al viejo-. Gasthorpe, que será el mayordomo de esta casa, se instalará mañana. Traerá mantas y empezará a hacer habitable este lugar. Sin embargo, los dormitorios de todos los sirvientes están en la buhardilla. -Tristan hizo una pausa y luego continuó-: En vista del desagradable interés de nuestro amigo por este lugar, quiero que alguien esté aquí abajo. Si está dispuesto a trabajar como nuestro vigilante nocturno, puede dormir aquí todas las noches. Daré orden de que se le trate como a uno más del personal doméstico. Puede quedarse dentro y protegerse del frío. Pondremos una campanilla para que lo único que tenga que hacer si alguien intenta entrar es hacerla sonar y Gasthorpe y los demás sirvientes se encargarán de cualquier intruso.
El viejo parpadeó como si no pudiera hacerse a la idea de lo que le sugería, como si no estuviera seguro de si estaba soñando.
Sin permitirse mostrar ni rastro de compasión, Tristan preguntó:
– ¿En qué regimiento sirvió?
Observó cómo los viejos hombros se erguían y el anciano alzaba la cabeza.
– En el noveno. Me dieron de baja tras Corunna.
Tristan asintió.
– Como a muchos otros. No fue una de nuestras mejores campañas, tuvimos suerte de poder salir de allí.
Los legañosos ojos del anciano se abrieron como platos.
– ¿Estuvo allí?
– Sí.
– Sí -repitió el hombre y asintió-. Entonces, lo sabrá.
Tristan aguardó un momento, luego preguntó:
– Así pues, ¿lo hará?
– ¿Vigilar por usted todas las noches? -El viejo lo miró, luego volvió a asentir-. Sí, lo haré. -Miró a su alrededor-. Será extraño, después de todos estos años, pero… -Se encogió de hombros y se levantó con dificultad.
Inclinó la cabeza hacia Leonora con gesto deferente, luego pasó por su lado mientras observaba la cocina con unos ojos nuevos.
– ¿Cómo se llama?
– Biggs, señor. Joshua Biggs.
Tristan cogió a Leonora del brazo y la hizo avanzar hacia la escalera.
– Le dejaremos de guardia, Biggs, pero dudo que haya ningún incidente más esta noche.
El viejo alzó la vista y levantó una mano para despedirse.
– Sí, señor. Pero aquí estaré si lo hay.
Fascinada por la conversación, Leonora dirigió su atención de nuevo a la situación actual cuando llegaron al vestíbulo de arriba.
– ¿Cree que el hombre que ha huido era nuestro ladrón?
– Dudo mucho que tengamos a más de un hombre, o grupo de hombres, intentando acceder a su casa.
– ¿Un grupo de hombres? -Miró a Trentham y maldijo la oscuridad que ocultaba su rostro-. ¿Realmente cree que podrían ser un grupo de hombres?
Él no respondió inmediatamente. A pesar de que no podía verlo, Leonora estaba segura de que fruncía el cejo. Llegaron a la puerta principal. Sin soltarla, Trentham la abrió y la miró a los ojos cuando salieron al porche delantero, con Henrietta tras ellos. La leve luz de la luna los alcanzó.