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Humphrey bufó.

– Mejor eso que esto. -Señaló el tomo que descansaba sobre sus rodillas-. Data de más de un siglo después, pero no eran en absoluto más pulcros. ¿Por qué no podían usar plumas decentes…? -Se interrumpió, luego dedicó una agradable sonrisa a Tristan-. Pero usted no ha venido a oír hablar de esto. No debería dejarnos empezar, porque podemos estar hablando de ello durante horas.

Él se quedó pasmado.

– ¡Bueno! -Sir Humphrey cerró el tomo sobre el regazo-. ¿Qué podemos hacer por usted? -repitió.

– No es que necesite ayuda. -Iba a tientas, sin saber cuál sería el mejor modo de abordarlo-. Sólo he pensado que debería informarles de que anoche hubo un intento de robo en el número doce.

– ¡Dios santo! -Sir Humphrey se mostró tan desconcertado como Tristan había previsto-. ¡Malditos sinvergüenzas! ¡Últimamente se les están subiendo los humos!

– Sí. -Tristan volvió a tomar el control de la conversación antes de que el hombre empezara a divagar-. Pero, en este caso, los trabajadores se dieron cuenta de que habían forzado una cerradura la noche anterior, así que montamos guardia. El tipo regresó y entró en la casa. Lo habríamos atrapado de no ser por algunas complicaciones inesperadas. Al final, logró escapar, pero parece ser que él… digamos que no es el maleante de clase baja que se esperaría que fuera. De hecho, mostraba todos los signos de ser un caballero.

– ¿Un caballero? -Sir Humphrey estaba perplejo-. ¿Un caballero entrando sin permiso en casas de otros?

– Eso parece.

– Pero ¿qué querría un caballero? -Con el cejo fruncido, Jeremy miró a Tristan a los ojos-. Para mí no tiene mucho sentido.

Su tono era desdeñoso y Tristan dominó su exasperación.

– Sí. E incluso más asombroso es que un ladrón se molestara en entrar en una casa completamente vacía. -Miró a sir Humphrey y luego a Jeremy-. En el número doce no hay nada, y hablo literalmente: nada. Y dada toda la parafernalia y la presencia de los trabajadores a lo largo del día, ese hecho debe de ser tremendamente obvio.

Tanto sir Humphrey como Jeremy parecieron aún más confusos, como si todo aquel asunto se les fuera de las manos. Tristan lo sabía todo sobre el engaño y estaba empezando a sospechar que estaba presenciando una actuación ensayada. Su voz se endureció-. Se me ha ocurrido que quizá el intento de acceder al número doce pudiese estar relacionado con los dos robos frustrados aquí.

Los dos rostros se volvieron hacia él, inexpresivos y neutros. Demasiado inexpresivos y neutros. Lo comprendían todo, pero se negaban a reaccionar.

Dejó que el silencio se volviera incómodo. Al final, Jeremy carraspeó.

– ¿Por qué lo dice?

Estuvo a punto de rendirse, pero sólo una mordaz determinación, alimentada por algo muy similar a la furia, hizo que se inclinara hacia adelante y atrapara sus miradas con la suya. No podía permitirles abdicar tan fácilmente de sus responsabilidades y refugiarse en su mundo desaparecido hacía ya mucho tiempo, mientras dejaban que Leonora se las arreglara sola en aquel asunto.

– ¿Y si el ladrón no es el tipo de delincuente habitual, y todas las pruebas sugieren que no lo es, sino que va tras algo concreto, algún objeto que tiene valor para él? Si ese objeto está aquí, en esta casa, entonces…

La puerta se abrió. Leonora entró y sonrió.

– ¡Milord! ¡Qué alegría verlo de nuevo!

Tristan se levantó. No se alegraba, estaba aterrorizada. Ella se acercó, disgustada por lo mal que había fingido, pero Tristan aprovechó la oportunidad y le tendió la mano.

Leonora parpadeó, pero después de una leve vacilación, le ofreció la suya. Él se inclinó y ella le hizo una reverencia. Sus dedos temblaron en los de él.

Una vez finalizados los saludos, la guió para que se sentara en el diván, a su lado. No tuvo más remedio que hacerlo. Mientras tomaba asiento tensa y con los nervios a flor de piel, sir Humphrey comentó:

– Trentham acaba de decirnos que se produjo un robo en la casa de al lado, anoche. Por desgracia, el muy canalla escapó.

– ¿De verdad? -Con los ojos abiertos como platos, se volvió hacia Tristan al tiempo que se colocaba un poco de lado, para poder verle la cara.

Él le devolvió la mirada.

– Sí. -Leonora debió de captar su tono seco-. Y ahora les estaba comentando que el intento de acceder al número doce podría estar relacionado con los intentos anteriores de entrar aquí.

Sabía que ella había llegado a la misma conclusión.

– Sigo sin ver ningún vínculo real. -Jeremy se inclinó sobre su libro y dirigió a Tristan una mirada firme pero, aun así, desdeñosa-. Me refiero a que los ladrones lo intentan en todas partes, ¿no?

Él asintió.

– Por lo que aún parece más extraño que este «ladrón», y creo que podemos dar por supuesto que todos los intentos han sido obra de la misma persona, continúe tentando la suerte en Montrose Place, a pesar de todos sus fracasos hasta la fecha.

– Mmm, sí, bueno, quizá ahora capte el mensaje y se vaya a otra parte, dado que no ha podido entrar en ninguna de nuestras casas.

Sir Humphrey arqueó las cejas con gesto esperanzado.

Tristan se aferró a su decisión.

– El mero hecho de que lo haya intentado tres veces sugiere que no se irá, que sea lo que sea lo que busca, está dispuesto a conseguirlo.

– Sí, pero se trata precisamente de eso. -Jeremy se recostó y extendió las manos con los dedos separados-. ¿Qué diablos podría buscar aquí?

– Ésa… -replicó Tristan- es la cuestión.

Sin embargo, cualquier sugerencia que hizo de que el «ladrón» pudiera ir detrás de algo relacionado con sus investigaciones, que buscara información, oculta o no, o algún tomo inesperadamente valioso, se topó con negativas e incomprensión. Aparte de especular que el delincuente pudiese ir detrás de las joyas de Leonora, algo que Tristan encontraba difícil de creer y, por la expresión de su rostro, también Leonora, ni sir Humphrey ni Jeremy tuvieron ninguna idea que les ayudara a avanzar.

Quedó totalmente claro que no tenían el menor interés en resolver el misterio del robo y que ambos compartían la opinión de que ignorar el asunto por completo era el modo más seguro de hacer que desapareciera. Al menos para ellos.

Tristan no aprobaba ese comportamiento, y reconocía en él a los de su clase. Eran personas egoístas, absortas en sus propios intereses y centradas única y exclusivamente en sí mismas. A lo largo de los años, habían aprendido a dejarlo todo en manos de Leonora y como ella siempre había respondido, ahora veían los esfuerzos de la joven como un deber para con ellos. Leonora batallaba con el mundo real, mientras sir Humphrey y Jeremy permanecían absortos en su propio mundo académico.

De repente, sintió una admiración por ella que le costó mucho admitir, porque era algo que no deseaba sentir, y esa admiración fue acompañada de una mayor comprensión y una preocupante sensación de que aquella mujer se merecía algo mejor.

No pudo hacer ningún progreso con sir Humphrey ni con Jeremy y, finalmente, tuvo que reconocer la derrota. Aunque sí les arrancó la promesa de que pensarían en el tema y le informarían de inmediato si se les ocurría algo que pudiera ser el objetivo del ladrón.

Clavó los ojos en Leonora y se levantó. Durante todo el rato, había sido consciente de su tensión, de que lo vigilaba como un halcón listo para abalanzarse y desviar o rebatir cualquier comentario que pudiera revelar que ella hubiera participado en los acontecimientos de la noche anterior.

Tristan le sostuvo la mirada; ella captó el mensaje y se levantó también.

– Acompañaré a lord Trentham.

Con agradable sonrisa, Humphrey y Jeremy se despidieron de él. Tristan siguió a Leonora hasta la puerta de la biblioteca, se detuvo allí y se dio la vuelta. Los dos hombres ya tenían la cabeza agachada y habían regresado al pasado. La expresión de la joven le decía que era consciente de lo que había visto y arqueó una ceja con socarronería, como si la divirtiera que hubiera pensado que podía cambiar las cosas.