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No tenía ni idea de por qué lo había rechazado, de por qué, según ella, no tenía ningún interés en el matrimonio. Sus tías, sometidas al más sutil de los interrogatorios, habían sido incapaces de arrojar alguna luz al tema, lo que significaba que entraba en aquella batalla a ciegas. No era que eso afectara de un modo considerable a su estrategia, ya que, por lo que había oído, sólo había un modo de ganarse a una dama reticente.

Cuando se bajó el telón al final del primer acto, Leonora suspiró, luego recordó dónde se encontraba y con quién. Miró a Trentham y no la sorprendió encontrárselo con sus ojos fijos en su rostro. Sonrió con frialdad.

– Me iría muy bien algo para beber.

Él la miró a los ojos un momento, luego, sonrió, inclinó la cabeza aceptando el encargo y se levantó.

Leonora se volvió y vio a Gertie y a Mildred de pie. Estaban recogiendo sus retículos y chales.

Su tía Mildred les dedicó una amplia sonrisa a ella y a Trentham.

– Vamos a pasear por el pasillo y a saludar a todo el mundo. Leonora odia las aglomeraciones, pero estoy segura de que podemos confiar en usted para entretenerla.

Por segunda vez esa noche, Leonora se quedó boquiabierta. Asombrada, observó cómo sus tías salían y Trentham les sostenía la pesada cortina para que pudieran hacerlo. Dada su previa insistencia en evitar el ritual de los saludos, no pudo quejarse, y no había nada inapropiado en que ella y Trentham se quedaran solos en el palco; estaban en público, bajo la mirada de un gran número de damas de la buena sociedad.

Trentham dejó caer la cortina y se volvió hacia ella.

Leonora carraspeó.

– Tengo la boca verdaderamente seca… -Había bebidas disponibles junto a la escalera; llegar hasta allí y volver lo mantendría ocupado una buena parte del intermedio.

Sin embargo, él siguió con los ojos fijos en su rostro, con una leve sonrisa. Cuando se oyó un golpe en la puerta, se dio la vuelta y apartó la cortina. Entró un acomodador con una bandeja en la que llevaba cuatro copas y una botella de champán fría. La dejó en la mesita que había junto a la pared del fondo.

– Yo lo serviré.

El hombre les hizo una reverencia y desapareció por la cortina.

Leonora observó a Trentham abrir la botella y luego servir el delicado líquido en dos de las copas. De repente, se sintió muy feliz de haberse puesto el vestido azul oscuro, una coraza adecuada para aquel tipo de situación.

Él le entregó una copa y a ella la sorprendió un poco que no aprovechara el momento para rozarle los dedos. Cuando levantó la copa, Trentham le sostuvo la mirada.

– Relájate. No muerdo.

Leonora arqueó una ceja, bebió y luego preguntó:

– ¿Estás seguro?

Sus labios se curvaron y observó a los demás asistentes que pululaban por los otros palcos.

– Este entorno no es muy propicio.

Volvió a mirarla, luego cogió la silla de Gertie, le dio la vuelta para sentarse de espaldas a la multitud y estiró las piernas en una pose elegante pero cómoda.

Él bebió también, con la mirada fija en el rostro de ella, luego le preguntó:

– Entonces, dime, ¿es el señor Kean tan bueno como dicen?

Leonora se dio cuenta de que él no tenía ni idea de eso, porque había estado lejos, sirviendo en el ejército durante los últimos años.

– Es un artista sin parangón, al menos ahora mismo. -Considerando que el tema era seguro, le explicó lo más destacado de la carrera del actor.

Trentham le hizo alguna pregunta que otra. Cuando el tema quedó agotado, él dejó pasar un momento y luego comentó en voz baja:

– Hablando de representaciones…

Leonora lo observó y casi se atragantó con el champán. Sintió que un lento rubor le ascendía por las mejillas, pero lo ignoró y levantó la barbilla para mirarlo directamente a los ojos. Ella era ahora, se recordó a sí misma, una dama con experiencia.

– ¿Sí?

Trentham hizo una pausa, como si estuviera considerando no qué decir sino cómo decirlo.

– Me preguntaba… -alzó la copa, bebió y ocultó los ojos tras las pestañas- si tú eres muy buena actriz.

Leonora parpadeó, frunció el cejo y dejó que su expresión transmitiera su incomprensión.

Trentham volvió a mirarla a los ojos.

– Si dijera que disfrutaste de nuestro… último encuentro, ¿estaría equivocado?

Ella se ruborizó aún más, pero se negó a apartar la vista.

– No. -El recuerdo del placer que sintió la inundó, le dio fuerza para afirmar con mordacidad-. Sabes perfectamente que disfruté de él… por completo.

– Entonces, ¿eso no contribuyó a tu aversión a casarte conmigo?

De repente, entendió qué le estaba preguntando.

– Por supuesto que no. -La idea de que pudiera pensar una cosa así… Frunció el cejo-. Ya te dije que tomé esa decisión hace mucho tiempo. Mi postura no tiene nada que ver contigo.

¿Podía un hombre como él necesitar que le confirmaran semejante cosa? No pudo descubrir nada en sus ojos, en su expresión.

De repente, Trentham sonrió con dulzura. Sin embargo, el gesto fue más el de un depredador que algo encantador.

– Sólo quería estar seguro.

No había renunciado a la batalla de lograr que lo aceptara, ese mensaje Leonora pudo leerlo sin problemas. Ignorando con determinación el efecto de toda aquella relajada masculinidad a escasos centímetros de ella, le dirigió una educada mirada y le preguntó por sus tías. Él le respondió, permitiendo que cambiara de tema.

El público empezó a regresar a los asientos; Mildred y Gertie se reunieron con ellos. Leonora fue consciente de la aguda mirada que sus dos tías le lanzaron, pero mantuvo la expresión calmada y serena, y dirigió su atención a escena. Se subió el telón y la obra continuó.

En su favor, tuvo que reconocer que Trentham no hizo nada para distraerla. Aunque fue consciente de nuevo de que sus ojos se centraban principalmente en ella, se negó a darse por enterada de su atención. No podía obligarla a casarse con él; si se mantenía firme en su negativa, él acabaría desistiendo. Como Leonora había imaginado que haría.

Aun así, la idea de que se demostrara que estaba en lo cierto, por una vez no la alegró. Frunciendo el cejo para sus adentros por semejante atisbo de vulnerabilidad, se obligó a con centrarse en Edmund Kean.

Cuando se bajó el telón, un tumultuoso aplauso llenó el teatro. Después de que el señor Kean hubiera salido en innumerables ocasiones a recibir los aplausos, el público, finalmente satisfecho, se dispuso a marcharse. Arrebatada por el drama, Leonora sonrió sin problemas y le dio la mano a Trentham, se detuvo a su lado mientras levantaba la cortina para que Mildred y Gertie salieran, y luego dejó que la guiara tras ellas.

El pasillo estaba demasiado concurrido para poder mantener una conversación privada. Aunque los constantes empujones de la multitud ofrecían muchas oportunidades a cualquier caballero que deseara despertar los sentidos de una dama, para su sorpresa, Trentham no lo intentó en ningún momento. Sin embargo, Leonora fue extremadamente consciente de su presencia, grande, sólida y fuerte a su lado, protegiéndola de la presión de los cuerpos que se movían. Por las ocasionales miradas que le lanzaba, supo que estaba pendiente de ella, pero mantuvo la atención centrada en conducirlas con eficacia a través del gentío hasta la calle.

Su carruaje llegó en el momento en que alcanzaban la acera. Trentham ayudó a subir a Gertie y a Mildred, y luego se volvió hacia ella. Sosteniéndole la mirada, se llevó sus dedos a los labios y la besó, y la calidez de esa lenta caricia se extendió por todo su cuerpo.