– Espero que hayas disfrutado de la velada.
No podía mentirle.
– Sí, gracias.
Él asintió y la ayudó a subir. Sus dedos se separaron de los suyos con un leve atisbo de reticencia.
Cuando Leonora se sentó, Trentham retrocedió, cerró la puerta y le hizo una señal al cochero. El carruaje se sacudió y se alejó, y el impulso de sentarse hacia adelante y asomarse por la ventana para ver si se quedaba allí observando casi la superó, pero se quedó donde estaba, con la vista al frente y con las manos apretadas en el regazo.
Puede que él se hubiera refrenado y no le hubiera hecho ninguna caricia ilícita, que no hubiera llevado a cabo ningún intento de provocarla, pero ella había visto, y experimentado, lo suficiente para apreciar la realidad tras su máscara. Aún no se había rendido, pero se dijo a sí misma que lo haría, que al final se daría por vencido.
Sentada frente a ella, Mildred comentó:
– Unos modales tan refinados, tan firmes. Tienes que admitir que hay pocos caballeros hoy en día que sean tan… -Sin saber qué decir, hizo un gesto.
– Masculinos -sugirió Gertie.
Tanto Leonora como Mildred la miraron sorprendidas. Ésta fue la primera en recuperarse.
– ¡Exacto! -asintió-. Tienes razón. Se ha comportado como debía hacerlo.
Tras recuperarse de la conmoción de oír a Gertie, aquella mujer que odiaba a los caballeros, aprobar a algún varón, aunque, al fin y al cabo, se trataba de Trentham el Encantador, así que debería haberlo esperado, Leonora preguntó:
– ¿Cómo lo conocisteis?
Mildred se movió para arreglarse la falda.
– Ha venido a vernos esta mañana. Dado que vosotros ya os conocíais, aceptar su invitación parecía algo razonable.
Desde el punto de vista de Mildred.
Leonora se contuvo y no le recordó a su tía que le había dicho que una vieja amiga le había dado las entradas; hacía tiempo que había descubierto hasta dónde podía llegar la mujer para ponerla en presencia de un caballero que fuera un buen partido. Y no cabía duda de que Trentham lo era.
Ese pensamiento lo llevó una vez más a su mente, no como había estado en el teatro, sino como en los dorados momentos que habían compartido en el dormitorio del piso de arriba. Cada instante, cada caricia, estaban grabados en su memoria; sólo pensar en ello era suficiente para evocarlo de nuevo; no sólo las sensaciones, sino todo lo demás, todo lo que había sentido.
Se había esforzado por evitar los recuerdos, por no pensar, no reflexionar sobre la emoción que la había llenado cuando se había dado cuenta de que no pretendía llegar a la consumación, la emoción que la había impulsado a pronunciar aquella súplica.
«Por favor… no me dejes.»
Esas palabras la atormentaban, sólo el recuerdo bastaba para hacerla sentir extremadamente vulnerable. Expuesta.
Sin embargo, su respuesta… A pesar de todo lo que sabía de él, cómo había juzgado su carácter, sus maquinaciones, estaba en deuda con Trentham por ello. Por darle todo lo que deseaba. Por ponerse a su disposición en ese momento, por entregarse a ella cuando Leonora lo había deseado.
Dejó que el recuerdo se alejara; aún era demasiado evocador para recrearse en él. En lugar de eso, se centró en la velada, pensó en todo lo que había pasado y en lo que no. Incluido el modo en que ella había reaccionado a él, a su cercanía. Eso había cambiado. Sus nervios ya no se disparaban. Ahora, cuando lo tenía cerca, cuando se tocaban, sus nervios vibraban. Era la única palabra que podía encontrar para describir la sensación, el cálido consuelo que le daba. Quizá un eco del placer recordado. Lejos de sentirse nerviosa, se había sentido cómoda. Como si rodar desnudos sobre una cama, disfrutando de aquel íntimo acto hubiera cambiado de un modo fundamental sus respuestas hacia él. Para mejor, según su punto de vista. Ya no se sentía tan en desventaja, ya no se sentía físicamente tensa, nerviosa en su presencia. Curioso, pero real. El tiempo que habían pasado solos en el palco había sido un momento cómodo, agradable. Si era sincera, totalmente agradable a pesar del escrutinio de Trentham. Leonora suspiró y se recostó en el asiento. No podía censurar a Mildred. Había disfrutado de la velada mucho más y de un modo bastante diferente a lo que había esperado.
CAPÍTULO 10
Cuando al día siguiente Trentham se presentó para llevarla a pasear por el parque, Leonora se quedó perpleja. Y cuando intentó negarse, él se limitó a decirle:
– Ya has reconocido que no tienes ningún otro compromiso.
Sólo porque había pensado que querría hablarle de sus investigaciones.
Trentham mantuvo los ojos fijos en los suyos.
– Deberías hablarme de las cartas que enviaste a los corresponsales de Cedric. Me lo puedes explicar igual de bien en el parque que aquí. -Su mirada se volvió más penetrante-. Además, debes de estar deseando salir al aire libre. Hoy es uno de esos días que no se pueden dejar escapar.
Leonora lo estudió con los ojos entornados; aquel hombre era verdaderamente peligroso. Tenía razón, por supuesto; el día era glorioso y ella había estado dándole vueltas a la idea de un paseo rápido, pero después de su última salida, vacilaba en salir sola.
Trentham era demasiado prudente para presionarla más, pero se limitó a esperar… esperar una capitulación, como acostumbraba a hacer.
Leonora le hizo una mueca.
– Muy bien. Voy a coger mi pelliza.
Cuando bajó la escalera, la aguardaba en el vestíbulo. Mientras caminaba a su lado hacia la verja, se dijo a sí misma que no debería permitir que aquella comodidad que sentía con él se desarrollara más. Sin embargo, el paseo en carruaje no hizo nada por romper el hechizo. La brisa era fresca, penetrante con la promesa de la primavera; el cielo se veía azul, con unas tenues nubes que se limitaban a flirtear con el sol. Aquella calidez era un bienvenido alivio tras los fríos vientos que habían soplado hasta hacía poco, y los primeros brotes ya podían verse en las ramas bajo las que Trentham guió a sus caballos.
En un día así, las damas de la buena sociedad estaban todas en el parque, pero aún era pronto y la avenida no se veía demasiado concurrida. Leonora saludaba con la cabeza aquí y allá a los conocidos de sus tías que la reconocían, pero centró la mayor parte de su atención en el hombre sentado a su lado.
Conducía sin apenas tocar las riendas, lo que a Leonora, consciente de la dificultad, le pareció admirable y de una seguridad irreflexiva que aún le decía más. Intentó mantener los ojos alejados de sus manos, de los largos dedos que guiaban los caballos con pericia, pero no lo logró.
Un momento después, sintió que el calor le subía por las mejillas y la obligaba a apartar la vista.
– He enviado las últimas cartas esta mañana. Con suerte, alguien responderá en un plazo mínimo de una semana.
Trentham asintió.
– Cuanto más pienso en ello, más probable me parece que lo que Mountford busca sea algo que tiene que ver con el trabajo de tu primo Cedric.
Leonora lo miró; algunos mechones de pelo se le habían caído hacia adelante y se movían juguetones alrededor de su rostro.
– ¿Por qué?
Tristan clavó la mirada en sus caballos para alejar la vista de su boca y sus suaves y seductores labios.
– Tenía que ser algo que un comprador consiguiera con la casa. Si tu tío hubiera estado dispuesto a venderla, ¿habríais vaciado el taller de Cedric? -La miró y añadió-: Tengo la impresión de que hubiera quedado olvidado, de que nadie habría pensado en él. No creo que eso ocurriera con cualquier cosa de la biblioteca.
– Cierto. -Leonora asintió intentando controlar sus propios rizos-. Yo no me habría molestado en entrar en el taller de no ser por los esfuerzos de Mountford. Sin embargo, creo que estás pasando por alto un punto. Si yo fuera detrás de algo y tuviera una idea razonable de dónde podría encontrarlo, lo habría organizado todo para comprar la casa sin que se completara la venta, ¿entiendes? Y luego pediría verla para medir las habitaciones en vista a posibles reformas o para los muebles. -Se encogió de hombros-. Un modo sencillo de conseguir tiempo para husmear por ahí y quizá coger alguna cosa.