Выбрать главу

– Forzarte a salir… -Mildred parecía preocupada-. Querida, ¿eres consciente de lo que esto supone?

Ella se dio la vuelta, miró a su tía, luego a Gertie, que se había parado ante un sillón.

Ésta observó a Leonora y luego asintió:

– Seguramente. -Se sentó-. Es implacable. Dictatorial. Alguien que no deja que nada se interponga en su camino.

– ¡Exacto! -El alivio de haber encontrado a alguien que la comprendiera fue increíble.

– Pero -continuó Gertie- en realidad tienes una salida.

– ¿Salida? -Mildred miró a una y a otra-. De verdad, espero que no vayas a animarla a huir ante este inesperado suceso.

– Respecto a eso -respondió Gertie, totalmente impasible- hará lo que le plazca, siempre lo ha hecho. Pero la verdadera cuestión aquí es, ¿va a dejar que le dé órdenes o va a oponer resistencia?

– ¿Resistencia? -Leonora frunció el cejo-. ¿Te refieres a que ignore todas esas invitaciones? -Incluso a ella misma ese pensamiento le parecía una pizca extremo.

Su tía bufó.

– ¡Por supuesto que no! Haz eso y cavarás tu propia tumba. Pero no hay motivo para dejar que se salga con la suya pensando que puede obligarte a hacer cualquier cosa. Tal como yo lo veo, la respuesta más contundente sería aceptar encantada las mejores invitaciones y asistir a los eventos con el claro objetivo de divertirte. Ve y coincide con él en los salones de baile y si se atreve a presionarte allí, puedes enviarlo a tomar viento fresco delante de la mayoría de los miembros de la buena sociedad.

Golpeó el suelo con su bastón.

– Tienes que enseñarle que no es omnipotente, que no puede salirse con la suya con semejantes maquinaciones. -Los viejos ojos de la anciana centellearon-. El mejor modo para hacer eso es darle lo que cree que desea y luego mostrarle que no es lo que realmente quiere en absoluto.

La mirada en el rostro de Gertie era descaradamente perversa y la idea que evocó en la mente de Leonora era muy atractiva.

– Ya te entiendo… -Se quedó ensimismada mientras su mente barajaba posibilidades-. Darle lo que anda buscando, pero… -Volvió a centrar la mirada en Gertie y sonrió-. ¡Por supuesto!

El número de invitaciones había aumentado hasta diecinueve; se sintió casi embriagada por el desafío. Se volvió hacia Mildred, que había estado observando a su hermana con una expresión más bien perpleja en el rostro.

– Antes de ir a la de lady Holland, quizá deberíamos asistir a la fiesta de los Carstairs.

Así lo hicieron; Leonora utilizó aquel evento como entrenamiento para desempolvar y pulir sus dotes sociales. Para cuando entró en la elegante casa de lady Holland, se sentía muy segura. Sabía que tenía muy buen aspecto con su vestido de seda color amarillo, el pelo en un recogido alto y unos pendientes de topacio y perlas alrededor de la garganta.

Tras Mildred y Gertie, hizo una reverencia a lady Holland, que le estrechó la mano y pronunció las habituales palabras de cortesía mientras la observaba con sus ojos sagaces e inteligentes.

– Tengo entendido que ha hecho una conquista -comentó la dama.

Leonora arqueó las cejas levemente y dejó que sus labios se curvaran en una sonrisa.

– De un modo totalmente involuntario, se lo aseguro.

Lady Holland abrió los ojos como platos y pareció intrigada.

Ella dejó que su sonrisa se ampliara y, con la cabeza alta, siguió avanzando.

Desde donde se encontraba, apoyado en la pared del salón, Trentham observó el intercambio, vio la sorpresa de lady Holland y captó la divertida mirada que ésta le lanzó cuando Leonora avanzó hacia la multitud.

Tristan ignoró a la mujer y fijó la mirada en su presa mientras se alejaba de la pared. Había llegado demasiado pronto, algo que contravenía las normas, sin importarle que su anfitriona, que siempre había mostrado interés por su carrera, dedujera correctamente sus motivos. Las últimas dos horas habían sido de inactividad total, de indecible aburrimiento, y le habían recordado por qué nunca había sentido que se hubiera perdido nada al alistarse en el ejército a los veinte años. Sin embargo, ahora que Leonora se había dignado aparecer, podría tomar la iniciativa.

Las invitaciones que había conseguido a través de su propia posición y de sus ancianas parientes le garantizarían que a lo largo de la próxima semana podría encontrarse con Leonora cada noche en algún acontecimiento y en algún lugar propicio para lograr su objetivo.

Después de eso, aunque la condenada mujer aún se mantuviera firme, siendo como era la sociedad, las invitaciones continuarían llegando motu proprio, creando oportunidades que él podría aprovechar hasta que ella se rindiera.

La tenía en el punto de mira y no escaparía.

Cubrió la distancia que los separaba y se colocó a su lado en el momento en que sus tías se sentaban en un diván en un rincón de la sala. Con ese movimiento se había adelantado a unos cuantos caballeros que se habían fijado en Leonora y parecían dispuestos a tantear el terreno.

Tristan había descubierto que lady Warsingham no era en absoluto desconocida entre la buena sociedad; ni tampoco su sobrina. La opinión general sobre Leonora era que se trataba de una obstinada dama incurablemente contraria al matrimonio. Aunque su edad la colocaba más allá de la categoría de señoritas casaderas, su belleza, su seguridad y su comportamiento la convertían en un desafío, al menos a ojos de hombres que veían con interés a las damas rebeldes. Y esos caballeros sin duda tomarían nota del interés de Tristan y mirarían hacia otro lado. Si eran inteligentes.

Saludó con la cabeza a las damas sentadas en el diván, que le dirigieron una amplia sonrisa. A continuación, se volvió hacia Leonora y se encontró con una mirada claramente gélida.

– Señorita Carling.

Ella le ofreció la mano y le hizo una reverencia. Tristan se inclinó, le besó la mano, la hizo erguirse y le colocó los dedos sobre su manga; Leonora los apartó de inmediato y se volvió para saludar a una pareja que se les había acercado.

– ¡Leonora! ¡Hace muchísimo que no te veíamos!

– Buenas noches, Daphne. Señor Merryweather. -Leonora dio dos besos a Daphne, una dama morena de generosos encantos, luego estrechó la mano al caballero, cuyo color de piel y rasgos lo proclamaban hermano de Daphne.

Leonora lanzó una mirada a Trentham y lo incluyó en la conversación, presentándolo como el conde de Trentham.

– ¡Qué me dices! -Los ojos de Merryweather se iluminaron-. He oído que estuvo con la Guardia Real en Waterloo.

– Exacto. -Pronunció la palabra lo más secamente que pudo, pero el joven no lo captó. Siguió parloteando y haciéndole las preguntas habituales que Tristan, mientras suspiraba para sus adentros, respondió con las contestaciones ya ensayadas.

Leonora, más familiarizada con sus tonos, le lanzó una curiosa mirada, pero entonces Daphne reclamó su atención.

Con su agudo oído, Tristan en seguida se dio cuenta del tenor de las preguntas de la dama. Ésta había supuesto que Leonora no tenía ningún interés por él. Sin embargo, ella, incluso casada, sí lo tenía. Con el rabillo del ojo, vio que Leonora le dirigía una calculadora mirada, y se inclinaba después hacia la dama y bajaba la voz. De repente, Tristan fue consciente del peligro. Alargó el brazo y, muy despacio, le rodeó la muñeca con los dedos. Mientras dirigía una sonrisa encantadora a Merryweather, se movió para incluir también a Daphne en ella y de modo descarado, atrajo a Leonora hacia sí, lejos de la pareja,. Y entrelazó su brazo con el suyo.

– Les ruego que nos disculpen, acabo de ver a mi antiguo comandante y debería presentarle mis respetos.

Tanto Merryweather como Daphne sonrieron y murmuraron una despedida. Antes de que Leonora pudiera reaccionar, Tristan inclinó la cabeza y se la llevó con él a través de la multitud.

Ella movió los pies con la mirada clavada en su rostro. Luego miró al frente.

– Eso ha sido una grosería. Ya no estás en activo, no hay ningún motivo para que debas mostrar tus respetos a tu ex comandante tan precipitadamente.