Выбрать главу

– Desde luego. Sobre todo porque no está presente.

Leonora lo miró con los ojos entrecerrados.

– No sólo eres un desalmado, sino un desalmado mentiroso.

– Hablando de desalmados, creo que deberíamos establecer algunas reglas para este juego. Sea cuanto sea el tiempo que pasemos lidiando con la buena sociedad, circunstancia que, por cierto, está totalmente en tus manos, te abstendrás de echarme encima a ninguna arpía como la adorable Daphne.

– Pero ¿para qué estás aquí si no es para probar y seleccionar a las jóvenes damas disponibles? -Señaló a su alrededor-. Es lo que todos los caballeros de nuestra clase hacen.

– Dios sabe por qué, desde luego, pero yo no. Yo, como tú muy bien sabes, estoy aquí sólo con un propósito, cazarte a ti.

Se detuvo para coger dos copas de champán de la bandeja de un sirviente. Le entregó una a Leonora, la guió hasta una zona menos concurrida, ante una larga ventana, se colocó de forma que tuviese una amplia vista de la sala, bebió y luego continuó:

– Puedes jugar a este juego como quieras, pero si posees algún instinto de autoconservación, mantendrás el juego entre tú y yo, y no involucrarás a nadie más. -Bajó la vista y la miró a los ojos-. Ya sea hombre o mujer.

Ella lo estudió con las cejas levemente arqueadas.

– ¿Es eso una amenaza? -Bebió con calma y aparentemente sin inmutarse.

Tristan contempló sus ojos, serenos y tranquilos. Seguros.

– No. -Levantó la copa y golpeó el borde con la de ella-. Es una promesa.

Bebió mientras observaba cómo le centelleaban los ojos, pero Leonora mantuvo su genio bajo control. Se obligó a beber, a fingir que examinaba a la multitud, luego bajó la copa.

– No puedes llegar y creer que vas a someterme.

– No quiero someterte. Te quiero en mi cama.

Eso le valió una mirada levemente escandalizada, pero no había nadie lo bastante cerca como para oírlo.

Mientras el rubor cedía, ella le sostuvo la mirada.

– Eso es algo que no puedes tener.

Tristan dejó que el silencio se prolongara, luego arqueó una ceja.

– Ya veremos.

Leonora estudió su rostro y levantó la copa mientras dirigía la mirada más allá de donde él estaba.

– ¡Señorita Carling! ¡Diantre! Qué alegría verla. Vaya, deben de haber pasado años.

Ella sonrió y tendió la mano hacia un hombre.

– Lord Montacute. Un placer, y sí, han pasado años. ¿Puedo presentarle a lord Trentham?

– ¡Por supuesto! ¡Por supuesto! -Lord Montacute, siempre cordial, le estrechó la mano-. Conocí a su padre, y a su tío abuelo también, por cierto. Un viejo irascible.

– En efecto.

Recordando su objetivo, Leonora preguntó animada:

– ¿Está lady Montacute aquí esta noche?

El caballero hizo un vago gesto con la mano.

– Por ahí.

Ella mantuvo la conversación animada, frustrando todos los intentos de Trentham por hacer que decayera; desalentar a lord Montacute estaba fuera del alcance incluso de las habilidades de Trentham. Mientras tanto, ella examinó la multitud en busca de más oportunidades.

Era agradable descubrir que no había perdido la capacidad de atraer a un caballero sólo con una sonrisa. Pronto había reunido a un grupo selecto de personas que podían defenderse perfectamente en una conversación. Las fiestas de lady Holland eran famosas por su ingenio y sus tertulias; con una delicada provocación aquí, un golpe verbal allá, Leonora hizo que la pelota empezara a rodar, tras lo cual, los discursos de los presentes tomaron vida propia.

Leonora tuvo que reprimir una sonrisa demasiado reveladora cuando Trentham, a su pesar, se vio atraído y se enzarzó con el señor Hunt en una discusión sobre el secreto de sumario en lo concerniente a la prensa popular. Leonora permaneció a su lado y presidió el grupo asegurándose de que la charla no decayera. En un momento dado, lady Holland se acercó, se detuvo a su lado, la saludó con la cabeza y la miró a los ojos.

– Tienes un gran talento, querida. -Le palmeó el brazo mientras dirigía una fugaz mirada a Trentham, luego arqueó las cejas en dirección a ella y se alejó.

«¿Un gran talento para qué? -se preguntó Leonora-. ¿Para mantener a un lobo a raya?»

El resto de los invitados habían empezado a retirarse antes de que las conversaciones se apagaran. El grupo se dispersó a regañadientes y los caballeros se alejaron para buscar a sus esposas.

Cuando Trentham y ella se quedaron de nuevo solos, él la miró. Apretó los labios despacio y sus ojos se endurecieron y centellearon.

Leonora arqueó una ceja, luego se volvió hacia donde Mildred y Gertie la esperaban.

– No seas hipócrita, lo has pasado bien.

No estaba segura, pero le pareció que Trentham gruñía. No necesitó mirar para saber que la seguía mientras cruzaba la estancia hasta donde se encontraban sus tías. Sin embargo, se comportó, si no con alegre encanto, al menos con una perfecta cortesía. Las acompañó por la escalera hasta el carruaje que las esperaba y ayudó a subir a las dos damas, luego se volvió hacia ella. Se interpuso despacio entre Leonora y el carruaje, le tomó la mano y la miró a los ojos.

– No creas que podrás repetir esta estrategia mañana.

Se movió y la ayudó a subir al coche.

Con un pie en el escalón, Leonora lo miró a los ojos y arqueó una ceja. Incluso en la penumbra, Tristan reconoció el desafío.

– Tú elegiste el campo de batalla, yo elijo las armas.

Inclinó la cabeza con serenidad, se agachó y entró en el carruaje.

Él cerró la puerta con cuidado y una cierta deliberación.

CAPÍTULO 11

A la mañana siguiente, durante el desayuno, Leonora estudió su agenda social. Estaba mucho más apretada de lo que lo había estado tres días antes.

– Tú decides -le había dicho Mildred cuando ella bajó del carruaje la noche anterior.

Mientras se comía la tostada, sopesó sus posibilidades. Aunque la Temporada propiamente dicha no empezaba hasta al cabo de unas semanas, había dos bailes esa noche a los que estaban invitadas. El evento más importante era en Colchester House, en Mayfair, el menos destacado y sin duda menos formal, en casa de los Massey, en Chelsea.

Trentham esperaría que asistiera al de los Colchester, que apareciera allí como lo había hecho la noche anterior en casa de lady Holland.

Leonora se levantó y se dirigió al salón para escribirles una nota rápida a Mildred y Gertie informándolas de que le apetecía visitar a los Massey esa noche. Sentada a su escritorio, redactó la breve nota y llamó a un sirviente. Albergaba la esperanza de que, en ese caso, la distancia apagara el fuego en lugar de avivarlo; aparte de que su ausencia en casa de los Colchester disgustaría a Trentham, existía también la posibilidad de que, si lo dejaba solo en aquella situación, quizá se viera atraído por alguna otra dama, o tal vez lo distrajera alguna de la calaña de Daphne…

Leonora alzó la vista cuando entró el sirviente y le dio la nota para que la entregara. Hecho eso, se recostó y centró su atención en asuntos más serios. Dada su testaruda negativa a aceptar la petición de mano de Trentham, quizá fuera una ingenua al creer que continuaría ayudándola en el asunto de Montgomery Mountford. Sin embargo, cuando intentó imaginárselo perdiendo interés, retirando a los hombres que tenía vigilando la casa, no lo logró. Independientemente de su relación personal, sabía que él no permitiría que se enfrentara sola a Mountford. De hecho, en vista de lo que había descubierto sobre su carácter, la idea parecía de risa.

Seguirían con su asociación no declarada hasta que el misterio se resolviera; por lo tanto, le convenía acelerar el asunto lo máximo posible. Mantenerse alejada de las trampas de Trentham mientras trataba con él a diario no sería fácil, así que prolongar el peligro era una imprudencia. No podía esperar respuesta a sus cartas durante al menos unos días más. Entonces, ¿qué más podía hacer?