– ¿Ella lo liberó?
– ¡Por supuesto que sí! ¿Qué dama no lo haría en semejantes circunstancias? El muy canalla no quería casarse con Leonora porque había encontrado un mejor partido para él.
El tono de su voz reflejó el cariño que sentía por su sobrina, su angustia. Impulsivamente, Tristan le dio unas palmaditas en el hombro.
– No se preocupe, iré a rescatarla.
Pero no iba a convertir a Whorton en un mártir. Aparte de todo lo demás, estaba condenadamente feliz de que el muy canalla no se hubiera casado con Leonora.
Con los ojos clavados en el trío, se abrió paso entre la multitud. Acababan de proporcionarle una pieza vital del rompecabezas que para él era la joven y de su actitud respecto al matrimonio, pero no podía perder tiempo deteniéndose a reflexionar, colocar las piezas y ver exactamente dónde encajaba ni lo que le diría.
Llegó junto a Leonora, que alzó la vista y le sonrió.
– Ah… aquí estás.
Tristan le cogió la mano y se la llevó brevemente a los labios. Cuando se la colocó sobre la manga, como tenía por costumbre, ella arqueó las cejas levemente, resignada, y se volvió hacia los otros.
– Permíteme que te presente.
Así lo hizo; a Tristan le impactó saber que la otra dama era la esposa de Whorton. Con su educada máscara puesta, respondió a los saludos.
La señora Whorton le sonrió con dulzura.
– Como decía, ha supuesto un gran esfuerzo organizar la educación de nuestros hijos…
Para su gran sorpresa, Tristan se descubrió escuchando una conversación sobre dónde matricular a los chicos de los Whorton. Leonora dio su opinión según su experiencia con Jeremy y era evidente que Whorton escuchaba con atención sus consejos.
En contra de la suposición de Gertie, el oficial no hizo ningún intento de coquetear con Leonora, ni evocar ninguna simpatía del pasado.
Tristan la observó a ella con atención, pero no pudo detectar nada más que su acostumbrada seguridad serena y su habitual cortesía.
No era una actriz especialmente buena; tenía un genio demasiado fuerte. Fueran cuales fuesen los sentimientos que había tenido por Whorton, ya no eran lo bastante intensos como para acelerarle el pulso, que latía regular bajo los dedos de Tristan; estaba verdaderamente impasible. Incluso mientras hablaba de niños que podrían haber sido los suyos si las cosas hubieran sido diferentes.
De repente, se preguntó qué sentía respecto a los niños y se dio cuenta de que él había dado por buena su opinión respecto a darle un heredero y se preguntó si ya llevaría a su hijo en su seno.
Se le encogió el estómago y una oleada de posesividad lo inundó. Aunque no agitó ni una pestaña, Leonora lo observó frunciendo levemente el cejo, en un gesto de inquisitiva preocupación. Su mirada lo salvó. Le sonrió y ella parpadeó, estudió sus ojos y se volvió de nuevo hacia la señora Whorton.
Finalmente, los músicos empezaron a tocar y Tristan aprovechó el momento para despedirse de la pareja. Llevó a Leonora directamente a la pista. La atrajo hacia sus brazos y la hizo girar al ritmo del vals. Sólo entonces se centró en su rostro, en la sufrida expresión de sus ojos.
Tristan parpadeó y arqueó una ceja.
– Me he dado cuenta de que los militares estáis acostumbrados a actuar con celeridad, pero en los salones de baile de la buena sociedad, se acostumbra a preguntarle a una dama si desea bailar.
Él la miró a los ojos. Tras un momento, dijo:
– Mis disculpas.
Leonora aguardó, luego añadió:
– ¿No vas a preguntármelo?
– No. Ya estamos bailando, así que preguntártelo es superfluo y, además, cabe la posibilidad de que te niegues.
Ella lo miró parpadeando, luego sonrió, claramente divertida.
– Debería intentarlo alguna vez.
– No.
– ¿Por qué no?
– Porque no te gustaría lo que iba a suceder.
Leonora le sostuvo la mirada y luego suspiró exageradamente.
– Vas a tener que pulir tus modales. Esta actitud no funcionará.
– Lo sé. Créeme, estoy trabajando en una solución, y tu ayuda sería muy apreciada.
Ella entornó los ojos, luego levantó la cabeza y apartó la vista, fingiendo enfadarse porque había sido él quien había dicho la última palabra.
Tristan la hizo girar mientras pensaba en el otro pequeño asunto, un asunto pertinente y posiblemente urgente, del que tendría que encargarse.
«Los militares.» Sus recuerdos de Whorton, sin importar lo antiguos y enterrados que estuvieran, no podían ser felices y casi con seguridad lo había catalogado a él como a un hombre cortado por el mismo patrón que Whorton.
CAPÍTULO 13
– ¡Excelente! -Leonora alzó la vista cuando Tristan entró. Recogió rápidamente el escritorio, lo cerró y se levantó-. Podemos pasear por el parque con Henrietta mientras te explico las nuevas noticias que tengo.
Él arqueó una ceja, pero le sostuvo la puerta, obediente, y la siguió de nuevo al vestíbulo. La noche anterior, Leonora le había explicado que había recibido unas cuantas respuestas de los corresponsales de Cedric y le había pedido que fuera a verla para hablar del tema, aunque no había mencionado lo de pasear a la perra.
Tristan la ayudó a ponerse la pelliza, luego se puso él el abrigo; el viento era muy frío y soplaba con fuerza en las calles. Las nubes ocultaban el sol, pero el día era bastante seco. Un sirviente llegó con Henrietta sujeta a una correa. Tristan dirigió a la perra una mirada de advertencia y luego cogió la correa.
Leonora encabezó la marcha.
– El parque está a unas cuantas calles de distancia.
– Confío -comentó Tristan mientras la seguía por el camino de entrada-, en que hayas estado paseando con tu perra.
Ella lo miró.
– Si con eso quieres preguntarme si he estado paseando por la calle sin ella, no. Pero sólo es algo temporal. Cuanto antes solucionemos el tema de Mountford, mejor.
Leonora se adelantó, abrió la verja y se la sostuvo mientras Tristan y Henrietta salían. Luego la cerró.
Él la cogió de la mano y la miró a los ojos y apoyó el brazo sobre el suyo.
– En resumidas cuentas -mientras la sujetaba a su lado, dejó que Henrietta los llevara hacia el parque-, ¿qué has descubierto?
Ella tomó aire, acomodó el brazo en el de él y miró al frente.
– Tenía puestas grandes esperanzas en A. J. Carruthers, porque Cedric mantuvo una correspondencia muy fluida con él durante los últimos años. Sin embargo, no había recibido ninguna respuesta de Yorkshire, donde Carruthers reside, hasta ayer. No obstante, antes de eso los días anteriores, recibí tres respuestas de otros botánicos, todos repartidos por el país. Los tres me dijeron que creían que Cedric estaba trabajando en una fórmula especial, pero ninguno de ellos conocía los detalles. A pesar de ello, todos sugerían que me comunicara con A. J. Carruthers, porque Cedric había mantenido muy estrecho contacto con él.
– ¿Tres respuestas independientes y todos creían que Carruthers sabría más?
Leonora asintió.
– Exacto. Por desgracia, A. J. Carruthers está muerto.
– ¿Muerto? -Tristan se detuvo y la miró a los ojos. La verde extensión del parque se encontraba al otro lado de la calle-. ¿Cómo murió?
Ella hizo una mueca.
– No lo sé, lo único que sé es que está muerto.
Henrietta tiró impaciente; Tristan miró y luego las guió hacia el otro lado de la calle. La enorme y peluda perra y su mandíbula abierta llena de dientes afilados le dio la excusa perfecta para evitar la zona más frecuentada por las damas y sus hijas. En lugar de eso, guió al explorador animal hacia la región más frondosa y con más maleza, en el extremo occidental de Rotten Row. Aquella zona estaba casi desierta.
Leonora no esperó a que le preguntara.