Se lo explicó todo, subrayando que el carruaje con el cochero y el lacayo estaban esperando en las caballerizas para llevarla a casa. Cuando llegó al final del relato, Tristan dejó que pasaran unos segundos, luego arqueó levemente las cejas, el primer cambio en su expresión desde que había entrado en la estancia. Además, se movió y se apoyó en el borde del escritorio con la mirada fija en su rostro.
– ¿Dónde cree que estás Jeremy?
– Él y Humphrey están bastante seguros de que estoy durmiendo. Se han lanzado a la tarea de encontrarles un sentido a los diarios de Cedric y están absortos en su trabajo.
Un sutil cambio sobrevoló sus facciones, que se endurecieron de nuevo, y Leonora en seguida añadió:
– A pesar de eso, mi hermano se ha asegurado de que se cambiaran todas las cerraduras, como tú sugeriste.
Tristan le sostuvo la mirada; pasó un largo momento, luego inclinó la cabeza un poco, haciéndole ver que le había leído bien los pensamientos. Reprimiendo el impulso de sonreír, Leonora continuó:
– De todos modos, ahora me aseguro de que Henrietta pase las noches en mi habitación, así no vagará por ahí… -Ni la molestaría, ni preocuparía. Parpadeó y prosiguió-: Así que he tenido que llevármela conmigo cuando me he ido esta noche… Está con Biggs, en la cocina del número doce.
Tristan reflexionó. Había tenido en cuenta todos los detalles necesarios; podía estar tranquilo en ese sentido. Leonora estaba allí, a salvo e incluso había arreglado su regreso a casa. Se sentó en una esquina de la mesa y cruzó los brazos. Dejó que su mirada, fija en el rostro de Leonora, se hiciera más intensa.
– Entonces, ¿por qué estás aquí?
Ella lo miró directamente a los ojos, muy serena.
– He venido para disculparme.
Él arqueó las cejas y la joven continuó:
– Debería haber recordado esos primeros ataques y haberte hablado de ellos, pero con todo lo que ha sucedido últimamente, casi los había olvidado. -Estudió sus ojos, considerando más que buscando; Tristan se dio cuenta de que iba eligiendo las palabras según hablaba. No era un discurso ensayado.
»No obstante, cuando sucedieron los ataques, no nos conocíamos y no había nadie más que me considerara tan importante como para que me sintiera obligada a informarlo o advertirle.
Alzó la cabeza con los ojos aún fijos en los de él.
– Acepto y admito que la situación ahora ha cambiado, que soy importante para ti y que, por lo tanto, necesitas saber… -Vaciló, frunció el cejo y luego se corrigió a regañadientes-. Quizá incluso tengas derecho a saber de cualquier cosa que constituya una amenaza para mí.
De nuevo se detuvo, como si repasara sus palabras. Luego se irguió y asintió mientras volvía a mirarlo a los ojos.
– Así que me disculpo por no haberte hablado de esos incidentes, por no reconocer que debería haberlo hecho.
Tristan parpadeó, despacio; no había esperado una disculpa en unos términos tan precisos y claros. Empezó a sentir los nervios; una exaltada avidez que lo atenazaba. Y reconoció en ello la típica reacción de cuando se está a punto de lograr el éxito, de tener la victoria, completa y absoluta, al alcance de uno, de estar a sólo un paso de alcanzarla.
– ¿Estás de acuerdo en que tengo derecho a estar enterado de cualquier amenaza que recaiga sobre ti?
Leonora lo miró a los ojos y asintió decidida.
– Sí.
Tristan pensó durante sólo un segundo, después preguntó:
– ¿Entiendo entonces que estás de acuerdo en casarte conmigo?
Ella no vaciló.
– Sí.
El duro nudo de tensión que había soportado durante tanto tiempo que ya no era consciente de su existencia se deshizo y desapareció. El alivio fue inmenso. Tomó una gran bocanada de aire y le pareció que era su primera inspiración libre de verdad desde hacía semanas. Pero no había acabado con ella, todavía no había acabado de sonsacarle promesas.
Se irguió y la miró a los ojos.
– ¿Estás de acuerdo en ser mi esposa, en actuar como tal en todos los sentidos y obedecerme en todo?
Esa vez, ella vaciló y frunció el cejo.
– Eso son tres preguntas. Sí, sí y en todo lo que sea razonable.
Tristan arqueó una ceja.
– «En todo lo que sea razonable.» Parece que necesitamos algunas especificaciones. -Cubrió la distancia que los separaba y se detuvo justo delante de ella. La miró a los ojos-. ¿Estás de acuerdo en que si cualquier actividad conlleva el más mínimo grado de peligro para ti, me informarás de ello primero, antes de implicarte?
Leonora apretó los labios; tenía los ojos clavados en los de él.
– Si es posible, sí.
Tristan entornó los ojos.
– Estás poniendo objeciones a nimiedades.
– Tú no estás siendo razonable.
– ¿No es razonable que un hombre quiera saber que su esposa está a salvo en todo momento?
– Sí. Pero no es razonable envolverla en una especie de burbuja protectora para lograrlo.
– Eso es una cuestión de opinión.
Gruñó las palabras en un murmullo, pero ella las oyó. Tristan se acercó, colocándose intimidatoriamente cerca; Leonora sintió que su genio empezaba a surgir, pero lo refrenó decidida. No había ido allí para discutir con él. Estaba demasiado acostumbrado a los conflictos y ella estaba decidida a que no hubiera ninguno entre los dos. Le sostuvo la dura mirada, tan decidida como él.
– Estoy totalmente dispuesta a hacer todo lo posible, todo lo que sea razonable, para satisfacer tus tendencias protectoras.
Confirió a sus palabras hasta la última brizna de determinación, de compromiso. Tristan lo percibió y Leonora vio cómo fluía la comprensión y la aceptación tras sus ojos, que se agudizaron hasta que aquella mirada color avellana se centró única y exclusivamente en ella.
– ¿Es ésa la mejor oferta que estás dispuesta a hacer…?
– Sí.
– Entonces, acepto. -Su mirada descendió hasta sus labios-. Ahora… quiero saber hasta dónde estás preparada a llegar para satisfacer mis otras tendencias.
Fue como si hubiera bajado un escudo, como si, de repente, hubiera derribado una barrera entre ellos. Una oleada de calor sexual la bañó; Leonora recordó que era un lobo herido, un lobo salvaje herido, y que aún tenía que aplacarlo. Al menos a ese nivel. Lógicamente, racionalmente, con palabras, ya se había enmendado, y él había aceptado sus disculpas. Pero ése no era el único plano en el que se relacionaban.
Le costaba respirar.
– ¿Qué otras tendencias? -Logró pronunciar las palabras antes de que su voz se debilitara demasiado, cualquier cosa con tal de ganar unos pocos segundos más…
Su mirada descendió aún más; a Leonora los pechos se le inflamaron, le dolieron. Entonces, alzó los párpados y la miró a la cara.
– Esas tendencias de las que has estado huyendo, intentando evitar, pero de las que, no obstante, has disfrutado durante las últimas semanas.
Se aproximó más; su chaqueta le rozó el corpiño, su pierna rozó la suya.
Ella se notaba el corazón en la garganta y el deseo se extendió como un incendio descontrolado bajo su piel. Lo miró a la cara, a los finos y móviles labios, sintió su propio latido. Luego, alzó la vista hacia aquellos cautivadores ojos color avellana y la verdad estalló en su interior. En todo lo que había pasado entre los dos, todo lo que habían compartido hasta la fecha, no le había mostrado, no se lo había revelado todo. No le había dejado ver el verdadero alcance de su posesividad, de su pasión, de su deseo de poseerla.
Tristan le desató los lazos de la capa de un solo tirón y la prenda cayó al suelo. Se había puesto un sencillo vestido de noche azul oscuro; vio cómo le recorría los hombros con la mirada, francamente posesiva, ávida…; luego, una vez más, le clavó los ojos en los suyos y arqueó una ceja.