El rostro del reverendo Timmins reflejaba el horror.
– ¡Válgame Dios! ¡Qué espanto!
– Desde luego. Tenemos motivos para pensar que el ladrón responsable es un hombre que está decidido a acceder al número catorce. -Tristan miró a Leonora-. Los Carling viven allí, y la señorita Carling ha sido víctima de varios ataques que suponemos que tienen como fin asustarlos para que se marchen. También se han producido varios intentos de allanamiento en el propio número catorce y en el número doce, casa de la cual soy uno de los dueños.
El reverendo Timmins parpadeó. Él continuó su explicación con calma. Le contó que el ladrón al que conocían como Mountford estaba intentando buscar algo en el número 14, y que sus incursiones en el número 12, y la noche anterior en el 16, eran sin duda para hallar un modo de entrar a través de las paredes del sótano.
– Entiendo. -Henry Timmins asintió con el cejo fruncido-. He vivido en casas adosadas como ésa y tiene razón: las paredes del sótano a menudo son simplemente una serie de arcos rellenados. Es bastante fácil agujerearlas.
– Exacto. -Tristan hizo una pausa y luego continuó con el mismo tono-. Por esa razón nos hemos empeñado en encontrarle y le hemos hablado con tanta sinceridad. -Se inclinó hacia adelante y unió las manos entre las rodillas mientras atrapaba la clara mirada azul de Henry Timmins-. La muerte de su tía abuela es un hecho profundamente lamentable, y si Mountford es responsable, merece que lo atrapen y que rinda cuentas de sus actos. En estas circunstancias, creo que sería de justicia aprovechar la situación actual, la que ha surgido a raíz del fallecimiento de la señorita Timmins, para tenderle una trampa.
– ¿Una trampa?
Leonora no necesitó oír su tono de voz para saber que Henry Timmins estaba atrapado, entusiasmado. Ella también lo estaba. Se echó a su vez hacia adelante para poder observar la cara de Tristan.
– No hay motivo para que nadie, aparte de los que ya lo sabemos, se enteren de que la señorita Timmins no murió por causas naturales. Los que la conocían le guardarán luto, luego… si me permite sugerírselo, usted, como heredero, debería poner el número dieciséis de Montrose Place en alquiler. -Con un gesto, señaló la casa en la que se encontraban-. Está claro que no tiene necesidad de una vivienda en la ciudad ahora mismo. Por otro lado, si es usted un hombre prudente, no deseará venderla con precipitación, así que alquilar la propiedad es la alternativa más sensata y a nadie le extrañará.
Henry asentía.
– Cierto, cierto.
– Si está de acuerdo, lo arreglaré todo para que un amigo se haga pasar por agente inmobiliario y se encargue de organizar el asunto del alquiler por usted. Por supuesto, no se la alquilaremos a cualquiera.
– ¿Cree que Mountford aparecerá y la querrá alquilar?
– Mountford en persona no, pues la señorita Carling y yo lo hemos visto. Usará un intermediario. Una vez la tenga y entre… -Tristan se recostó en su asiento y una sonrisa que no era realmente una sonrisa le curvó los labios-. Baste con decir que tengo los contactos adecuados para garantizar que no escapará.
Henry Timmins, con los ojos exageradamente abiertos, continuó asintiendo.
Sin embargo, Leonora no fue tan fácil de impresionar.
– ¿Realmente crees que después de todo esto, Mountford se atreverá a aparecer?
Tristan se volvió hacia ella. Su mirada era fría y dura.
– En vista de hasta dónde ha llegado ya, estoy dispuesto a apostar que no será capaz de resistirse.
Regresaron a Montrose Place esa misma noche, con la bendición del reverendo Henry Timmins y, lo que era más importante, una carta para el abogado de la familia, escrita por Henry, en la que le daba instrucciones para que se pusiera a las órdenes de Tristan en lo referente a la casa de la señorita Timmins.
Había luces encendidas en las habitaciones del primer piso del club. Tristan las vio mientras ayudaba a bajar a Leonora…
Ella se sacudió la falda y luego deslizó la mano sobre su brazo.
Él la miró y se abstuvo de mencionar cuánto le gustaba aquel pequeño gesto de aceptación. Estaba descubriendo que a menudo hacía pequeñas cosas reveladoras instintivamente, sin darse cuenta, así que no vio ningún motivo para informarla de semejante transparencia.
Avanzaron por el camino de entrada del número 14.
– ¿A quién le pedirás que haga de agente inmobiliario? -preguntó Leonora-. Tú no puedes hacerlo, él sabe qué aspecto tienes. -Recorrió sus rasgos con la vista-. Incluso con uno de tus disfraces… es imposible estar seguro de que no te descubrirá.
– Cierto. -Tristan miró hacia el club mientras subían la escalera del porche-. Entraré contigo, quisiera hablar con Humphrey y Jeremy, y luego iré ahí al lado. -La miró a los ojos cuando la puerta principal se abrió-. Es posible que alguno de mis socios esté en la ciudad. Si es así…
Leonora arqueó una ceja.
– ¿Tus ex colegas?
Tristan asintió mientras la seguía hacia el vestíbulo.
– No puedo pensar en ningún caballero más adecuado para ayudarnos en esto.
Como era de esperar, Charles estuvo encantado.
– ¡Excelente! Siempre supe que esto del club era una idea brillante.
Eran casi las diez; tras disfrutar de una magnífica cena en el elegante comedor, Tristan, Charles y Deverell se encontraban en ese momento sentados cómodamente en la biblioteca. Cada uno sostenía una copa con una generosa cantidad de buen brandy.
– Cierto. -A pesar de sus modales más reservados, Deverell parecía igual de interesado. Miró a Charles-. Pero creo que yo debería ser el agente inmobiliario, porque tú ya has interpretado un papel en este drama.
El otro pareció ofendido.
– Aun así, podría interpretar otro.
– Creo que Deverell tiene razón. -Tristan tomó el mando con firmeza-. Él puede ser el agente inmobiliario. Ésta es sólo su segunda visita a Montrose Place, así que lo más probable es que Mountford y sus compinches no lo hayan visto. Y, aunque así hubiera sido, no hay motivo para que no pueda fingir que no sabe nada y diga que lleva el asunto en nombre de un amigo. -Tristan miró a Charles-. Entretanto, hay algo más de lo que creo que tú y yo deberíamos encargarnos.
Al instante, Charles se mostró esperanzado.
– ¿Qué?
– Os he hablado ya del joven que heredó de Carruthers. -Les había explicado toda la historia, todos los hechos que guardaban relación, durante la cena.
– ¿El que vino a Londres y desapareció entre la multitud?
– Exacto. Creo que he mencionado que ya tenía previsto venir a la ciudad antes de la muerte de su tía. Mientras buscaba información en York, mi agente descubrió que ese tal Martinbury tenía previsto encontrarse con un amigo, otro secretario de su oficina, aquí, en la ciudad, y, antes de marcharse de improviso, confirmó la cita.
Charles arqueó las cejas.
– ¿Cuándo y dónde?
– Mañana a mediodía, en el Red Lion de Gracechurch Street.
Charles asintió.
– Entonces, le echaremos el guante después de la cita. Supongo que tienes descripciones.
– Sí, pero el amigo ha aceptado presentarme, así que lo único que tenemos que hacer es estar allí y luego ya veremos qué podemos descubrir del señor Martinbury.
– No podría ser Mountford, ¿verdad? -preguntó Deverell.
Tristan negó con la cabeza.
– Martinbury ha estado en York la mayor parte del tiempo en el que Mountford ha estado por aquí.
– Hum. -Deverell se recostó en el sillón y dio vueltas al brandy en su copa-. Si no se me acerca Mountford, y estoy de acuerdo en que es improbable, entonces, ¿quién crees que intentará alquilar la casa?
– Yo creo que será un tipo escuálido, con cara de comadreja, de altura media o baja -respondió Tristan-. Leonora… la señorita Carling lo ha visto dos veces. Al parecer es un socio de Mountford.