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– Y yo de los hospitales. ¿Nos vemos en el club esta noche?

Tristan asintió. Luego hizo una mueca.

– Acabo de recordar…

Charles lo miró y soltó una carcajada.

– Acabas de recordar que has anunciado tu compromiso. ¡Por supuesto! Se acabó la tranquilidad para ti, al menos hasta que te cases.

– Lo que hace que esté aún más decidido a encontrar a Martinbury lo antes posible. Informaré a Gasthorpe si descubro algo.

– Yo haré lo mismo. -Con un asentimiento de cabeza, Charles se alejó.

Tristan lo vio marcharse, luego maldijo, dio media vuelta y se alejó en dirección contraria.

CAPÍTULO 17

El día desaparecía ya tras unos grises nubarrones cuando Tristan llegó al número 14 y pidió ver a Leonora. Castor le indicó el camino al salón. Él despidió al mayordomo, antes de abrir la puerta de la estancia y entró solo.

Leonora no lo oyó. Estaba sentada en el diván, frente a las ventanas, contemplando los arbustos que se inclinaban bajo las ráfagas de viento en el jardín. A su lado, un fuego ardía con fuerza en el hogar, crepitaba y chispeaba alegremente, y Henrietta estaba tumbada ante las llamas, disfrutando de su calor.

La escena era agradable, acogedora, y lo llenó de una calidez que no tenía nada que ver con la temperatura, un sutil consuelo para el corazón.

Cuando dio un paso, el sonido de sus zapatos en el suelo hizo que Leonora se diera la vuelta. Al verlo, su rostro se iluminó, no sólo de expectación, no sólo con impaciencia por oír lo que había descubierto, sino con un evidente sentimiento de bienvenida, como si una parte de sí misma hubiera regresado.

Se levantó al acercarse Tristan y le tendió las manos. Él se las tomó; se llevó primero una y luego la otra a los labios, la atrajo hacia su cuerpo, inclinó la cabeza y cubrió su boca con un beso que se esforzó por mantener a raya. Dejó que sus sentidos disfrutaran y luego los refrenó.

Cuando levantó la cabeza, Leonora le sonrió. Sus miradas se encontraron un momento y, finalmente, ella volvió a sentarse.

Tristan se agachó para acariciar a Henrietta.

Leonora lo observó y luego dijo:

– Antes de que me cuentes nada más, explícame cómo Mountford entró en el número dieciséis anoche. Dijiste que no había ninguna cerradura forzada y Castor me ha dicho que preguntaste por un inspector de desagües. ¿Qué tiene él que ver con todo esto? ¿O era Mountford?

Tristan la miró y asintió.

– La descripción de Daisy cuadra. Parece ser que se hizo pasar por un inspector y la convenció de que lo dejara revisar la cocina, el fregadero y los desagües del lavadero.

– ¿Y cuando ella no miraba sacó un molde para copiar una llave?

– Eso parece lo más probable. Aquí no vino ningún inspector, ni tampoco al número doce.

Leonora frunció el cejo.

– Es un hombre… muy calculador.

– Es astuto. -Tras estudiar su rostro un momento, Tristan comentó-: Además de eso, debe de estar desesperándose. Me gustaría que lo tuvieras presente.

Ella lo miró a los ojos y esbozó una sonrisa tranquilizadora.

– Por supuesto.

La mirada que le lanzó cuando se levantó parecía más resignada que satisfecha.

– He visto el cartel en el número dieciséis. Qué rápido. -Dejó que su rostro mostrara su aprobación.

– Desde luego. He encargado ese asunto a un caballero cuyo nombre es Deverell. Es vizconde de Paignton.

Leonora abrió unos ojos como platos.

– ¿Tienes a algún otro… socio ayudándote?

Tristan se metió las manos en los bolsillos. Sentía el calor del fuego en la espalda. La miró a la cara, a aquellos ojos que reflejaban una inteligencia que él sabía muy bien que no debía subes timar.

– Tengo a un pequeño ejército trabajando para mí, como sabes. A la mayoría no los conocerás nunca, pero hay otro caballero que también me está ayudando y que es copropietario del número doce.

– ¿Como lo es Deverell? -preguntó ella.

Tristan asintió.

– El otro caballero es Charles St. Austell, conde de Lostwithiel.

– ¿Lostwithiel? -Leonora frunció el cejo-. He oído que los dos últimos condes murieron en trágicas circunstancias…

– Eran sus hermanos. Él era el tercer hijo y ahora es el conde.

– Ah. ¿Y en qué te está ayudando?

Le explicó lo de la reunión que esperaban tener con Martinbury y su decepción. Ella lo escuchó en silencio, observando su rostro. Cuando acabó, después de explicarle el acuerdo al que habían llegado con el amigo de Martinbury, le dijo:

– Crees que le ha pasado algo.

No era una pregunta. Con los ojos fijos en los suyos, Tristan asintió:

– Lo que me han explicado desde York, todo lo que su amigo Carter ha dicho de él pintaba a Martinbury como un hombre honesto, de confianza y serio, no uno que faltaría a una cita que había tenido buen cuidado de confirmar. -Vaciló de nuevo, preguntándose cuánto debería contarle, pero luego dejó a un lado sus reservas-. He empezado a visitar las comisarías para ver si se ha denunciado su muerte y Charles está comprobando los hospitales por si lo ingresaron todavía con vida.

– Aún podría estar vivo, quizá gravemente herido, pero sin amigos ni conocidos en Londres…

Él consideró las fechas y luego hizo una mueca.

– Cierto, encargaré a otro que compruebe esa posibilidad. Sin embargo, en vista del tiempo que ha pasado sin que haya dado señales de vida, tenemos que mirar primero que no haya muerto. Por desgracia, no es el tipo de búsqueda que cualquiera, excepto Charles y yo, o alguien como nosotros, pueda llevar a cabo. -La miró a los ojos-. Los miembros de la nobleza, sobre todo con nuestros antecedentes, pueden conseguir respuestas, exigir que se les permita ver informes o fichas a los que otros simplemente no tienen acceso.

– Ya me he dado cuenta. -Leonora se recostó en su asiento mientras lo estudiaba-. Entonces, estarás muy ocupado. Yo me he pasado el día entero con las doncellas, registrando hasta el último rincón o ranura del taller de Cedric. Hemos encontrado varios trozos de papel y notas que ahora tienen Humphrey y Jeremy en la biblioteca. Siguen estudiando con atención los diarios. Mi tío cada vez está más seguro de que debe de haber más. Cree que faltan secciones, trozos de informes. No arrancados, sino escritos en otra parte.

– Hum. -Tristan le acarició la cabeza a Henrietta con la bota y luego miró a Leonora-. ¿Qué hay del dormitorio de Cedric? ¿Lo has registrado ya?

– Mañana. Las doncellas me ayudarán, cuento con cinco. Si hay algo allí, te aseguro que lo encontraremos.

Tristan asintió mientras repasaba mentalmente la lista de asuntos que quería hablar con ella.

– Ah, sí. -Volvió a mirarla a los ojos-. He puesto la nota habitual en la Gazette anunciando nuestro compromiso. Ha salido en la edición de esta mañana.

Se produjo un sutil cambio en su expresión, algo en sus ojos que Tristan no pudo acabar de identificar. ¿Resignación, diversión?

– Me preguntaba cuándo ibas a mencionar eso.

De repente, él no supo a qué atenerse. Se encogió de hombros, aún mirándola a los ojos.

– Sólo es lo habitual. Lo que hay que hacer.

– Desde luego, pero podrías haber pensado en advertirme… De ese modo, cuando mis tías han llegado alborotadas, felicitándose, apenas diez minutos antes de la primera avalancha de visitas, todas deseosas de transmitirme la enhorabuena, no me habrían cogido tan desprevenida.

Tristan le sostuvo la mirada; durante un momento, reinó el silencio. Luego hizo una mueca de pesar.

– Te pido disculpas. Con la muerte de la señorita Timmins y todo lo demás, se me pasó decírtelo.

Ella lo estudió antes de inclinar la cabeza. Parecía esbozar una leve sonrisa.