– Acepto tus disculpas. Sin embargo, ¿eres consciente de que ahora que se ha dado la noticia tendremos que hacer las apariciones de rigor?
Tristan bajó la vista hacia ella.
– ¿Qué apariciones?
– Las que se espera que hagan todas las parejas prometidas. Por ejemplo, esta noche, todo el mundo esperará que asistamos a la fiesta de lady Hartington.
– ¿Por qué?
– Porque es el acontecimiento más importante de la noche. Así podrán felicitarnos, observarnos, analizarnos, diseccionarnos y asegurarse de que hacemos una buena pareja entre otras cosas.
– ¿Y eso es obligatorio?
Leonora asintió.
– ¿Por qué?
– Porque si no les damos esa oportunidad, centrarán la atención de un modo injustificado e increíblemente indiscreto en nosotros. No tendremos ni un momento de paz. Nos visitarán constantemente y no sólo durante las horas aceptables. Si se encuentran en el vecindario, pasarán por nuestra calle y se asomarán desde sus carruajes. Te encontrarás a un par de jovencitas soltando risitas en la acera cada vez que salgas de tu casa o de tu club aquí al lado. Y no te atreverás a aparecer por el parque ni por Bond Street. -Lo miró directamente a los ojos-. ¿Es eso lo que quieres?
Tristan la contempló y confirmó que hablaba en serio. Se estremeció.
– ¡Dios santo! -Suspiró y apretó los labios-. Muy bien. Iremos a casa de lady Hartington. ¿Debería encontrarme contigo allí o debo venir a recogerte en mi carruaje?
– Lo más apropiado sería que nos acompañaras a mis tías y a mí. Mildred y Gertie estarán aquí a las ocho. Si llegas un poco más tarde, puedes venir en el carruaje de Mildred.
Tristan soltó un bufido, pero asintió brevemente. No encajaba bien las órdenes, pero en ese ámbito… Ésa era una de las razones para necesitarla. A él le importaba muy poco la sociedad, sabía lo suficiente y demasiado poco de sus tortuosas costumbres para sentirse totalmente cómodo ante su mirada feroz. Aunque tenía la intención de pasar el mínimo de tiempo posible en ella, dado su título y su posición, si su objetivo era llevar una vida tranquila, no le iría bien menospreciar abiertamente los sagrados ritos de las damas, como era el hecho de juzgar a las parejas recién prometidas.
Volvió a centrarse en el rostro de Leonora.
– ¿Durante cuánto tiempo tenemos que satisfacer ese obsceno interés?
Los labios de ella se curvaron en una sonrisa.
– Durante una semana como mínimo.
Tristan frunció el cejo y gruñó.
– A menos que haya un escándalo, o a menos que…
Él reflexionó, aún totalmente perdido, luego preguntó:
– ¿A menos qué?
– A menos que tengamos una buena excusa, como que estamos totalmente absortos en la captura de un ladrón.
Dejó el número 14 media hora más tarde, resignado a asistir a la fiesta. En vista de las acciones cada vez más arriesgadas de Mountford, dudaba que tuvieran que esperar mucho a que hiciera el siguiente movimiento y cayera en la trampa. Y entonces…
Con un poco de suerte, no tendría que asistir a todos aquellos acontecimientos de la buena sociedad, al menos no como un hombre soltero.
Ese pensamiento lo llenó de una adusta determinación.
Caminó decidido mientras planeaba mentalmente el día siguiente y cómo ampliaría la búsqueda de Martinbury. Había girado por Green Street y casi estaba en la puerta de su casa cuando oyó que lo llamaban. Se detuvo, se volvió y vio a Deverell bajando de un coche de alquiler. Esperó mientras su colega pagaba y se reunía con él.
– ¿Puedo ofrecerte algo de beber?
– Gracias.
Esperaron hasta estar acomodados en la biblioteca y que Havers se hubiera retirado para entrar en materia.
– He tenido un primer contacto -afirmó Deverell en respuesta a la ceja arqueada de Tristan-. Y juraría que es la comadreja de la que me advertiste. Ha aparecido sigilosamente cuando estaba a punto de marcharme. Me ha estado vigilando durante dos horas. Estoy usando un pequeño despacho que forma parte de una propiedad que poseo en Sloane Street. Estaba vacío y disponible, y era el sitio adecuado para este tipo de misión.
– ¿Qué ha dicho?
– Quería información de la casa en el número dieciséis para su señor. Le he explicado lo habitual, las características y demás, y el precio. -Deverell sonrió-. Me ha hecho albergar esperanzas de que su señor estaría interesado.
– ¿Y?
– Le he explicado por qué estaba en alquiler y que, en semejantes circunstancias, tenía que advertirle a su señor de que la vivienda sólo estaría disponible unos pocos meses, ya que el propietario podría decidir venderla.
– ¿Y eso no lo ha desalentado?
– En absoluto. Me ha asegurado que su señor sólo está interesado en un breve arrendamiento y que no desea saber lo que le había sucedido al último propietario.
Tristan esbozó una sonrisa lobuna.
– Eso suena a nuestra presa.
– Desde luego. Pero no creo que Mountford vaya a dar la cara. La comadreja me ha pedido una copia del contrato de alquiler y se la ha llevado. Ha dicho que su señor querría estudiarlo. Si Mountford lo firma y me lo envía de vuelta con el alquiler del primer mes… Bueno, ¿qué agente inmobiliario pondría objeciones?
Tristan asintió y entornó los ojos.
– Seguiremos con el juego hasta el final, pero sin duda esto suena prometedor.
Deverell vació su copa.
– Con suerte, lo tendremos en cuestión de unos pocos días.
La noche empezó mal para Tristan y fue empeorando poco a poco.
Llegó pronto a Montrose Place. Se hallaba en el vestíbulo cuando Leonora bajó la escalera. Se dio la vuelta, la vio y se quedó paralizado; la imagen que ofrecía con aquel vestido de moaré azul oscuro, los hombros y la garganta al descubierto, como fina porcelana sobre el amplio escote, y el pelo resplandeciente, con reflejos granates, recogido en la parte superior de la cabeza, lo dejó sin respiración. El chal de gasa que ocultaba y revelaba al mismo tiempo los brazos y los hombros, moviéndose y deslizándose por sus esbeltas curvas, hizo que sintiera un cosquilleo en la palma de las manos.
Entonces, cuando ella lo vio y sonrió, le pareció que la sangre le abandonaba la cabeza y se sintió mareado.
Leonora atravesó el vestíbulo con sus ojos de aquel azul índigo iluminados con la expresión de bienvenida que parecía reservar sólo para él. Le tendió las manos.
– Mildred y Gertie deberían llegar en cualquier momento.
La llegada de sus tías en la puerta lo salvó de tener que formular alguna respuesta inteligente. Las damas los abrumaron con una gran cantidad de felicitaciones y un millar de instrucciones sociales; Tristan asintió, tratando de asimilarlas todas, intentando orientarse en ese campo de batalla, todo el rato muy consciente de Leonora y de que, muy pronto, sería toda suya.
El premio bien merecía la batalla.
Las acompañó al carruaje. La casa de lady Hartington no estaba lejos. La dama, por supuesto, estuvo más que encantada de recibirlos. Soltó exclamaciones, parloteó, habló sin parar y preguntó maliciosamente por sus planes de boda. Impasible, Tristan se quedó de pie junto a Leonora y escuchó mientras ella evitaba todas sus preguntas con calma, sin responder a ninguna. Sin embargo, por la expresión de la anfitriona, las respuestas de Leonora eran perfectamente aceptables, lo que resultó ser un misterio para él.
Entonces intervino Gertie y acabó con la inquisición. Al sentir un leve empujón de Leonora, la tomó del brazo y se alejaron. Como era habitual, él se dirigió a un diván junto a la pared, pero Leonora le clavó la yema de los dedos en el brazo.
– No. Es inútil. Esta noche nos irá mejor si somos el centro de atención.
Con un gesto de cabeza, le indicó un lugar casi en el centro del gran salón. Frunciendo el cejo para sus adentros, Tristan vaciló, pero luego obedeció, aunque su instinto protestara porque allí estarían demasiado expuestos y podrían ser flanqueados sin problema, incluso rodeados…