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Sus palabras fueron sinceras.

Todas sonrieron y se inclinaron, encantadas de haberle sido de utilidad.

– Ya sabía yo que no estabas demasiado entusiasmado con esa deambulante multitud -opinó Hortense. Le sonrió-. Y ya que lo dices, nosotras tampoco.

Podría haberlas besado. Pero, consciente de lo nerviosas que hubiera puesto ese gesto a la mayoría de ellas, se contentó con vestirse con especial atención y con estar en el salón para saludarlas cuando entraron, inclinándose sobre sus manos, elogiando sus vestidos y peinados, sus joyas, desplegando para ellas aquel encanto irresistible que sabía muy bien cómo usar, pero que rara vez mostraba sin algún objetivo en mente.

Esa noche, su objetivo era simplemente recompensar a sus parientes por su amabilidad y su consideración. Nunca en su vida se había sentido tan agradecido al ser informado de la celebración de una cena familiar.

Mientras esperaban en el salón a que llegaran sus invitados, pensó en lo incongruente que su grupo parecería, con él de pie ante la chimenea, el único varón rodeado de catorce damas de avanzada edad. Pero eran su familia; en realidad, se sentía más cómodo con ellas y su afable charla de lo que lo estaba en el resplandeciente y excitante, aunque también más malicioso, mundo de la buena sociedad. Con ellas compartía algo, una intangible conexión de lugares y personas repartidas a lo largo del tiempo. Y ahora Leonora se incorporaría a ese círculo y encajaría también allí.

Havers entró para anunciar a lord y lady Warsingham y a la señorita Gertrude Carling. Después de ellos, llegaron sir Humphrey, Leonora y Jeremy.

Cualquier idea preconcebida de que tendría que actuar como un anfitrión formal se evaporó en minutos. Sir Humphrey empezó a hablar con Ethelreda y Constance, Jeremy con un grupo de las otras, mientras que lord y lady Warsingham disfrutaron del encanto de los Wemyss dispensado por Hermione y Hortense. Gertie y Millicent, que se habían conocido la noche anterior, murmuraban con las cabezas muy juntas.

Tras intercambiar unas cuantas palabras con las otras damas, Leonora se reunió con él. Le ofreció la mano y su sonrisa especial, la que le reservaba sólo en exclusiva.

– Tengo que decir que la sugerencia de tus tías abuelas me ha alegrado muchísimo. Después de ir al funeral de la señorita Timmins esta mañana, asistir esta noche al baile de lady Willoughby y enfrentarme al, como tú lo describes, obsceno interés de los presentes, habría puesto realmente a prueba mi temperamento. -Alzó la vista y lo miró a los ojos-. Y el tuyo.

Él inclinó la cabeza.

– Aunque yo no he asistido al funeral. ¿Qué tal ha ido?

– Discreto, pero sincero. Creo que a la señorita Timmins le habría gustado. Henry Timmins ha presidido el servicio junto con el vicario local, y la señora Timmins estaba también, una mujer agradable.

Al cabo de un instante, se volvió hacia él y bajó la voz.

– Hemos encontrado algunos papeles en la habitación de Cedric, ocultos en el fondo de la cesta de la leña. No eran cartas, sino entradas parecidas a las de los diarios. Pero lo que es más importante, no estaban escritas por Cedric, era letra de Carruthers. Humphrey y Jeremy se están centrando en eso ahora. Mi tío dice que hay descripciones de experimentos, similares a los de los diarios de Cedric, pero que aún no han podido encontrarles ningún sentido, ni saber si tienen algún significado. Parece que todo lo que hemos descubierto hasta el momento contiene sólo parte de aquello en lo que estaban trabajando.

– Lo que sugiere incluso con más fuerza que hay algún descubrimiento, uno que Cedric y Carruthers consideraban que merecía la pena tratar con atención.

– Desde luego. -Leonora lo miró-. En caso de que te lo preguntes, te diré que el personal del número catorce está muy alerta y que Castor llamará a Gasthorpe si sucede cualquier cosa.

– Bien.

– ¿Has descubierto algo nuevo?

Tristan sintió que la mandíbula se le tensaba y se volvió a colocar su encantadora máscara.

– Nada sobre Martinbury, pero estamos probando con una nueva táctica que podría hacernos avanzar más rápido. Sin embargo, la gran noticia es que Mountford, o quienquiera que sea, ha picado. A través de la comadreja, ha alquilado el número dieciséis.

Leonora abrió los ojos como platos y se lo quedó mirando fijamente.

– Entonces, van a empezar a pasar cosas.

– Exacto.

Tristan se volvió, sonriente, cuando Constance se acercó. Leonora se quedó a su lado y charló con las damas cuando se aproximaron. Le hablaron de la fiesta de la iglesia, y de los pequeños cambios en su rutina diaria, las alteraciones en la mansión que acompañaban a las estaciones. Le hablaron de diversas cosas y recordaron anécdotas de la infancia de Tristan, de su padre y de su abuelo.

Leonora lo miraba de vez en cuando. Observó cómo desplegaba su rápido encanto, pero también vio más allá de él. Tras conocer a lady Hermione y lady Hortense, podía ver de dónde le venía; se preguntó cómo habría sido su padre.

Aun así, en aquel ambiente, la actitud de Tristan era más auténtica; podía atisbar al verdadero hombre, no sólo con sus puntos fuertes, sino también con sus debilidades. Se lo veía cómodo, relajado. Leonora sospechaba que seguramente se habría pasado tantos años sin bajar la guardia, que incluso en ese momento las cadenas del puente de acceso a su verdadero yo estarían oxidadas.

Leonora se movió por la estancia, charlando aquí y allá, siempre consciente de Tristan, de que la observaba igual que ella lo observaba a él. Entonces, Havers anunció que la cena estaba lista y todos se dirigieron al comedor. Leonora del brazo de Tristan, que la sentó a su lado en un extremo de la mesa. Lady Hermione se acomodó en el otro extremo y pronunció un cuidado discurso expresando el placer que sentía ante la perspectiva de cederle pronto su silla a Leonora, e hizo un brindis por la pareja, luego sirvieron el primer plato. El suave zumbido de las conversaciones se elevó alrededor de la mesa.

La velada fue agradable, verdadera, divertida. Las damas se retiraron al salón y dejaron a los caballeros con el oporto. Sin embargo, no pasó mucho rato antes de que volvieran a reunirse todos.

Su tío Winston, lord Warsingham, el esposo de Mildred, se detuvo al lado de Leonora.

– Una elección excelente, querida. -Le brillaban los ojos. El hombre estaba preocupado por su falta de interés por el matrimonio, pero nunca había intentado inmiscuirse-. Puede que te haya costado un tiempo inconcebible tomar la decisión, pero el resultado es lo que importa, ¿no?

Ella sonrió e inclinó la cabeza. Tristan se unió a ellos. Leonora centró la conversación en la última función de teatro a la que fueron y continuó observando a Tristan. Aunque no mantenía los ojos fijos en él en todo momento, era totalmente consciente de su presencia, de las emociones que lo embargaban.

Una y otra vez, se había dado cuenta de sus momentáneas vacilaciones cuando, al discutir algo con ella, se paraba, meditaba y luego continuaba. Había empezado a identificar los patrones que le indicaban lo que estaba pensando, cuándo y en qué sentido pensaba en ella, las decisiones que estaba tomando.

El hecho de que no hubiera intentado excluirla de las investigaciones la animaba. Podría haber sido un hombre mucho más difícil; de hecho, Leonora así lo había esperado. En cambio, iba a tientas, acomodándola como podía, lo que reforzaba su esperanza de que en el futuro, el futuro al que ambos se habían comprometido, se llevarían bien, de que serían capaces de adaptarse al carácter y necesidades del otro.

En el caso de Tristan, tanto su carácter como sus necesidades eran más complejos que los de la mayoría; Leonora se había dado cuenta de eso hacía ya tiempo, pero el hecho de que fuera diferente a los otros, que necesitara y deseara a una escala diferente, en un plano diferente, formaba parte de la atracción que ejercía sobre ella.

Dado su peligroso pasado, estaba menos dispuesto a excluir a las mujeres, e infinitamente más dispuesto a utilizarlas. Leonora lo había percibido desde el principio. Tenía menos tendencia que la mayoría de los hombres, menos audaces, a mimarlas; ahora lo conocía lo suficiente y podía suponer que en su lucha por cumplir con su deber habría sido fríamente despiadado. Ese lado de su carácter era lo que le había permitido involucrarse tanto en la investigación hallando sólo una resistencia relativamente pequeña por parte de él.