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– Entonces -murmuró St. Austell con la mirada clavada en la de Tristan-, tenemos a dos famosos botánicos trabajando en algo que afecta a la sangre y una posible conexión extranjera.

La expresión de Tristan se había endurecido. Le hizo a Jeremy un gesto en la cabeza.

– Eso aclara la única incertidumbre que yo tenía respecto a lo que debíamos hacer a continuación. Es evidente que el heredero de Carruthers, Jonathon Martinbury, un hombre honesto que ha desaparecido misteriosamente tras llegar a Londres, al parecer después de recibir una carta en la que se habla de una colaboración entre Carruthers y Cedric, sea posiblemente un peón fundamental en este juego.

– Exacto. -Deverell miró a Tristan-. Pondré a mi gente a trabajar también en ese asunto.

Leonora miró a uno y a otro.

– ¿Qué asunto?

– Ahora es imprescindible que localicemos a Martinbury. Si está muerto, tardaremos un tiempo, probablemente más del que disponemos, con Mountford trabajando ahí abajo. Pero si está vivo, hay una posibilidad de que podamos dar una batida en los hospitales y hospicios lo suficientemente buena como para localizarlo.

– Conventos. -Cuando Tristan la miró, Leonora se explicó-: No los habéis mencionado, pero hay muchos en la ciudad, y la mayoría acepta a enfermos y heridos.

– Tiene razón. -St. Austell miró a Deverell, que asintió.

– Enviaré allí a mi gente.

– ¿Qué gente? -Jeremy frunció el cejo en dirección a los tres hombres-. Habláis como si tuvierais tropas a vuestra disposición.

St. Austell arqueó las cejas divertido y Tristan tensó los labios y respondió:

– En cierto sentido, las tenemos. En nuestro anterior destino, necesitábamos… contactos en todos los niveles de la sociedad. Y hay muchos ex soldados que están acostumbrados a buscar cosas para nosotros.

Leonora le frunció el cejo a su hermano advirtiéndole que no hiciera más preguntas.

– Así que habéis reunido a vuestras tropas y las habéis enviado en busca de Martinbury. ¿Y nosotros qué podemos hacer? ¿Cuál es vuestro plan?

Tristan la miró a los ojos, luego miró a Humphrey y a Jeremy.

– Aún no sabemos detrás de lo que va Mountford. Podemos limitarnos a ponernos cómodos y esperar a que acceda a esta casa y verlo. Ésa, sin embargo, es la opción más peligrosa. Dejarlo entrar aquí, dejar que ponga las manos sobre lo que está buscando, debería ser nuestra última salida.

– ¿Cuál es la alternativa? -preguntó Jeremy.

– Avanzar siguiendo las líneas de investigación que ya tenemos. Una, buscar a Martinbury, que puede que tenga más información específica de Carruthers. Dos, continuar encajando lo que podamos de las tres fuentes de que disponemos: los diarios, las cartas y las notas. Es probable que eso forme parte de lo que Mountford anda buscando. Si tiene acceso a las piezas que nos faltan, eso tendría sentido.

»Tres. -Tristan miró a Leonora-. Hemos dado por supuesto que ese algo, llamémoslo una fórmula, estaba oculto en el taller de Cedric. Puede que sea así, pero hasta el momento, sólo hemos recogido todo el material escrito. Si hay algo específicamente oculto en el taller, puede que aún esté allí. O quizá, la fórmula esté completa, escrita y oculta en cualquier otro lugar de la casa. -Se detuvo y luego continuó-: El riesgo de permitir que algo así caiga en manos de Mountford es demasiado grande para asumirlo. Tenemos que registrarlo todo.

Leonora asintió mientras recordaba cómo Tristan había buscado en las habitaciones de la señorita Timmins.

– Estoy de acuerdo -dijo, y recorrió con la mirada a los allí reunidos-. Entonces, mi tío y Jeremy deberían continuar con los diarios, cartas y notas en la biblioteca. Vuestra gente está recorriendo Londres en busca de Martinbury, lo que os deja a vosotros tres disponibles para el registro, ¿es eso?

Tristan le sonrió, dedicándole una de sus encantadoras sonrisas.

– Y a ti. Si pudieras avisar a vuestro personal y despejarnos el camino para que podamos buscar. Seguramente necesitaremos recorrer toda la casa, desde el desván hasta el sótano, y ésta es una mansión grande. -Su sonrisa cambió levemente-. Pero nosotros somos muy buenos en esto.

Y lo eran.

Desde la puerta del taller, Leonora observó cómo, silenciosos como ratones, los tres nobles husmeaban y miraban hasta en el último rincón y ranura. Treparon por la pesada estantería, buscaron por detrás de los armarios, hurgaron con varas en grietas ocultas, y se tumbaron en el suelo para inspeccionar la parte inferior de escritorios y cajones. No se les escapó ni un detalle. Y no encontraron nada más que polvo.

A partir de ahí, avanzaron pasando por la cocina y las despensas, incluso por el ahora silencioso lavadero, luego subieron la escalera y, decididos, pusieron en práctica sus inesperadas habilidades en las estancias de la planta baja.

En dos horas, habían llegado a los dormitorios; una hora más tarde empezaron con el desván.

El aviso del almuerzo llegaba cuando Leonora, sentada en la escalera que subía hasta allí, donde se negó rotundamente a aventurarse, sintió las reverberaciones de su descenso.

Se levantó y se dio la vuelta. Sus pasos, pesados y lentos, le indicaron que no habían encontrado nada en absoluto. Aparecieron quitándose telarañas del pelo y de la chaqueta.

Tristan la miró a los ojos y con tono adusto afirmó:

– Si hay alguna valiosa fórmula escondida en esta casa, tiene que estar en la biblioteca.

En los diarios de Cedric o las cartas y notas de Carruthers.

– Al menos, ahora estamos seguros de eso. -Leonora se volvió y los guió hacia la escalera principal y luego hasta el comedor.

Jeremy y Humphrey se reunieron allí con ellos.

El joven negó con la cabeza mientras se sentaba.

– Me temo que no hemos averiguado nada más.

– Excepto -Humphrey frunció el cejo mientras despegaba su servilleta- que cada vez estoy más seguro de que Cedric no conservaba ningún registro de la base y las conclusiones que sacaba de sus experimentos. -Hizo una mueca-. Algunos científicos son así, se lo guardan todo en la cabeza.

– ¿Reservados? -preguntó Deverell mientras atacaba el plato de sopa.

El anciano negó con la cabeza.

– Normalmente no. Es más cuestión de que no quieren perder el tiempo en escribir lo que ya saben.

Todos empezaron a comer, luego Humphrey, aún con el cejo fruncido, continuó:

– Cedric no dejó ningún registro y la mayoría de los libros de la biblioteca son nuestros… Sólo había un puñado de textos antiguos allí cuando nos trasladamos.

Jeremy asintió.

– Y yo los he revisado todos. No hay ningún informe escondido en ellos, ni tampoco escrito en sus páginas.

Humphrey continuó:

– Si eso es así, entonces, tendremos que rezar para que Carruthers dejara algún documento más detallado. Las cartas y notas permiten cierta esperanza, pero con esto no estoy diciendo que vayamos a conseguir la respuesta si eso es lo único que tenemos para trabajar. Sin embargo, un diario adecuadamente mantenido, con una lista de experimentos… Si tuviéramos eso, podríamos averiguar qué fórmulas eran las últimas para ese brebaje. Sobre todo, cuál era la versión final.

– Hay unas cuantas versiones. -Jeremy continuó la explicación-. Pero a partir del diario de Cedric, es imposible saber cuál iba detrás de cuál, y mucho menos por qué. Cedric debía de saberlo y, por comentarios en las cartas, Carruthers también, pero… hasta el momento, nosotros sólo hemos sido capaces de hacer corresponder un puñado de notas sobre experimentos de Carruthers con sus cartas, que es lo único que tiene fecha.

Humphrey masticó y asintió con aire taciturno.

– Suficiente para hacer que uno se tire de los pelos.

A lo lejos, se oyó la campana de la puerta principal. Castor salió para reaparecer un minuto más tarde con una nota doblada sobre una bandeja. Se acercó a Deverell.