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Cuando llegaron a la escalera delantera, la atrajo bruscamente hacia él y levantó la daga para que la viera.

– No necesitamos ninguna interferencia por parte de vuestros sirvientes.

Ella parpadeó mirando la daga, luego se obligó a abrir mucho los ojos y mirarlo como si no comprendiera.

– La puerta no está cerrada con llave. No tenemos que molestarlos.

Mountford se relajó un poco.

– Bien. -La empujó por la escalera. Parecía intentar mirar en todas direcciones al mismo tiempo.

Leonora alargó el brazo hacia la puerta; miró el rostro blanco de Duke, tenso, tirante y por un instante, se preguntó si sería prudente confiar en Tristan…

Tomó aire, levantó la cabeza y abrió la puerta. Rezó por que Castor no apareciera.

Duke entró con ella. La mantenía pegada a su lado. La mano en su brazo se relajó un poco cuando vio el vestíbulo vacío.

Leonora cerró la puerta sin hacer ruido y con un tono tranquilo y relajado, intrascendente, dijo:

– Mi tío y mi hermano estarán en la biblioteca. Es por aquí.

Mountford la mantuvo cogida del brazo y seguía mirando a un lado y a otro, pero atravesó con ella rápida y silenciosamente el vestíbulo y avanzó por el pasillo que daba a la biblioteca.

Leonora pensó frenéticamente, intentó planear lo que debería decir. Duke tenía los nervios a flor de piel, saltaría ante cualquier imprevisto. Sólo Dios sabía lo que podría hacer entonces. Leonora no se había atrevido a comprobar si Tristan y los otros los seguían, pero las viejas cerraduras de las puertas del sótano debían de costar más de forzar que las cerraduras modernas, menos pesadas.

Sin embargo, no sentía que hubiera tomado la decisión equivocada, Tristan la rescataría pronto, y también a Jeremy y a Humphrey. Hasta entonces, dependía de ella mantenerlos a todos a salvo. Su plan había funcionado hasta el momento y pensó que lo mejor sería continuar en la misma línea.

Abrió la puerta de la biblioteca y entró.

– Tío, Jeremy, tenemos un invitado.

Duke entró con ella y cerró la puerta de una patada.

Preguntándose cuándo la soltaría, Leonora mantuvo una expresión tonta e inofensiva.

– Me he encontrado con el señor Martinbury aquí al lado. Parece ser que ha estado buscando esa fórmula del primo Cedric. Dice que le pertenece. Le he dicho que a vosotros no os importaría compartirla con él…

Infundió a su voz hasta la última brizna de temblorosa indefensión que pudo, y toda la intención de que fue capaz a sus ojos. Si alguien podía confundir y bloquear a alguien con palabras escritas, ésos eran su hermano y su tío.

Los dos se encontraban en sus sitios habituales y ambos habían alzado la vista y se habían quedado paralizados.

Jeremy la miró a los ojos y entendió el mensaje que había en ellos. Su mesa estaba cubierta de papeles. Cuando empezó a levantarse de la silla, Mountford se dejó llevar por el pánico.

– ¡Quieto! -Sus dedos se cerraron con más fuerza sobre el brazo de Leonora. La atrajo hacia sí, haciéndole perder el equilibrio y caer contra él. Blandió la daga ante su rostro.

– ¡No hagáis ninguna tontería! -Frenético, miró a Jeremy y a Humphrey-. Sólo quiero la fórmula, dádmela y ella no saldrá herida.

Leonora sintió que su torso se inflamaba cuando inspiró.

– No quiero hacerle daño a nadie, pero lo haré. Quiero esa fórmula.

La visión del cuchillo había impresionado a Jeremy y a Humphrey y el tono elevado de Duke la estaba asustando a ella.

– Pero ¡bueno! -Su tío se levantó del sillón con dificultad sin preocuparse por el diario de su regazo, que cayó al suelo-. Usted no puede entrar aquí y…

– ¡Cierra la boca! -Mountford se movía impaciente. Sus ojos no dejaban de desviarse hacia la mesa de Jeremy.

Leonora no pudo evitar centrarse en la hoja del cuchillo que oscilaba ante sus ojos.

– Escuche, puede quedarse con la fórmula. -Jeremy empezó a rodear la mesa-. Está aquí. -Señaló la mesa con la mano-. Si usted…

– ¡No te muevas de ahí! ¡No des ni un paso más o le cortaré la mejilla!

Jeremy palideció y se detuvo.

Leonora intentó no pensar en el cuchillo cortándole la cara. Cerró los ojos brevemente. Tenía que pensar. Tenía que encontrar un modo… un modo de hacerse con el control… de perder tiempo, de mantener a Jeremy y a Humphrey a salvo…

Abrió los ojos y miró a su hermano.

– ¡No te acerques más! -Su voz sonó débil y trémula. Nada propia de ella-. ¡Podría encerraros con llave en algún lugar y entonces me quedaría sola con él!

Mountford se movió, arrastrándola consigo para poder mantener a Humphrey y a Jeremy a la vista y al mismo tiempo apartarse de la puerta.

– Perfecto -siseó-. Si os encierro con llave a vosotros dos, del mismo modo que he encerrado a los otros, entonces podré coger la fórmula y largarme.

Jeremy la miró a ella.

– No seas ridícula. -Hablaba totalmente en serio. Luego miró a Mountford-. De todos modos, no hay ningún sitio donde pueda encerrarnos con llave. Ésta es la única estancia de este piso con cerradura.

– ¡Exacto! -Humphrey soltó un bufido-. Una sugerencia absurda.

– Oh, no -intervino Leonora y rezó por que Mountford creyera su actuación-. Bueno, podría encerraros en el armario de la limpieza del otro lado del vestíbulo. Los dos cabríais allí.

Jeremy le lanzó una furibunda mirada.

– ¡Serás estúpida!

Su reacción le vino de perlas a Leonora. Mountford estaba tan nervioso que casi brincaba y aceptó la idea.

– ¡Los dos, vamos! -Agitó el cuchillo-. Tú -señaló a Jeremy-, ayuda al viejo a ir hasta la puerta. ¿No querrás que estropee con una cicatriz la encantadora cara de tu hermana?

Tras lanzarle a Leonora una última mirada furiosa, Jeremy se acercó y cogió a su tío del brazo ayudándolo a llegar a la puerta.

– Detente. -Mountford la empujó de forma que se colocaron justo detrás de los dos hombres, ante la puerta-. Muy bien, ningún ruido, ninguna tontería. Ahora sal -le dijo a Jeremy-, dirígete al armario de la limpieza, ábrelo y meteos dentro. Luego cierra la puerta sin hacer ruido. Recuerda, observaré cada movimiento y mi daga está en la garganta de tu hermana.

Ella vio que Jeremy tomaba aire bruscamente, luego Humphrey y él hicieron exactamente lo que Mountford les había ordenado. Éste avanzó por el amplio pasillo cuando se metieron en el armario y miró hacia el vestíbulo delantero, pero nadie venía de esa dirección.

En cuanto la puerta del armario se cerró, Mountford la empujó hacia adelante. La llave estaba en la cerradura. Sin soltarla, la giró.

– ¡Excelente! -Se volvió hacia ella con los ojos enfebrecidos-. Ahora ya puedes darme la fórmula y me marcharé.

La empujó de vuelta a la biblioteca. Cerró la puerta y la llevó hasta la mesa.

– ¿Dónde está?

Leonora adelantó las manos y removió los papeles, acabando con el poco orden que hubiera podido haber.

– Dijo que estaba aquí…

– Pues encuéntrala. ¡Maldita seas! -Mountford la soltó y se pasó los dedos por el pelo.

Ella frunció el cejo como si se concentrara y fingió sentir un repentino alivio. Se paseó alrededor de la gran mesa, esparciendo y clasificando papeles.

– Si mi hermano dijo que estaba aquí, puedo asegurarle que es así… -Continuó divagando igual que las vacilantes ancianas a las que había ayudado a lo largo de los años. Y sin parar, papel a papel, fue rodeando la mesa.

»¿Es esto? -Finalmente, cogió una hoja, miró la fórmula con atención y luego negó con la cabeza-. No. Pero debe de estar aquí. -Cometió el error de levantar la cabeza y Mountford la miró a los ojos. Entonces comprendió…

Su rostro se tornó inexpresivo y luego la ira lo dominó.