Выбрать главу

– Podemos obviar todo eso, porque la mayoría de tus intentos los conocemos. Supongo que tu amigo extranjero se volvió cada vez más insistente, ¿verdad?

Duke se estremeció. Sus ojos, cuando se encontraron con los de Tristan, se veían angustiados.

– Me ofrecí a buscar el dinero, saldar mi deuda, pero no lo aceptó. Quería la fórmula, estaba dispuesto a darme todo el dinero que necesitara para conseguirla, pero eso o morir. ¡Hablaba en serio!

La sonrisa de Tristan era fría.

– Los extranjeros como él, normalmente hablan muy en serio. -Hizo una pausa, luego preguntó-: ¿Cómo se llama?

El poco color que el rostro de Duke había recuperado desapareció. Al cabo de un momento, se humedeció los labios.

– Me dijo que si le hablaba a alguien de él, me mataría.

Tristan inclinó la cabeza y le dijo con suavidad:

– ¿Y qué imaginas que te sucederá si no nos hablas de él a nosotros?

El otro se quedó mirándolo; luego desvió la vista hacia Charles, que le devolvió la mirada.

– ¿No conoces el castigo por traición?

Pasó un momento, luego Deverell añadió en voz baja:

– Eso suponiendo, por supuesto, que lograras llegar al cadalso. -Se encogió de hombros-. Lo cual con todos los ex soldados que hay actualmente en las prisiones…

Con los ojos como platos, Duke tomó una entrecortada inspiración y miró a Tristan.

– ¡Yo no sabía que era traición!

– Me temo que lo que has estado haciendo lo es.

Duke tomó aire de nuevo y luego soltó:

– Pero yo no sé cómo se llama.

Tristan asintió, aceptándolo.

– ¿Dónde vive?

– ¡No lo sé! Lo estableció así desde el principio. Tengo que encontrarme con él en St. James Park cada tres días e informarle de lo sucedido.

El siguiente encuentro sería al día siguiente.

Tristan, Charles y Deverell interrogaron a Duke durante otra media hora, pero no averiguaron mucho más. Era evidente que el hombre estaba cooperando. Leonora era consciente de lo nervioso, lo histérico que había estado antes y sospechó que se había dado cuenta de que si los ayudaba, ellos eran su única esperanza de poder escapar de una situación que se había convertido en una pesadilla.

La valoración de Jonathon había sido acertada; Duke era un bala perdida con pocos principios, un matón violento y cobarde, nada digno de confianza, pero no era un asesino y nunca había pretendido ser un traidor.

Su reacción a las preguntas de Tristan sobre la señorita Timmins fue reveladora. Pálido, explicó vacilante que había subido para comprobar las paredes de la planta baja, oyó una tos en la penumbra, alzó la vista y vio cómo la frágil anciana caía por la escalera para acabar muerta a sus pies. No fingía el horror que sentía. De hecho, fue él quien le cerró los ojos.

Mientras lo observaba, Leonora llegó a la conclusión de que se había impartido justicia, porque Duke no olvidaría nunca lo que había visto y lo que había provocado sin querer.

Finalmente, Charles y Deverell se lo llevaron al club para encerrarlo en el sótano bajo la atenta vigilancia de Biggs y Gasthorpe, junto con la comadreja y los cuatro matones que Duke había contratado para ayudarlo con las excavaciones.

Tristan miró a Jeremy.

– ¿Has identificado la fórmula definitiva?

El joven sonrió y cogió una hoja de papel.

– La he copiado aquí. Estaba en los diarios de A. J., todo bien anotado. Cualquiera podría haberla encontrado. -Le entregó la hoja a Tristan-. Sin duda, Cedric es responsable de la mitad del trabajo, pero sin A. J. y sus archivos, hubiera sido un infierno unir todas las piezas.

– Sí, pero ¿funcionará? -preguntó Jonathon. Había guardado silencio durante todo el interrogatorio, mientras asimilaba todo lo sucedido.

Tristan le entregó el papel y él lo estudió.

– Yo no soy botánico -comentó Jeremy-, pero si los resultados plasmados en los diarios de tu tía son correctos, entonces sí, su ungüento ayudará a que, cuando se aplique a heridas, la sangre se coagule.

– Y ha estado guardada en York durante los últimos dos años. -Tristan pensó en el campo de batalla de Waterloo, pero luego borró la imagen y se volvió hacia Leonora.

Ella lo miró a los ojos y le apretó la mano.

– Al menos, ahora la tenemos.

– Hay una cosa que no entiendo -intervino Humphrey-. Si ese extranjero estaba tan decidido a encontrar la fórmula, y fue capaz de ordenar la muerte de Jonathon aquí, ¿por qué no fue tras la fórmula en persona? -Arqueó las cejas-. Eso sí, estoy condenadamente feliz de que no lo hiciera. Lo de Mountford ya ha sido bastante malo, pero al menos hemos sobrevivido a él.

– La respuesta es una de esas sutilezas diplomáticas. -Tristan se levantó y se puso bien la chaqueta-. Si un extranjero de una de las embajadas estuviera implicado en el ataque o muerte de un joven desconocido o incluso de dos, el gobierno no lo vería con buenos ojos, pero ignoraría el incidente en gran medida. Sin embargo, si el mismo extranjero estuviera implicado en un robo y el uso de violencia en una casa de la zona rica de Londres, la casa de unos distinguidos eruditos, el gobierno sin duda se disgustaría y no se mostraría dispuesto a ignorar nada de lo sucedido.

– Y ahora ¿qué? -preguntó Leonora.

Él vaciló, mirándola a los ojos, luego sonrió levemente, una sonrisa dedicada sólo a ella.

– Ahora nosotros, Charles, Deverell y yo, tenemos que transmitir esta información a la persona adecuada y ver qué desea hacer.

Ella se lo quedó mirando.

– ¿A vuestro antiguo jefe?

Tristan asintió.

– Nos volveremos a encontrar aquí para el desayuno, si estáis de acuerdo. Entonces, veremos cuáles son los planes.

– Sí, por supuesto. -Leonora extendió el brazo y le tocó la mano en un gesto de despedida.

Humphrey asintió magnánimamente.

– Hasta mañana.

– Por desgracia, vuestra reunión con el contacto del gobierno no va a poder ser hoy. -Jeremy señaló el reloj de la repisa de la chimenea con la cabeza-. Pasan de las diez.

Tristan se dirigió a la puerta, se dio la vuelta y sonrió.

– La verdad es que sí. El Estado nunca duerme.

El Estado para ellos era Dalziel.

Aunque avisaron de su visita con antelación, tuvieron que esperar en la antesala de su antiguo superior durante veinte minutos antes de que la puerta se abriera y Dalziel les indicara que entraran con un gesto de la mano.

Mientras se sentaban en tres sillas colocadas frente a la mesa, estudiaron la sala y luego se miraron. Nada había cambiado, incluido Dalziel. Tenía el pelo y los ojos oscuros y siempre vestía con austeridad. Su edad era muy difícil de adivinar. Cuando empezó a trabajar para él, Tristan había supuesto que Dalziel era mucho mayor que él. Sin embargo, empezaba a preguntarse si había tantos años de diferencia entre ellos. Tristan había envejecido visiblemente; Dalziel no. Tan tranquilo como siempre, su superior se sentó detrás de la mesa, frente a ellos.

– Bien. Explicaos, os lo ruego. Desde el principio.

Tristan lo hizo, suprimiendo en gran medida la participación de Leonora en el asunto, porque Dalziel era conocido por su negativa a que las damas se implicaran en esos asuntos.

Aun así, lo que se le pasaba a aquella firme mirada oscura era sólo cuestión de conjeturas.

Al final del relato, Dalziel asintió y luego miró a Charles y a Deverell.

– ¿Y cómo es que vosotros dos estáis implicados?

Charles sonrió.

– Compartimos un interés mutuo.

Dalziel le sostuvo la mirada durante un momento.

– Ah, sí. Vuestro club en Montrose Place. Por supuesto.

Bajó la vista y Tristan estuvo convencido de que lo hizo para que no tuvieran que reprimir su expresión de sorpresa. Aquel hombre era una amenaza. Ni siquiera formaban ya parte de su red.