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– A mí también.

– Tendremos que ser capaces de mantener las manos apartadas el uno del otro durante un par de días.

Kirsty se puso tensa y se preguntó a qué estaría jugando Jake.

– No sé nada sobre tus manos, pero mis manos no tienen la mínima tendencia a tocarte -espetó-. A no ser que sea para darte un tirón de orejas. De todas las frases arrogantes y egocéntricas…

– Tú también sientes algo.

– Piérdete -contestó ella, enfadada-. Vete a jugar a otra parte con tus podridos sentimientos. No sé de qué estás hablando -dijo, dándose la vuelta y saliendo del hospital.

– ¿Cómo vas a llegar a casa? -Gritó él detrás de ella.

– Andando.

– Espera un momento y te llevo en coche.

– No confiaría en mí misma -logró decir-. Tú y yo juntos en un coche con toda esa pasión fundida… seríamos un peligro para la seguridad vial, Jake Cameron.

Kirsty siguió andando y se cruzó con Babs, que entraba en ese momento.

– ¿Pasión fundida? -Preguntó la enfermera-. ¿Me estoy perdiendo algo?

– Las dos lo estamos haciendo -le dijo Kirsty, sonriendo cansinamente-. El doctor Cameron y yo acabamos de ingresar a un paciente con un desorden psiquiátrico, pero si fuera tú, me preocuparía por saber quién está tratando a quién -dijo, marchándose de allí sin mirar hacia atrás.

Fue un paseo muy largo, pero lo necesitaba. Al llegar al castillo, entró y se dirigió al cuarto de baño, pensando que todo saldría bien. Kenneth sería una amenaza, pero aquel lugar era como una fortaleza.

Entonces se dirigió a buscar a los demás habitantes del castillo. Angus, Susie y las gemelas estaban dormidos. Se dirigió a la cocina, donde Margie estaba pelando patatas bajo la supervisión de Ben.

– Parece que no tienes a nadie más con quien hablar que nosotros -dijo Margie, dándole la bienvenida-. Espero que no te importe, pero pensé en hacer empanada para cenar.

– ¿Ha hablado Jake contigo?

– El doctor Jake ha hablado con Su Excelencia y él ha hablado con nosotros. Todos pensamos que es una buena idea, ¿verdad, Ben?

– Kenneth supone una preocupación para todos nosotros -dijo él tras asentir con la cabeza-. Angus está muy disgustado. Ni siquiera ha pensado en su calabaza.

– Pero nosotros le hemos tranquilizado -aseguró Margie-. Hemos tenido a todos distraídos tomando fresas para hacer un pastel. Hemos comido tanto que vamos a reventar. Hay un poco en la despensa para ti, muchacha.

Kirsty tomó un trozo de pastel y se lo comió, pensando que aquello era auténtica medicina y que tal vez era lo que Jake necesitaba. Había sido una idea excelente que todos se quedaran allí.

– ¿Cómo habéis podido simplemente mudaros al castillo? -Preguntó Kirsty, confusa.

– ¿No lo harías tú si te lo pidieran? -Respondió Margie, impresionada-. No hay una sola persona en esta zona que no diera su brazo derecho por una invitación así. Mi Ben y Su Excelencia se conocen desde hace mucho tiempo. Han estado comparando calabazas desde siempre y ahora, con la artritis de Ben, ya no salimos tanto. Cuando Jake telefoneó y sugirió que nos quedáramos aquí, pensamos que sería como tener unas vacaciones. Ahora que has llegado, iré a casa a tomar nuestro neceser…

– Riega nuestro huerto -dijo Ben.

– Ayer llovió, así que no hay necesidad -contestó su esposa con serenidad-. Ves, no hay problema.

– Pero… Jake… -dijo Kirsty, a la cual todo aquello le parecía increíble.

– Creo que nuestro Kenneth ha asustado a nuestro doctor -dijo Margie-. Pero tengo que decir que a Jake le vendrá bien estar aquí unos días. Su apartamento del hospital es un lugar deprimente.

– ¿Por qué no busca un lugar más agradable donde vivir?

– Porque es práctico, querida -contestó Margie-. Cuando llegó al pueblo, se compró una casa encantadora a poca distancia del hospital pero claro, él es el único médico y, si le llamaban en medio de la noche, no había nadie que se ocupara de las niñas.

– ¿Y qué es lo que hace ahora?

– Su apartamento es parte del hospital. Cuando le llaman de madrugada, las enfermeras se ocupan de las gemelas. Pero vivir en el hospital hace que las niñas tengan que estar calladas. No pueden gritar al bajar las escaleras como hacen aquí. Les vendrá muy bien salir de allí. Aunque lo que Jake realmente necesita es una esposa. Pero no esperamos milagros.

– Yo tampoco los esperaría -dijo Kirsty-. Le gusta estar solo.

– Él piensa que eres muy atractiva -dejó caer Ben.

– Todos pensamos que Kirsty es muy guapa -dijo Margie, mirando con severidad a su marido-. No seas casamentero, Ben. Sabes que sólo trae problemas.

Para sorpresa de Kirsty, los días que siguieron fueron muy tranquilos.

Jake y su familia se mudaron al castillo pero, aparte de en las comidas, apenas vio al doctor. Lo evitaba todo lo que podía y quizá él también estaba haciéndolo.

Kenneth no estaba causando problemas.

Jake explicó que lo había enviado en ambulancia hasta Melbourne para que le hicieran una evaluación psiquiátrica. Las autoridades telefonearon diciendo que parecía estar en su sano juicio y que no veían ninguna razón por la que tenerle allí ingresado. Le dieron el alta y en el castillo todos esperaron que regresara echando chispas, pero no fue así.

– Puedes marcharte a tu casa -le dijo Susie a Jake mientras cenaban la tercera noche de su estancia, pero lo dijo a regañadientes.

Jake sonrió al notar que no lo decía de buena gana. Kirsty pensó que debía de estar dándose cuenta de lo agradable que era estar allí todos juntos.

– Si a Angus le parece bien, prolongaremos nuestra estancia unos días más. Todavía tengo ciertos reparos acerca de Kenneth.

– Y tus niñas se lo pasarán en grande -dijo Angus, satisfecho-. En este lugar ahora se escucha lo que debe escucharse; ruido y vida.

– Si estás seguro de que no molestamos…

– Apenas te veo, Jake -dijo Angus claramente-. Veo a los demás, pero tú nunca estás aquí.

– Estoy trabajando.

– Entonces deja que nuestra Kirsty lo comparta. Está deseándolo.

– Kirsty está ayudando.

– No lo suficiente -replicó Angus-. Deja que te ayude con las consultas.

– Hoy ha puesto vacunas.

Así había sido. Había visitado el colegio de primaria y había administrado setenta vacunas. Le había ahorrado a Jake algunas horas para que así pudiera llegar al castillo antes y estar con sus hijas. Pero en realidad podría ayudarle en la clínica; el único problema era que estaría a su lado.

– Tengo que marcharme -dijo repentinamente Jake-. Tengo que pasar consulta esta tarde. ¿Dejaréis que Margie os acueste? -Preguntó a sus gemelas.

– Susie me va a leer un cuento esta noche -le dijo Alice-. Y Kirsty se lo va a leer a Penelope. Y mañana lo haremos al revés.

– Yo puedo leerles un cuento a ambas si necesitas que Kirsty te ayude -se atrevió a decir Susie.

– Estoy bien solo -contestó él, marchándose de la sala.

Los días transcurrieron. Cuando Jake había dicho que estaba bien solo, lo había dicho de verdad. Junto con Kirsty, había operado a Dorothy Miller, a Mark Glaston y a Scotty Anderson, pero habían sido pequeñas operaciones y, cuando ella había ofrecido ayudar más, él no lo había aceptado.

– Tu mayor preocupación debe ser que Angus y Susie sigan saludables -le había dicho él.

Pero se le escapaba el detalle de que Angus y Susie se cuidaban el uno al otro.

No sabía qué le ocurría. Debía estar contenta; Susie y Angus mejoraban cada día y no sabían nada de Kenneth. La única razón por la que el castillo estaba lleno de gente aún en aquel momento, era porque todos estaban de acuerdo en que era beneficioso para su hermana y el conde, que habían comenzado a hacer «carreras» entre ellos por el huerto.

Todo era perfecto, pero lo único que podía hacer era pensar dónde estaría Jake, que no estaba en la casa en aquel momento. Se estaba volviendo loca.