– Creo que voy a salir a ver a Mavis -decidió.
– Jake va a verla la mayoría de las tardes -le dijo Ben.
– Si no se me necesita, no entraré -dijo ella de manera profesional, sin entrar en el juego.
– Entra de todas maneras, chica, y examina a Mavis -dijo Margie firmemente-. Y, Ben, no te metas en lo que no te llaman.
– ¿Os ocuparéis de Susie y de Angus? -Preguntó Kirsty, tratando de ignorar a ambos.
– La tortuga contra la tortuga -dijo Margie, refiriéndose a las «carreras» que hacían los dos enfermos-. ¡Qué emocionante! Desde luego que les vigilaremos. Márchate, querida, a ver si tú puedes moverte un poco más deprisa que esta extraña pareja. Tendré la cena preparada en una hora, pero si no regresas a tiempo, no hay problema. Voy a hacer muchos perritos calientes.
Al sentarse en el coche, Kirsty pensó que era un alivio salir del castillo. Necesitaba tiempo. Necesitaba… no sabía lo que necesitaba.
Al salir a la carretera, observó el mar y a los delfines saltando sobre las olas. Era un espectáculo maravilloso.
Cuando llegó a la granja de Mavis, se dio cuenta de que Ben había tenido razón; el coche de Jake estaba allí aparcado. Mientras se acercaba al porche, Jake salió de la casa.
– Hola -dijo ella.
– ¿Qué haces aquí?
– Pensaba que me habías dicho que me mantuviera en contacto con Mavis.
– Y lo hice. Pero pensaba que estabas en el castillo.
– Bueno, pues no lo estoy -dijo ella, enfadada-. ¿Cómo está nuestra paciente?
– Sentada en la cama con sus dos nietos y un equipo de pintura -dijo Jake, permitiéndose sonreír-. Hay pintura por todas partes. ¿Quieres verlo?
– Sí -dijo, sonriendo a su vez. Pero al recordar con quién estaba hablando, dejó de sonreír-. Pero no te entretendré. Obviamente estás ocupado.
– No estoy tan ocupado como para perderme tu reacción ante lo que has conseguido -dijo, apartándose y dejándola pasar-. Lo has hecho estupendamente, doctora McMahon.
Kirsty se ruborizó. Pensó que tenía que regresar a Estados Unidos. Estaba perdiendo el juicio.
Entonces entró en la casa y, al llegar a la habitación de Mavis, se quedó impresionada. La habitación estaba repleta de familiares. Mavis estaba recostada en unas almohadas, con sus nietos a ambos lados, y tenía una bandeja sobre las rodillas donde pintaba. Había tanta pintura sobre la colcha como en los lienzos, pero parecía que a nadie le importaba. Al ver a Kirsty llegar, todos la miraron y sonrieron.
– ¿Así que no me necesitas para que ajuste nada? -Dijo Kirsty dulcemente.
– Oh, no, querida. Estoy muy bien -dijo Mavis, sonriendo.
Kirsty sabía que la metástasis en los huesos haría que el dolor tuviese que ser tratado cada día, pero por lo menos la anciana estaba disfrutando de la vida.
– Me enseñarás antes de irte -dijo Jake suavemente.
– Claro -dijo Kirsty, que sabía que él estaba pensando lo mismo que ella-. Te enseñaré lo último en manejo del dolor para este tipo de enfermedad -entonces se acercó a Mavis-. ¿Puedo interrumpir la pintura para reconocerte rápidamente? ¿Tienes algún punto dolorido?
– Me duele un poco la cadera -admitió Mavis-. Pero está mucho mejor que la semana pasada y no me gusta quejarme.
– Doctor Cameron, ¿por qué no se lleva a estos dos aspirantes a pintor a dar un paseo? -Dijo Kirsty a la desesperada-. Así su abuela y yo podremos tener una conversación sobre caderas doloridas.
Una vez que Jake se hubo marchado, se relajó. No sólo ayudó a la señora Mavis con el dolor de su cadera, sino que estuvo hablando con ella, asegurándole que mantendrían controlado el dolor.
– Quizá tengamos que cambiar la combinación de analgésicos una y otra vez -le dijo-. Pero podemos hacerlo. Incluso cuando me vaya, dejaré instrucciones de cómo actuar. Y siempre estaré al otro lado del teléfono.
– Ojala que te pudieras quedar -dijo Mavis con nostalgia.
Cuando salió de la casa, el sol ya no calentaba tanto. Se encontró a Jake sentado en la galería con un granjero de más o menos sesenta o setenta años.
– Ésta será la otra doctora -dijo el hombre, satisfecho-. Dos por el precio de uno. Bárbara dijo que el médico vendría esta noche y he estado vigilando la carretera para ver cuándo venía. Y ahora os tengo a los dos.
– Herbert vive justo allí arriba -dijo Jake con sequedad, casi disculpándose con la mirada-. Herbert, ésta es la doctora McMahon. A Herbert no le gustan las clínicas porque no le gusta esperar.
– Mi parienta me hace bañarme antes de ir a la clínica. Un hombre podría perder un día entero en una visita así -dijo Herbert, indignado-. Tengo la pierna un poco mal y mi parienta ha dicho que me iba a llevar mañana, quisiera o no. Pero ahora que os he encontrado… si me pudiera arreglar la pierna.
Se remangó el pantalón y enseñó un ensangrentado hematoma, con un profundo corte en el centro. Era obvio que se había herido hacía algunos días y que lo había ignorado.
– ¿Qué ocurrió? -Preguntó Jake.
Tenían público. Bárbara estaba allí de pie, observando, con un niño en cada mano.
– Una maldita vaquilla me dio un golpe el pasado lunes -dijo Herbert agriamente-. La parienta lo vio anoche y me dijo que se me caería la pierna si no te lo enseñaba. Así que aquí estoy.
– Supongo que no hay ninguna posibilidad de que vengas al hospital -dijo Jake, que parecía divertido en vez de enfadado. No se sorprendió cuando Herbert negó con la cabeza.
– Antes se me tendría que poner la pierna negra.
– La pierna se te pondrá negra si no la cuidas más -dijo Jake sin rodeos. Entonces miró a Bárbara-. ¿Está bien si la doctora McMahon y yo practicamos una pequeña cirugía en tu galería?
– Es la galería de mamá -dijo Bárbara, sonriendo y señalando hacia la ventana de su madre.
Mavis estaba observando todo.
– Mientras no os importe tener público, adelante.
Kirsty pensó que aquello era muy extraño.
Jake acomodó al granjero sobre unos cojines, puso papel de periódico bajo su pierna y comenzó a limpiar y a examinar la herida, que necesitaba puntos. Herbert estuvo todo el rato hablando con Bárbara sobre el mercado de ganado.
Kirsty se percató de que en aquella comunidad todos se tenían mucho afecto entre sí. Jake tenía razón; era el lugar adecuado para criar niños. Se planteó si Susie decidiría quedarse allí tras dar a luz. En realidad, no tenía a nadie por quien volver a Estados Unidos; sólo se tenían la una a la otra. Y allí su hermana tenía tanto… Angus, los Boyce, Jake, las gemelas, el huerto…
Observó cómo Jake tapaba la pierna del granjero y decidió que tenía que regresar al castillo en ese momento. Pero antes le administró al hombre una dosis de antibiótico en vena.
– Mañana por la mañana tengo que practicarte una pequeña cirugía para comprobar cómo está la herida -le dijo Jake a Herbert.
– ¡Ah! Sabes que no tengo tiempo para acudir al hospital.
– Telefonearé a Maudie y le pediré que tire la cerveza que fabricas si no estás allí -replicó Jake.
Entonces Bárbara y Herbert comenzaron a bromear y a lanzar indirectas sobre una posible relación entre ambos doctores, algo que a Kirsty no le hizo gracia.
En ese momento sonó el teléfono móvil de Jake. Cuando colgó, todos lo estaban mirando.
– Es una tragedia -dijo él, compungido.
– ¿Una tragedia? -Preguntó Kirsty, cautelosa.
– Angus y Susie se encuentran mejor.
– Hum… ¿y eso es una tragedia? -Preguntó ella, intrigada.
– La señora Boyce preparó perritos calientes para cenar -dijo Jake tristemente-. Todos han estado haciendo ejercicio y tenían mucha hambre… y nosotros llegamos tarde. No ha podido lograr que nos esperaran y siento tener que decirte, Kirsty, que se han comido todo. Lo que nos deja sin cena. Margie dice que tenemos que comprar pescado y patatas fritas de vuelta a casa.