Выбрать главу

– Comed algo aquí -dijo Bárbara-. Yo puedo poner…

– Margie nos puede dar huevos con tostadas -dijo Jake, suspirando como un mártir-. Pero la doctora McMahon y yo somos unos héroes médicos. Sabemos cómo sobrevivir, y pescado con patatas fritas será un lujo.

– Coméroslo en la playa -dijo Herbert-. Como yo y mi parienta. Llevamos una botella de vino a la playa todos los viernes por la noche y nueve de cada diez veces terminamos haciendo jugueteos con las manos -al darse cuenta de lo que estaba diciendo, resopló, avergonzado-. Quiero decir… cuando éramos jóvenes terminaba así. En los viejos tiempos…

– Eso parece ser justo lo que ambos necesitáis -dijo Mavis desde la ventana-. Si tuviera cuarenta años menos, iría con vosotros.

– Compraremos pescado y patatas fritas y lo llevaremos a casa -dijo Kirsty, que no quería meterse en terreno peligroso.

– Puedo adivinar lo que pasaría si hicierais eso, y creo que tú también puedes -dijo Bárbara-. Aunque ya hayan cenado, al veros aparecer con esa comida tan rica, todos tendrán hambre de nuevo y os lo quitarán de las manos. Llévala a la playa, doctor Jake.

– Sí, doctor Jake -dijo Herbert-. Llévala a la playa.

– No necesito pescado y patatas fritas -dijo Kirsty.

Pero todos dijeron que aquello era lo que tenían que hacer. Todos excepto Jake, que no dijo nada mientras los demás planeaban por ellos.

– ¿Tienes hambre? -Preguntó Jake cuando por fin se hizo silencio.

Kirsty tuvo que admitir que sí tenía.

– Entonces vamos -dijo él, resignado-. Pescado y patatas fritas en la playa. Cumpliendo órdenes.

Capítulo 7

Kirsty encontró una mesa cerca de las tiendas, al lado del mar, y esperó a que Jake comprara la cena. Cuando salió de la tienda y se acercó a la mesa, sonrió al poner la bolsa sobre la mesa.

– Deberíamos llevar esto a casa -logró decir ella.

– Bárbara tiene razón. Los carroñeros se lo comerían en cuestión de minutos, y yo me muero de hambre.

– Ésta es mi mitad -dijo ella, separando su comida.

– Oye -dijo Jake, asustado-. Creía que las mujeres fingían no comer.

– Yo no. He estado viendo cómo Susie se ponía enferma ante cualquier cosa frita durante meses, así que hemos estado comiendo poca cosa. Esto es maravilloso.

– Encantado de hacerte un favor.

Kirsty se percató de que él estaba constantemente mirándola.

– ¿Qué? -Dijo por fin-. Parece que nunca hubieras visto a nadie comer una patata.

– Nunca había visto a alguien como tú.

– Entonces mira a Susie. Es idéntica a mí.

– No es idéntica a ti.

– ¿Por qué está embarazada y con secuelas físicas? Se recuperará y será una persona más fuerte de lo que yo nunca pueda llegar a ser.

– ¿Lo dices por qué la vida le ha dado muchos golpes? -Preguntó él, curioso-. ¿No crees que tú seas igual de fuerte?

– Yo no soy fuerte.

– Cuando telefoneé para comprobar tus antecedentes, me dieron un informe magnífico. Simpática, generosa, ambiciosa y preparada para ser una de las directoras más jóvenes del hospicio en el que trabajabas en Estados Unidos. «Fuerte» era una de las palabras que más emplearon para referirse a ti. Pero te marchaste. No te has acercado por allí durante los últimos tres meses y le han tenido que dar las consultas a otra persona.

– Hay muchos trabajos -dijo ella-. No es muy importante.

– La mujer con la que hablé me dijo que sí era muy importante. En el feroz mundo de la medicina, que te marcharas porque te preocupabas mucho por tu hermana, es sinónimo de suicidio profesional.

– Eso no tiene sentido -dijo Kirsty, enfadada-. Oh, bueno, quizá sea verdad en un sentido… para llegar a donde yo iba encaminada tienes que ser ciego ante todo lo demás que no sea tu profesión. Yo lo estuve durante un tiempo, pero la familia es lo primero.

– Mi ex mujer todavía está ciega -dijo él incoherentemente.

– Entonces bien por ella -dijo Kirsty, aún más enfadada.

Se levantó y se acercó a tirar los envoltorios de su cena en la papelera más cercana.

– Me voy a dar un paseo por la playa. Tú vete a casa.

– ¿Me estás echando?

– Sí -contestó ella-. Si nos ven dando un paseo por la playa, creo que no necesitaremos un certificado de boda. En este pueblo será como si nos fuéramos a casar.

– Estás comenzando a ver a lo que yo me tengo que enfrentar.

– Quizá -concedió ella-. Pero no has sido educado.

– Me he olvidado de cómo ser educado.

– Seguro -dijo Kirsty, que cuando llegó a la arena se quitó las sandalias.

Entonces vio que él estaba haciendo lo mismo.

– Se supone que tú te tienes que ir a casa.

– Las niñas se comieron mi perrito. Todos se comieron nuestros perritos. No le cuento cuentos a los «come perritos».

– Lo que quieres decir es que ni siquiera se percatarán de que no estás allí -dijo ella, relajándose-. Hay gente que hace cola para leerles un cuento. Has hecho tan feliz a tantas personas al prestarnos tu familia.

– Pobre Kenneth -dijo él con suavidad-. No sabe a lo que ha dado pie.

– Supongo que fue Kenneth el que nos empujó a estar juntos -dijo Kirsty-. Pero vas a tener que olvidarte pronto de él y dejar que todos os marchéis a casa.

– ¿Quién quiere regresar a su casa? -Dijo él enigmáticamente-. Yo me voy a dar un paseo por la playa. ¿Tú qué vas a hacer?

– ¿Paseamos por partes distintas de la playa?

– Desde luego. ¿Quieres que vaya a por Boris para que venga de acompañante?

– Deberías.

– Si voy a buscarlo, todos vendrán también a hacernos compañía.

– Lo que haría de esto un asunto muy importante -dijo ella suavemente-. Y no queremos eso, ¿verdad, doctor Cameron?

Al final dieron un paseo muy largo. Kirsty pensó que la última semana había sido un regalo para ella, ya que había descansado mentalmente. A su hermana sólo le quedaban tres semanas para dar a luz y el bebé podría nacer en condiciones de seguridad.

También había practicado de nuevo la medicina y se había divertido haciéndolo.

Pero lo más importante de todo era que por primera vez en mucho tiempo se había sentido parte de una familia, y la mayor parte de aquello se lo debía al hombre que tenía a su lado, que sin duda alteraba sus hormonas. Pero claro, no ayudaba que fuese tan guapo, tan generoso, tan…

– ¿Qué piensas? -Preguntó Jake.

– Estaba pensando que todo esto ha sido divertido.

– ¿Divertido?

– Vacunar a los niños en el colegio. Ver cómo Angus y Susie hacían carreras. Juguetear en el castillo con Boris y las gemelas.

– Ellos también se han divertido -Jake hizo una pausa-. Será mejor que regresemos.

Se dieron la vuelta, pero parecía que él lo hacía de tan mala gana como ella.

– ¿Así que nunca más vas a volver a tener ninguna relación? -Preguntó ella.

Pero él no contestó.

– Lo siento -dijo Kirsty por fin-. No he oído tu respuesta.

– Estaba tratando de no oír tu pregunta.

– Puedo preguntar -dijo ella, un poco indignada-. Después de todo, recuerda a mi maridito y a las seis criaturas que me esperan en casa.

– Me había olvidado de ellos -dijo Jake, comenzando a sonreír-. Quizá porque no llevas fotos suyas en un relicario alrededor del cuello.

– Son demasiados. Me dañaría el cuello.

– Pero si lo hicieras, la gente del pueblo dejaría de hablar de nosotros -le dijo Jake.

– Eso realmente te afecta.

– Lo hace -concedió él-. Parece que me relacionan con todas las mujeres en este lugar. Es cansino.

– Me imagino que lo es. Todas esas mujeres…

– Es sólo que… mira, yo vine aquí por eso mismo, porque todos se preocupan por todos. Esto son sólo inconvenientes, así que no debería quejarme.