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– ¿Por qué te importa lo que digan? -Preguntó ella con cautela-. ¿Tan importante es? Si alguien te ve besándote con alguien y va diciendo por ahí que tienes una acalorada aventura amorosa… ¿es eso una tragedia?

– Es por mis niñas.

– A ellas apenas les va a afectar. Sólo tienen cuatro años. Es muy poco probable que las corrompan.

– Pero si la mujer se lleva una idea equivocada…

– Tienes miedo de que, si tocas a una mujer, te vaya a llevar a una situación matrimonial inmediata. Eso parece un poco… presuntuoso.

– Lo es -dijo él, esbozando una compungida sonrisa-. Parece que soy un engreído.

– Desde luego.

– Así que, si te besara, tú no pensarías que lleva a ninguna parte.

– Supongo que no podría ser -concedió ella-. Teniendo en cuenta a mi maridito.

En ese momento divisaron un aparcamiento para coches al que solía acudir mucha gente del pueblo. Kirsty divisó por lo menos diez coches.

– ¿Sabes una cosa? -Dijo-. Si me besaras ahora, podrías utilizarlo como una coraza que te serviría durante algunos años.

– ¿En qué te basas para decir eso?

– Por la mañana todos hablarían de ello. El doctor tiene un apasionado romance con la doctora. Entonces nada. La doctora regresa a Nueva York, dejando desolado al doctor. Te podrías esconder tras tu corazón roto durante mucho tiempo.

– ¡Pero… gracias!

– Es sólo una idea -dijo ella, sonriendo-. Sólo me estoy ofreciendo para conseguir algo bueno. Si necesitas una coraza, ¿qué mejor que un corazón roto? O… -hizo una pausa-. Yo le podría decir a todo el mundo que tú sabías lo de mi maridito y los seis niños. Eso funcionaría. Incluso quizá funcionara mejor.

– ¿Cómo iba a funcionar mejor? -Preguntó Jake, mirándola como si fuera una extraterrestre.

– Las madres advertirían a sus hijas sobre ti. «No te acerques a él, querida. Es un destroza hogares».

– Lo tienes todo pensado.

– Sólo estoy tratando de ayudar.

– ¿Por qué?

– Porque estás amargado -contestó ella-. Y yo soy una especialista en paliar el dolor.

– ¿Qué te hace pensar que yo siento dolor?

– Creo que estás muy solo. Creo que, el que tú esposa te abandonase, te ha dejado desconcertado y herido. Asustado. Quieres mantener a tus gemelas y a ti a salvo de que os hagan daño de nuevo, y estás utilizando el cotilleo del pueblo como una excusa para que no se te acerque nadie.

– Eso no tiene sentido.

– ¿Ah no? -Kirsty lo miró a la cara-. ¿Seguro que no tiene sentido, Jake? Casi no nos habíamos conocido cuando tú me dijiste que me retirara y sabes que hay una atracción mutua. Apartando a mis hijos imaginarios, ¿hay alguna razón sensata por la que no me estés besando ahora mismo, cuando sabes que ambos lo estamos deseando?

– Yo…

Kirsty se alejó un poco de él, pensando que finalmente había enloquecido por completo.

– ¿Kirsty? -Dijo Jake tras ella.

Kirsty se detuvo, esperanzada.

– ¿Sí?

– O te beso o te ahogo -dijo él, que parecía mucho más desesperado que apasionado-. Así que date la vuelta y deja que te bese.

La besó.

Estaba loco. Aquello era una locura. Tendría que haberse marchado de allí, pero ella era demasiado… Kirsty.

Había entrado en su vida y había encendido algo que llevaba mucho tiempo sin ser encendido, si es que alguna vez lo había estado.

Kirsty era diferente a cualquier otra mujer; su calidez, sus curvas, toda ella se derretía en su cuerpo… se compenetraban de tal manera que era impresionante… y maravilloso.

Ella le acarició la cara, haciendo más profundo aquel beso; era tan erótico que sintió cómo empezaban a encogérsele los dedos de los pies.

Había besado a otros hombres, desde luego. Pero nadie había provocado que tuviera que encoger los dedos de los pies.

Era increíble que Jake estuviera besándola, que ella estuviera abrazándolo y que él no estuviera apartándola, sino que estuviera besándola más profundamente. Parecía que la deseaba tanto como ella a él.

Nunca antes nada le había hecho sentir tan bien. Sus pechos estaban presionando el pecho de él, que la estaba abrazando por la cintura, acercándola aún más hacia su cuerpo.

Pero aquello no podía perdurar. Kirsty pensó que simplemente estaban actuando delante del público, pero ella no lo iba a detener. Hacerlo sería una tontería… y ella no se sentía tonta. Se sentía ligera, caliente, maravillosa y… amada.

Lo abrazó aún más estrechamente, para besarlo más apasionadamente. Pero él la tomó de las manos y la alejó de él… sólo un poco.

– ¿Crees que ya les hemos dado suficiente? -Dijo él, cuyos ojos reflejaban alegría.

– No -dijo ella-. No estarán satisfechos hasta que no me arranques la ropa y me hagas el amor. Aquí mismo.

– ¿Quieres hacer eso? -Preguntó, soltándole las manos.

– Quizá que me conozcan como la fulana de Dolphin Bay no sea lo que tenía en mente -logró decir ella, muy decepcionada de que la hubiera soltado-. Aunque tengo que decir que lograría maravillas en tu reputación. ¿Fornicación en público? Ninguna madre dejaría que su hija se acercara a ti, ni siquiera para que las vacunaras contra la gripe.

– Entonces quizá sea mejor que no lo hagamos.

– Sí, quizá sea mejor.

Él la tomó de la mano y anduvieron como una pareja delante del acantilado sobre el que estaba el aparcamiento. Aunque era un gesto muy simple, a Kirsty le conmovió muchísimo.

– ¿Crees que lo que acabamos de hacer me mantendrá a salvo de los casamenteros? -Murmuró Jake, agarrándola con fuerza de la mano, así como con calidez.

– Durante las próximas semanas nos emparejarán -susurró Kirsty-. Todos saben que hemos estado durmiendo en el mismo castillo. Entonces, cuando me marche, tú puedes fingir tener roto el corazón de nuevo, justo como estuviste cuando se marchó tu mujer. Superar lo de tu mujer te ha dado años de armonía. El pueblo acababa de comenzar a intentar emparejarte con alguien… y sufres otra pérdida amorosa.

– Tú eres mi amor perdido -dijo él, que parecía asustado.

– ¿No te parece que interpreto muy bien ese papel?

– Hum… claro.

– Entonces ahí tienes -dijo Kirsty a punto de llorar…

En aquel momento sonó el teléfono móvil de Jake y ella lo bendijo. Necesitaba espacio. Se apartó un poco, sentándose en la arena.

Se preguntó si podría soportar vivir allí y ser observada constantemente. Quizá no. A no ser…

– El pescado y las patatas fritas estaban muy buenos -dijo cuando Jake se acercó, tratando de ser educada y quitándole importancia a lo ocurrido-. Ha sido un paseo muy agradable, así como el beso. Muchas gracias, doctor.

– Ya está. ¿La consulta ha terminado?

– Suponía que tendrías que ir a algún sitio, a ver a alguien.

– Emily Cannon tiene una urgencia.

– Ahí lo tienes. Te veré en casa -dijo, pensando que en realidad no sería así, ya que él y las gemelas dormían en una suite muy alejada de su habitación-. A no ser que necesites ayuda.

– No te necesito.

– Entonces buenas noches, doctor Cameron.

– Buenas noches, doctora McMahon.

Capítulo 8

Fue una noche muy larga. Kirsty estuvo despierta, tumbada en la cama, preguntándose qué demonios había hecho. Había abandonado su dignidad y se había comportado como una imbécil.

– Me he divertido -dijo para sí misma-. Y él también se ha divertido. Éramos dos personas maduras actuando para el cotilleo local.

Pero tenía que admitir que tal vez hubiese sido así para Jake, pero para ella había sido mucho más. No se podía dormir. Se levantó y se acercó a la habitación de Susie, donde se encontró a su hermana despierta y mirando al techo.

– ¿Qué te ocurre? -Preguntó Kirsty.