Susie se dio la vuelta y sonrió.
– No ocurre nada. Ése es el problema.
– ¿Huh?
– Me ha despertado Rory Júnior practicando fútbol -dijo Susie-. Y entonces me he tenido que levantar para hacer pis por cuarta vez esta noche. Y ahora… estaba aquí tumbada, pensando que parece que de nuevo la vida es esperanzadora. Sólo un poco. Pero estos últimos días… han sido como un rayo de esperanza.
– Eso es estupendo -dijo Kirsty afectuosamente-. La depresión es una enfermedad horrorosa. He estado tan asustada por ti -tomó la mano de su hermana, apretándola-. Creo que todavía lo estoy.
– Crees que las nubes volverán a formarse -susurró Susie-. Yo también tengo miedo de que lo hagan. Es estupendo que esté teniendo esta… esta breve felicidad, pero entonces recuerdo que Rory no está aquí para compartirla conmigo. No verá a su hijo. Y entonces pienso que no tengo ningún derecho para seguir adelante.
Kirsty había dejado la puerta abierta y vieron una sombra en el rellano.
– Jake -dijo Susie, sonriendo.
Jake se detuvo en la puerta, con Boris a su lado.
– Susie -dijo Jake con calidez y afecto-. ¿Ocurre algo? -Al ver a Kirsty le cambió la voz-. Lo siento. Ya tienes a tu médico personal atendiéndote. Yo me iba a la cama. Vamos, Boris.
– Entra y haznos compañía -dijo Susie.
Jake entró e ignoró a Kirsty.
– ¿Realmente estás bien?
– Sí, de verdad -contestó Susie-. Angus y yo hemos organizado para mañana una visita al fisioterapeuta que me recomendaste.
Kirsty reconoció que aquello era un gran paso adelante. Jake había convencido a ambos de que fueran a ver al médico, diciéndole a Susie que Angus lo necesitaba y viceversa.
Aunque Jake había provocado que Kirsty tuviera un lío tremendo en su cabeza, ella le perdonaba todo gracias a cuánto había ayudado a su hermana. Pero tenía que continuar. Quizá después del parto las hormonas hicieran que tuviera una depresión post parto…
– Susie se siente culpable por comenzar a divertirse un poco -le dijo a Jake-. Rory no está aquí para compartirlo. Se siente muy mal de estar aquí y que él no esté. Tiene miedo de que la depresión vuelva a aparecer.
– Es una sensación terrible -dijo Jake suavemente-. Lo sé porque me ocurrió lo mismo cuando mi hermana murió. Es una de las cosas más difíciles de asumir.
– ¿Tu hermana murió? -Preguntó Susie.
– En un accidente de tráfico cuando tenía dieciséis años -dijo Jake brevemente-. La primera vez que me olvidé… mis amigos me llevaron a ver una película. Era una película muy tonta y todos acabamos borrachos y sin parar de reír. Pero entonces pensé que Elly nunca iba a ver aquella película, se me revolvió la tripa al pensarlo y vomité. Mi cuerpo reaccionó a la angustia de mi mente.
– Seguro que tus amigos no lo entendieron -susurró Susie.
– Les dije que estaba malo del estómago. Quizá me creyeron. Y lo que siguió a aquello fueron meses y meses estando supuestamente malo del estómago. Incluso ahora tengo mis momentos. Pero he aprendido… -Jake dudó si seguir hablando. Miró a Kirsty, como inseguro de abrirse ante ella-. Pero he aprendido que no puedo dejar de ver películas. Ni puedo dejar de ir a la playa, ni de celebrar mi veintiún cumpleaños, ni dejar de casarme o tener hijos simplemente para que no se me revuelva la tripa por qué no ayuda. El dolor y la pérdida te revuelven de tal manera el estómago, que de vez en cuando tienes que sacarlo fuera, llorando, vomitando, golpeando objetos, o cualquier cosa que te ayude… pero tienes que hacerlo. Si no, estás agarrotado.
– Supongo que así es como he estado yo -susurró Susie-. Agarrotada por dentro.
– Sólo estás un poco magullada -dijo Jake, sonriendo-. Estás mejorando mucho al andar. Rory estaría muy orgulloso de ti.
– Lo estaría, ¿verdad? -Dijo Susie. Entonces miró a Jake y a Kirsty y viceversa-. Y esta noche, en la playa…
– Tengo que irme a la cama -dijo Jake, interrumpiéndola-. Acabo de llegar a casa. He tenido que realizar tres visitas a domicilio y son las dos de la madrugada.
– Esta noche en la playa, ¿estabas tratando de olvidarte de algo? -Preguntó Susie-. ¿O ambos estabais siguiendo hacia delante?
– No estoy seguro de lo que quieres decir -dijo Jake, acusando a Kirsty con la mirada de habérselo contado todo a su hermana.
– Déjala en paz -dijo Susie al percatarse de la mirada-. Ella no me ha dicho nada. Pero la cuñada de Margie estaba en el aparcamiento y se han realizado muchas llamadas telefónicas. Margie, antes de irse a la cama, vino a contármelo y a preguntarme si no me parecía estupendo. Es justo que os avise. Simplemente soy la primera en hacer la pregunta.
– Bueno, ya lo has preguntado -dijo Jake-. Ahora me voy a la cama. Buenas noches.
– No me has respondido -se quejó Susie.
– No es asunto tuyo.
– No. Pero soy la gemela de Kirsty -dijo Susie, volviendo a sonreír-. Conozco todas sus preocupaciones. Si no me crees, pregúntale a tus propias gemelas.
– Tengo un par de gemelas en mi vida -dijo Jake, cuya voz reflejaba una leve desesperación-. No puedo soportar otro par más.
– Déjalo, Susie -dijo Kirsty, incluso más desesperada que Jake-. Deja que se vaya a la cama.
– Sólo estoy preguntando -respondió Susie-. ¿Te ha hablado Kirsty sobre sus sombras?
– No…
– Nuestra madre murió cuando teníamos diez años -explicó Susie-. Nuestro padre se suicidó poco después. Desde entonces, Kirsty se ocupa de todo. Me ha cuidado… me ha protegido. Aceptó su trabajo en el hospicio y se ha ocupado de los moribundos. Nuestro padre se suicidó porque no podía seguir adelante. A mí la vida me ha golpeado duramente. Kirsty ha observado todo esto y ha decidido que no quiere que le ocurra lo mismo.
– Basta ya -exigió Kirsty, desesperada.
– Has estado trabajando para que yo me pusiera mejor y ahora yo estoy… por primera vez desde que Rory murió estoy sacando la cabeza de la niebla y percatándome de lo que acontece a mí alrededor. No se me está revolviendo la tripa y me siento… ligera. Y estoy muy interesada en lo que le pasa a mi gemela.
– Eso está bien -dijo Jake, echándose para atrás-. Yo me tengo que marchar.
– Pues claro que sí -dijo Susie-. Kirsty, tú también tienes que marcharte.
– Me voy a quedar un rato contigo.
– No te necesito.
– Sí que me necesitas -espetó Kirsty-. Buenas noches, doctor Cameron.
– Buenas noches, doctora McMahon.
– ¿Cómo has podido? -Le recriminó Kirsty a su hermana una vez que Jake se hubo ido. Estaba indignada, enfadada e impresionada-. Susie, has asustado muchísimo al doctor. Y a mí.
– Tú no estás muy asustada -dijo Susie pensativamente-. Oh, Kirsty, es guapísimo. Y le has besado.
– Estábamos haciendo el tonto. Tomándole el pelo a los del pueblo.
– ¿De verdad?
– De verdad.
– Así que… -dijo Susie, mirando a su hermana como hacía meses no miraba a nadie- estás diciendo que no estás enamorada de Jake Cameron.
– Estás teniendo alucinaciones. Te voy a tomar la tensión.
– No le pasa nada a mi tensión -murmuró Susie-. Por otra parte, la tuya… oh, Kirsty, ¿qué le vas a decir a Robert?
– Nada.
– Supongo que no tienes por qué hacerlo. Es tan atontado que ni siquiera se dará cuenta de que se han desecho de él.
– ¡Susie!
Kirsty apenas fue capaz de dormir después de todo lo ocurrido. Se despertó temprano y decidió prepararse el desayuno. Pero cuando llegó a la puerta de la cocina, oyó a Jake y se detuvo.
– Tenemos que hacer que engordes de alguna manera -estaba diciendo-. Que me acompañe una bolsa de huesos no le viene bien a mi imagen médica. Si quieres ser un súper perro del médico, tienes que tener el aspecto de un anuncio de vitaminas andante. Toma otra loncha.