Los ingleses no tienen escritas sus leyes, las llevan consigo a donde quiera que vayan.
En Inglaterra las palabras enflaquecen.
Tendrá que haber judíos todavía cuando el último judío haya sido eliminado.
El peligro más grande del que el hombre debe protegerse conforme va adquiriendo mayor grado de conciencia es el rápido cambio de luz bajo el cual, cada vez más, se le manifiestan las cosas y las convicciones. Todo se hace fluido; lo más fluido se hace visible; uno no termina con nada; cada muro tiene su puerta; detrás sigue habiendo algo; las mismas flores se ofrecen en colores nuevos; la calzada, dura como el granito, se reblandece hasta convertirse en barro. Uno puede haber estado deseando durante veinte años algo muy concreto y, una vez adquirido un grado mayor de conciencia, dejar de desearlo. Lo que uno encontraba feo se desenmascara en forma de múltiples y hermosas imágenes: se esfuman después de una danza leve y centelleante. Todo se hace posible; el desagrado se debilita; el juicio sobre algo se dobla como una brizna de hierba bajo el viento; los huesos se alargan hasta adquirir cualquier longitud; un pensamiento tiene tanta sangre como uno quiere; y el hombre, que ha llegado a serlo todo, es también capaz de todo.
¡Cuántos objetos tuvo que hacer primero el hombre para poder llegar a una filosofía del materialismo!
La vivencia central de Swift es el poder. Es un Poderoso impedido. Sus ataques satíricos están en lugar de sentencias de muerte. Estas, durante su vida, le fueron negadas, han pasado a sus sátiras. De ahí que, en el más estricto sentido de la palabra, aquellas sátiras sean lo más terrible que jamás haya podido realizar un escritor.
Swift copia reinos, transforma reinos; las cortes no dejan de inquietarle. Presenta siempre de un modo sarcástico la forma cómo las cortes organizan sus Imperios: jamás se olvida de hacerlo notar al lector – es lo único que le hace notar – lo mucho mejor que él podría organizar estos Imperios.
De ahí que el Diario a Stella sea un documento único, porque, de un modo desnudo y sin maquillaje alguno, sólo con algunas pretensiones falsas muestra al hombre de espíritu que, en medio del despiadado sistema bipartidista de su tiempo, está a la espera del poder y que no puede conseguirlo porque mira con demasiado detalle los entresijos de este sistema.
Estas almas de gusano, ¿cómo van a comprender que lo importante es despreciar el dinero, aun cuando uno lo necesite?
Uno está contento de ver que los deseos de los demás se cumplen, sobre todo cuando uno mismo no ha hecho nada para ello: como si hubiera una complacencia y un oído invisibles, quién sabe dónde.
Actúa como jamás podrías volver a actuar.
El hombre de éxito únicamente oye aplausos. Para todo lo demás está sordo.
Todas las dominaciones del mundo que han tenido lugar en el pasado, todos los desprecios, opresiones, sojuzgamientos, se han concentrado en el corazón enfermo de un solo hombre, a él, lo contrario del chivo expiatorio, le ha tocado la tierra, y él la castiga por toda su historia.
Jamás he tenido noticia de un hombre que haya atacado al poder sin quererlo para sí, y en esto los moralistas religiosos son los peores.
La vida monstruosa que los perros llevan entre ellos: el más pequeño puede ir con el más grande y, en determinadas circunstancias, puede llegar a tener crías. Mucho antes que nosotros los perros viven entre monstruos y enanos que, no obstante, son sus semejantes y tienen su misma lengua.!La de cosas que pueden ocurrirles! ¡Qué parejas tan grotescamente distintas se buscan! ¡Cómo se temen, cómo se sienten atraídos por lo más maligno! Y siempre cerca de sus dioses, un silbido y la vuelta al riguroso mundo de las cargas simbólicas.
Muchas veces parece como si todo el mundo religioso que nos hemos imaginado, con demonios, enanos, espíritus, ángeles y dioses, estuviera tomado de la realidad de los perros. Ya sea porque hemos presentado nuestras múltiples formas de creer tomando como modelo a los perros, ya sea porque empezamos a ser hombres desde que tenemos perros; como sea, el caso es que leemos en ellos lo que nosotros, propiamente, somos y hacemos, y es de suponer que la mayoría de los señores están más agradecidos a este saber sordo y romo que a los dioses de los que están hablando siempre.
La música es el mejor de los consuelos por el solo hecho de no crear palabras nuevas. Incluso cuando se les pone música a unas palabras, su magia sobrepasa y borra el peligro que ellas conllevan. Pero cuando es más pura es cuando se toca para sí misma. Uno cree en ella de un modo incondicionado, porque la seguridad que infunde es una seguridad de los sentimientos. Su fluencia es más libre que todo lo que parece posible en el ser humano, y en esta libertad está la salvación. Cuanto más poblada esté la tierra y cuanto más domine la máquina en la configuración de la vida del hombre, tanto más imprescindible se va a hacer la música. Vendrá un tiempo en que sólo por ella podrá el hombre escapar a las estrechas mallas de las funciones, y el dejarla como una inmensa reserva de libertad, una reserva libre de toda influencia, va a ser la tarea más importante de la vida espiritual del futuro. La música es la verdadera historia viviente de la Humanidad, una historia de la cual, sin ella, sólo poseemos partes muertas. No es preciso que saquemos de ella nada porque ella está siempre entre nosotros, y basta con oír ingenuamente; todo lo que no sea esto es un aprender inútil.
Lo que es un tigre lo sé realmente desde que he leído el poema de Blake.
Los milagros como mezquinos restos de las viejas y pictóricas metamorfosis.
Cualquier tonto puede, siempre que le venga en gana, perturbar al espíritu más complicado.
La promesa de la inmortalidad basta para levantar una religión. La simple orden de matar basta para exterminar a tres cuartas partes de la Humanidad. ¿Qué quieren los hombres? ¿Vivir o morir? Quieren vivir y matar, y mientras quieran esto tendrán que contentarse con las distintas promesas de inmortalidad.
Algunas frases no empiezan a soltar su veneno hasta al cabo de años.
Lo que para el pobre es la esperanza, es para el rico el heredero.
No creas a nadie que esté diciendo siempre la verdad.
Éxito: el raticida de hombres, muy pocos salen con vida.
La duda se engaña más que la fe.
Cada lengua tiene su propio silencio.
De todos modos, siempre han vencido aquellos que han llevado al mundo a su vieja estructura espiritual, a la guerra. Ya puede irse a pique hasta el último: tras de sí dejan la guerra y las próximas guerras. Los judíos están otra vez en Egipto, pero los han dividido en tres grupos: a unos se les ha dejado salir; a otros los han convertido en esclavos; a los últimos los han matado. Así, de repente, todos deben repetir su viejo destino. Uno puede no hacer nada. Uno puede quejarse. Uno puede mejorar. Maldita sea la venganza, y si me matan al más querido de mis hermanos, no quiero venganza, quiero otros seres humanos. las guerras se hacen por mor de sí mismas. Mientras no reconozcamos esto, jamás será posible combatirlas realmente.
1943
Desde que hay guerra los pensamientos y las frases son más cortos, adaptados al tono de las órdenes. La gente lo que quiere es no prolongar ni continuar todo lo que ha surgido en este tiempo. Quieren dejarlo tras sí como si fueran los tiros de una ametralladora. Nadie sabe quién va a venir a su casa ni nadie sabe dónde va a estar en casa. De ahí que la gente no se instale demasiado a sus anchas en ninguna frase y que pase por todas ellas rozándolas, como si fueran hojas que bordean el camino. El periódico, «en el que todos los días viene una cosa distinta», y los partes radiofónicos son los monos del momento; cuando se advierte su presencia en un árbol ya han saltado al siguiente. El Matusalén de la guerra ya no es ningún vicio, nació ayer; una existencia normal se cuenta por horas. Debe haber ocurrido que uno ya no sabe para qué ha estado luchando el momento anterior; y algunos dicen que cientos de miles de muertos desfiguran la más clara de las metas. No siempre se encuentran ríos dispuestos a llevarse los cadáveres flotando. Los hornos crematorios rodantes llegan muchas veces con retraso. Las torres de calaveras unidas con cemento que construían los tártaros eran más recomendables; ofrecían una amplia perspectiva. Con todo, los experimentos de utilización de corazones e intestinos muertos han hecho grandes progresos; no está excluido que se dé nueva vida a los cadáveres propios sirviéndose de los de los enemigos. Entonces las guerras tendrían un sentido, un sentido profundo que hasta hoy sólo han augurado los profetas de la guerra. No se había llegado demasiado lejos en la interpretación de procesos de proporciones tan colosales; pero los números hablan por sí solos a favor de un hecho: tiene que tratarse de acontecimientos de suma importancia para la vida, pues ¿iba a ser inútil la muerte de millones de hombres? ¿Y qué decir de que los hombres vayan gustosos a la muerte, estén orgullosos de morir y de que anden a la greña por el privilegio que esto supone? Son siempre los números lo que avergüenza a los escépticos.