Elías Canetti
La Provincia Del Hombre
Carnet De Notas 1942-1972
Versión castellana de Eustaquio Barjau
PRELIMINAR
Este volumen contiene notas tomadas entre los años 1942 y 1972. Treinta años de una vida de consciencia son muchos años. Mi propósito ha sido hacer una selección de todo este período y ofrecérsela al lector. Independientemente de cómo fueran estos años – y jamás silencié sus aspectos terribles, que sentí como míos -, debo estar agradecido a que se me haya dado la posibilidad de vivirlos en estado de vigilia. Si una rendición de cuentas como ésta puede parecer quizá algo errático, debo decir, no obstante, que en cada frase está cerca del momento y contiene siempre la verdad de un ser humano.
De qué modo surgieron estas notas es algo que me gustaría decirlo con las palabras con las que hice preceder uno de los volúmenes anteriores. Sin embargo, como gran parte de su contenido que abarcaba el período de tiempo comprendido entre 1942 y 1960 está recogida aquí, se me puede permitir una repetición abreviada de lo que dije entonces.
El hecho de estar concentrado en una única obra, «Masa y Poder», de la que sabía que probablemente iba a reclamar mi atención algunos decenios todavía, y una especie de prohibición que impuse a todo otro trabajo sobre todo a los trabajos puramente literarios -, dieron lugar a una tensión que con el tiempo adquiría proporciones alarmantes. Era necesario una válvula de escape, y a principios de 1942 la encontré en estas notas. Su libertad y espontaneidad, la convicción de que existían sólo para sí mismas, de que no servían a ningún fin, la irresponsabilidad con la que jamás volví a leerlas ni cambié nada de ellas me salvaron de un anquilosamiento que hubiera podido ser fatal.
Poco a poco aquellas notas se iban convirtiendo en un ejercicio diario e indispensable. Me daba cuenta de que una parte importante de mi vida pasaba a ellas. De esta práctica salieron varios volúmenes, y lo que ahora presento es una pequeña parte de ellos.
A fines de 1948, después de trabajos preparatorios que habían durado mucho tiempo, empecé la redacción de Masa y Poder. Este trabajo se prolongó todavía durante muchos años, y cuando las interrupciones forzosas empezaron a suponer un peligro, me permití, de nuevo, aunque muy pocas veces, algunos trabajos literarios. Hasta el año 1959 no resolví concluir el manuscrito del libro que yo ya veía como la obra de mi vida. No es de extrañar que a las notas de estos años, que yo seguía escribiendo de un modo regular, haya pasado mucho de lo que tiene que ver con este libro.
No podía ocultar al lector la aventura del encuentro con algunas fuentes poco conocidas pero de enorme trascendencia. No sería acertado pensar aquí en «lecturas», en el sentido usual de esta palabra. Conmociones de tal fuerza que tienen al hombre en vilo semanas y hasta meses y que luego no le sueltan, por el efecto que han causado en él, son comparables a expediciones científicas a tribus desconocidas; de vez en cuanto -y no soy capaz de formularlo de un modo más suave y reposado – tienen la violencia de la revelación. Pero hay más: algunos ejemplos de encuentros con «enemigos» – es decir, de pensadores a los que uno considera pero que le están mostrando la imagen del mundo patas arriba me parecieron también suficientemente interesantes Como para figurar aquí. Mi pesquisa se ha dirigido siempre de un modo especial a aquellos que mantenían despierta en mí la capacidad de réplica.
En la cuestión que para mí es la más importante, la muerte, entre todos los pensadores no he encontrado más que oponentes. Esto puede que explique por qué mi propia opinión aparece aquí siempre con la fuerza de una fe, y que mis afirmaciones estén llenas siempre de celo y vehemencia. Las notas correspondientes a los años 1961-1972, de las cuales aparece aquí por primera vez una selección, tampoco están libres de este pensamiento.
Sin embargo, estos apuntes hacía tiempo que habían perdido su carácter de válvula de escape. Ya no estaban bajo la presión de una tarea que había gravitado pesadamente sobre mí. Si antes sin ellas me habría asfixiado sin remedio, ahora tenían su imperio propio e intocable. La idea de que tal vez, más adelante, iba a publicar algunas de ellas no perjudicaba su libertad, porque la selección no estaba hecha y sólo podía abarcar una parte mínima de ellas.
Muchos han intentado comprender su vida en su coherencia espiritual, y aquellos que lo han logrado difícilmente pueden quedar anticuados. Me gustaría que algunos anotaran también la vida en sus saltos. Parece que los saltos pertenecen más a todos; cada uno, sin especiales dificultades, puede ir a buscar aquello que le concierne. La pérdida de una unidad patente, inevitable en una empresa como ésta, apenas es de lamentar, pues la verdadera unidad de una vida es una unidad secreta, y donde actúa con más eficacia es allí donde se esconde sin proponérselo.
1942
Estaría bien, a partir de cierta edad, irse haciendo cada vez más pequeño, año tras año, e ir recorriendo hacia atrás los mismos estadios por los que antaño trepó uno con orgullo. Los honores y dignidades de la edad, con todo, deberían seguir siendo los mismos de hoy, de modo que gente muy menuda, como muchachos de seis u ocho años, serían los más sabios y los de mayor experiencia. Los reyes más viejos serían los más pequeños; sólo habría Papas muy pequeños; los obispos mirarían desde arriba a los cardenales y los cardenales al Papa. No habría ya ningún niño que quisiera llegar a ser una persona mayor. La historia perdería importancia con la edad; uno tendría la impresión de que sucesos ocurridos trescientos años antes habían tenido lugar entre seres parecidos a los insectos, y el pasado tendría, al fin, la suerte de que nadie se fijara en él.
La palabra libertad sirve para expresar una tensión muy importante, quizás la más importante de todas. Uno quiere siempre marcharse y cuando el lugar al que uno quiere ir no tiene nombre, cuando es indeterminado y no se ven en él fronteras, lo llamamos libertad.
La expresión espacial de esta tensión es el ardiente deseo de traspasar una frontera, como si ésta no existiera. Para el sentimiento mítico de los antiguos; la libertad de volar llega hasta el sol. La libertad en el tiempo es la superación de la muerte, y llegamos incluso a contentarnos con irla retrasando indefinidamente. La libertad que tiene lugar en las cosas es la disolución de los precios, y no hay nada que el derrochador ideal – que es un hombre muy libre – desee tanto como un cambio incesante en los precios, un cambio que no esté determinado por regla alguna, el indiscriminado subir y bajar de éstos, algo sobre lo que, como el tiempo, no podemos influir y que ni siquiera podemos realmente predecir. No hay ninguna libertad «para algo»; la gracia y la fortuna de la libertad es la tensión del hombre que quiere saltar sus propias barreras y que, en aras de este deseo, elige siempre las peores barreras que encuentra. Uno que quiere matar tiene que vérselas con las más temibles amenazas que acompañan a la prohibición de matar, y si estas amenazas no lo hubieran atormentado tanto, seguro que habría tomado sobre sí tensiones más afortunadas. El origen de la libertad está, sin, embargo, en la respiración. El aire era para todos, todo el mundo podía tomarlo, cualquiera que fuera este aire y quienquiera que fuera el que lo tomara, y la libertad de respirar es la única que hasta la fecha no ha sido realmente destruida.