La distancia: la virtud nacional inglesa. La influencia que en la Historia ha tenido sobre el carácter de la ciencia moderna.
Temo a la Historia, su marcha libre de toda influencia, y ello por los nuevos modelos falsos que va creando todos los días.
La lucha por la Tierra tiene lugar hoy entre cuatro pueblos: los anglosajones, los alemanes, los rusos y los japoneses. Los otros fueron satélites. Francia e, Italia, que se creyeron demasiado antiguas para ser satélites, han colaborado sólo con parte de su alma. Los anglosajones llevan sobre los demás una ventaja que no es posible recuperar. De dos maneras se han hecho invencibles e imprescindibles. Primero, colonizando toda la Tierra con hombres de su raza. Por todas partes hay ingleses; y los hay no sólo en tanto que señores de otros pueblos. Luego, convirtiendo la mejor parte de un continente en asilo, y allí, en América, fundiendo a la gente más emprendedora de todos los pueblos y convirtiéndolos en una especie de anglosajones. Así es como se han asegurado las regiones y los hombres. De ahí que hoy en día existan en dos grandes formas distintas: como el viejo pueblo de señores y como una mezcla de razas, moderna y pletórica de vida. Los rusos, en cambio, tienen que establecer en el mundo su verdadero continente, una nueva fe social y unos hombres partidarios de la revolución. Es muy posible que sus verdaderas conquistas no empiecen hasta ahora. Los alemanes y los japoneses, con una incomprensible ceguera, empezaron a la manera de los viejos conquistadores y confiaron únicamente en la técnica moderna, que era tan asequible a sus enemigos como a ellos mismos. Partieron, como los romanos, de un solo punto – si tenemos en cuenta que el número de hombres es hoy en día mayor – y quisieron alcanzar en años lo que los romanos lograron en siglos. El estado de la tierra que les rodeaba, que era muy distinto al de antaño, no lo tuvieron en cuenta para nada. Les bastó con un sentimiento puramente subjetivo de superioridad, que intentaron atizar de todas las formas posibles. Les bastó con saber poco de los demás. El haberse estado midiendo durante mucho tiempo con los pacíficos judíos llevó a los alemanes a una especial fatalidad. Se tomaron tan a pecho la tarea de hacerlos sus enemigos que, poco a poco, todos los enemigos fueron tomando algo así como color de judío. De este modo, su fe en la escasa belicosidad de los ingleses y de los rusos llegó a ser para ellos un dogma catastrófico.
Hay una tensión legítima en el poeta: la proximidad del presente y la fuerza con la que él lo aparta de sí; la nostalgia del presente y la fuerza con la que vuelve a tirar de él para sí. De ahí que jamás pueda estar lo bastante cerca de él. De ahí que jamás pueda apartarlo lo bastante de sí. Todo hombre necesita una esfera legítima de opresión en la que le sea permitido despreciar y poner su orgullo por las nubes. La elección de esta esfera, que muchas veces tiene lugar muy pronto, es, probablemente, el acontecimiento más importante de una vida. Aquí es donde un educador puede realmente hacer algo; tiene que estar mucho tiempo a la expectativa, sintonizar cautelosamente con
que estar mucho tiempo a la expectativa, sintonizar cautelosamente con los sentimientos del educando y, una vez ha encontrado lo que buscaba, trazar con energía los límites de esta esfera. Lo importante son estos límites; deben ser firmes y resistir cualquier ataque; tienen que proteger al resto del hombre de los apetitos depredadores de la arrogancia. No basta con que uno se diga: soy un gran pintor. Tiene que sentir que en las otras cosas es muy poco, mucho menos que la mayoría de los otros. La esfera del orgullo, por su parte, debe ser espaciosa y estar aireada. Sus súbditos, donde mejor viven es fuera, a gran distancia unos de otros. Sólo en contadas y muy especiales ocasiones se les hará sentir que son súbditos. En realidad, lo único importante aquí es que uno lleve la bola de cristal consigo y que proteja el aire enrarecido de esta bola. En ella se respira de un modo más puro y con más paz, y uno está completamente solo. Únicamente los malhechores y los locos quieren que la esfera crezca hasta convertirse en una cárcel para todo el mundo. El hombre que tiene experiencia mantiene esta esfera de modo que pueda cogerla con la mano; y cuando, a modo de juego, la hace crecer, no olvida jamás que, antes que él se dedique a cosas más banales, esta esfera tiene que volver a encogerse hasta caber en la mano.
Para poder resistir se necesita un arsenal de nombres sobre los que no quepa duda alguna. El hombre que piensa va sacando de su tesoro un nombre tras otro, les da un mordisco y los mira al trasluz; y cuando se da cuenta del modo falso como este nombre está unido a la cosa que tiene que designar, entonces lo desprecia y lo tira como si fuera chatarra. De este modo, el arsenal de nombres indubitables se va haciendo cada vez más pequeño; el hombre se va quedando cada día más pobre. Puede quedarse en el vacío y en la miseria si no se ocupa de buscar ayuda. No es difícil encontrarla, el mundo es rico; cuántos animales, cuántas plantas, cuántas piedras hay que no ha conocido jamás. Entonces si se preocupa de ellas, a la primera impresión toma de la figura de estas cosas sus nombres, que son todavía seguros, hermosos y frescos como para el niño que aprende a hablar.
Los animales que faltan: las especies que no han aparecido porque el progreso del hombre se lo ha impedido.
El reducido número de sus ideas fundamentales constituye la esencia del filósofo, y también la obstinación y pesadez con que las repite.
¡Pensar que uno todavía tiene que pleitear por la muerte como si ésta no tuviera ya de por sí una aplastante preponderancia! Los espíritus «más profundos» tratan a la muerte como si fuera un juego de manos con cartas.
El saber sólo puede perder su carácter letal con una nueva religión que no reconozca a la muerte.
El Cristianismo es un paso atrás en relación con la fe de los antiguos egipcios. Acepta la decadencia del cuerpo e, imaginándose esta decadencia, lo hace despreciable. El embalsamiento es la verdadera gloria del muerto mientras no sea posible volver a despertarle.
Para un hombre que ronda los cuarenta, las seducciones del poder son irresistibles. No puede dejarse engañar en este punto, de lo contrario es muy fácil que se convierta en una víctima de él. Tiene que ver sus responsabilidades en su verdadera escala y luego decidirse por la más alta de todas. Si ésta se encuentra por encima y más allá de su propia vida, tiene que huir, como del diablo, del poder que le ata a situaciones reales.