Leer, hasta que las pestañas, de cansancio, suenen levemente.
Siempre vuelve uno a encontrar en un mito antiguo el compendio de sí mismo; hay tantos… Algunos que sirven para todo. ¿Es ésta la razón por la cual desde hace mucho tiempo en el mundo no ha ocurrido nada realmente creativo? ¿Será que nos hemos agotado en los mitos antiguos?
Lo peligroso de las prohibiciones: que uno confía en ellas, que uno no piensa en cuándo habría que cambiarlas.
En un libro de Astronomía leo esta fecha: 24 de noviembre de 1999. Una terrible conmoción.
No habrá ninguna Tierra más; esta fue la única. Con fervor sobrevivirá al tormento de su fin. ¿Protegerla? ¿Quién puede protegerla? Si hubiera uno que fuera del todo la Tierra, si su corazón fuera justamente la Tierra, podría protegerla. Entonces ella tomaría la forma de su corazón. Las ciudades, las cordilleras, los ríos ocuparían otro sitio en ella. Los hombres sabrían que la Tierra se ha convertido en un corazón perfecto y que va a latir. Es el latido que ellos esperan. Es el latido en el que tienen puestas sus esperanzas. Es el latido de la Tierra unificada.
Uno resiste tantas cosas que acaba cayendo en el error de pensar que podría resistirlo todo.
Pones tus esperanzas en cualquier signo de cualquier fe que pueda aparecer casualmente en tu camino: en un cementerio colocado en una ladera, la silueta particular de una vaca, una bola de fuego que está encima de una losa funeraria, un edificio construido de un modo inhabitual, en el humo de un tren, el movimiento involuntario de una cadera, el aniversario de nacimiento de tu madre, que ya ha muerto.
Alrededor de ti todo va cobrando una significación mayor; tu entorno se llena. Propiamente ya no es un entorno. Lo que estaba encerrado en imágenes y marcos aparece ante tus ojos y va aumentando de volumen. Ves tantas cosas en todo ello… llegas incluso a penetrarlo con la mirada; su ampliación hace que a tus ojos los seres se hagan transparentes. Tienes sitio para todo; en ti se penetran las formas más tremendas y más bellas.
Las letras de nuestro nombre tienen un terrible poder mágico, como si el mundo estuviera hecho de ellas ¿Sería pensable un mundo sin nombres?
Disputa entre dos personas ávidas de inmortalidad: el uno quiere la continuidad, el otro quiere ir volviendo después de determinados períodos de tiempo.
Una idea que me tortura: que todos los dramas hubieran tenido lugar ya y que lo único que cambiaran fueran las máscaras.
Todo espacio quiere ser conquistado con vivencias intensas; los espacios débiles son como pasadizos y sirven simplemente de enlace.
Una pasión puede ser indeciblemente hermosa, si, saliendo de la sujeción, el orden y la conciencia, vuelve a ser ciega a irreflexiva. De este modo, se salva amenazando con destruir. El que vive sin pasión no vive; el que la domina siempre vive a medias; el que sucumbe en ella es el que menos ha vivido; el que se acuerda de ella tiene futuro, y sólo tiene pasado el que la ha proscrito.
Para cada cualidad el hombre tiene una manera propia de desesperanza.
El saber no utilizado se venga. Hay algo de terriblemente intencionado y trabado en el saber. Quiere que lo utilicen, lo encaminen y lo manejen. Quiere hacerse imprescindible. Quiere convertirse en uso y costumbre. No permite que lo degraden y lo conviertan en lucientes y lejanas estrellas. Quiere dar en el blanco. Quiere matar.
Lo más siniestro todavía no ha sido pensado, representado. Un acontecimiento repulsivo, por pequeño que sea, se va convirtiendo en catástrofe si lo abordamos con toda la fuerza de un poeta, con la fuerza de un hombre que no ha vivido las cosas hasta el fondo. Lanzamos montañas de formas e interpretaciones, pero con una palabra de nada, con una palabra útil lo tendríamos dominado; los esfuerzos que hacemos no hacen más que convertirlo en algo huero y grande. Carecemos de la pequeñez y de la proporción de la que está hecha la vida de los demás. Estamos demasiado en lo grande y amplio, en el oleaje de la respiración y de las historias. Rechazamos el sortilegio que ha sido ya probado, el sortilegio que consigue lo que quiere. Queremos que el peligro crezca hasta que no haya ningún remedio contra él, y luego, desesperados, vamos aplicando inútilmente un remedio tras otro.
Esta necesidad de ser buenos cuando nos sentimos culpables; una necesidad imperiosa y ardiente que experimentamos cuando somos los únicos que conocemos nuestra culpa, cuando nadie, a cuyos pies podríamos ponerla, estaría en situación de reconocerla; cuando los demás nos tienen por buenos en lo que menos lo somos; esta necesidad diabólica, torturadora, de ser realmente buenos; como si todas las vidas, todas, dependieran sólo de nosotros, de nadie más, incluso las vidas de aquellos que no conocemos y también las de aquellos que conocemos; como si sólo hubiéramos matado y fracasado, fracasado y matado, y como si, después de haber pasado la mitad de la vida, pudiéramos seguir siendo realmente buenos.
Si estuvieras solo te partirías en dos mitades para que una diera forma a la otra.
Quiero saber de los hombres más de lo que todo el mundo, incluso los poetas, han sabido hasta hoy. Por esto tengo que abismarme en los pocos hombres que tengo, como si tuviera la obligación de hacerlos hasta en el más mínimo detalle; como si de no ser por mí no pudieran vivir; como si mi palabra fuera su respiración; mi amor, su corazón; mi espíritu, sus pensamientos. Lo misterioso de estas ataduras, que yo jamás puedo agotar del todo, me justifica.
Su cabeza, hecha de estrellas; Pero todavía no están ordenadas en constelaciones.
Como no reza, todos los días tiene que decir algo sobre los dioses, aunque sólo sea un chiste. El creyente, en estos tiempos desgarrados, no puede hallar la fe en ninguna parte y toma prestados los nombres secos de los antiguos dioses.
Hay que buscarse una moral tomando sus distintos elementos de una vida amenazada, y no hay que asustarse de ninguna consecuencia, aunque ésta sea la única que en sí es justa. Puede que lleguemos a una conclusión y a una decisión que, en la lengua habitual de los demás, suene como algo terrible y que, sin embargo, sea lo único acertado. No tiene sentido regir la propia vida por la vida y la experiencia de otros a quienes uno no ha conocido, que vivieron en otra época, en otras circunstancias y en un mundo de relaciones estructurado de otra manera. Hay que tener una conciencia rica y receptiva para llegar a una moral propia. Hay que poder tener grandes proyectos y hay que poderlos agarrar con fuerza. Hay que creer que uno ama mucho a los hombres y que los amará siempre; si no, esta moral privada se dirige contra los demás y no es más que un pretexto a favor de nuestra propia, desnuda ventaja.