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Hacer que algo no haya sucedido, un único suceso, un único insignificante acontecimiento, una nada casi: la historia de un hombre que quiere hacer que una nada así no haya sucedido. Sus desesperados esfuerzos, del mismo modo como otros, en una enigmática concentración, persiguen una meta determinada, algo que ellos tienen que conquistar o poseer; de este modo este hombre tiene su meta negativa: separar algo de la serie de sus vivencias y echarlo a un lado.

Pero tiene que ser algo mínimo, no una culpa; porque para las culpas se han fijado expiaciones.

Viejas amenazas, como pescado cocido, se les puede sacar las espinas.

Cuando uno ha hecho muchas palabras, acaba siendo insensible a lo mucho que éstas significan para los otros. Sólo entonces empieza la verdadera maldad del hombre-palabra.

Desde que vi un estómago humano, nueve décimas partes de un estómago humano – no hacía ni dos horas que lo habían extirpado -, todavía sé menos por qué se come. Tenía exactamente el mismo aspecto que los trozos de carne que los hombres asan en sus cocinas; incluso su tamaño era el de un filete normal. ¿Por qué lo semejante vuelve a lo semejante? ¿Por qué este rodeo? ¿Por que tiene que estar pasando continuamente carne por los intestinos de otra carne? ¿Por qué precisamente esto tiene que ser la condición de nuestra vida?

Una ciudad en la que los hombres llegan a más o menos viejos según se les ame más o menos. La aversión y el afecto se equilibran el uno al otro y el resultado es decisivo para la duración una vida.

De vez en cuando uno deja lo mejor de sí mismo en la calle, como si fuera un periódico viejo, y pasa otro, se da cuenta de que es un periódico escrito en una lengua que no es la suya, que él no puede leer, y, enfadado, lo pisa para ensuciarlo más.

Llega un punto en el que uno ya no puede vivenciar más cosas, quiere que todo lo anterior cobre su sentido inequívoco y reposado. Porque los acontecimientos y las influencias que van a venir después cambian lo anterior; no es que se pierda del todo, pero cambia tanto que pierde su carácter de algo único e irrepetible. Las transformaciones usan lo que existe; en realidad no hay nada que se transforme hacia atrás. Puede que el conocer los estadios en los cuales sólo está permitido mirar hacia atrás y hablar sea el súmum del arte poético de la vida. En realidad ocurre que uno pierde la mayoría de sus obras porque va en pos de lo siguiente. Esta hambre de inmensidad en uno mismo, de poseer un caudal de mundo viviente que seguiría existiendo aún en el caso de que ya no existiera el mundo, esta hambre es grandiosa y plenamente digna de un ser humano, pero, una vez suscitada, ya no se puede saciar, y a aquel que está acosado por ella no le queda más remedio que engañarla de vez en cuando con astucias y mecerla en el sueño.

En el silencio de la noche, cuando están durmiendo todos aquellos que él conoce bien, es un hombre mejor.

Los resucitados acusan de repente a Dios en todas las lenguas: el verdadero juicio Universal.

Uno desearía que hubiera otro mundo que estuviera totalmente intacto, un mundo del cual no sospecháramos nada; sobre el cual no tuviéramos ninguna influencia; tan desconocidos nosotros para él como él para nosotros; un mundo que ninguna leyenda nos hubiera hecho más cercano; no esperado en ninguna parte, y, sin embargo, comprensible cuando de repente acudiera en nuestra ayuda en el momento en que estuviéramos asfixiándonos y nos regalara almas nuevas junto con los ojos que nos lo hicieran visible.

No hay nada más terrible que ver morir a un enemigo; que sólo con esto no termine ya toda la enemistad del mundo es algo que no comprenderé jamás. Vemos el rostro del moribundo, pero el sitio donde le hemos hecho daño no lo vemos. Pero cómo sentimos la más pequeña herida que le hayamos causado y cómo sentimos que sin ella tal vez hubiera vivido tres momentos más; tres momentos llenos de vida.

El sentido más profundo de la ascesis es el de mantener la compasión. El que come tiene cada vez menos compasión y acaba por no tener ninguna.

Un hombre que no tuviera que comer y que no obstante medrara, que desde un punto de vista espiritual y sentimental se comportara como un hombre a pesar de no comer nunca, éste sería el experimento moral más grande que cabría imaginar y si saliera bien se podría pensar seriamente en la superación de la muerte.

Lo más tonto de todo son las quejas. Siempre estamos enfadados con alguien. Siempre hay uno u otro que se nos ha acercado demasiado. Siempre hay uno u otro que ha cometido una injusticia con nosotros. ¿Por qué esto? ¿qué significa que esto y aquello no lo consentimos? Este mezquino absurdo ronda por la cabeza, mezquino porque nos afecta a nosotros mismos y, además, sólo a la más minúscula parte de nuestra persona, la frontera siempre artificial. Con estas quejas se va llenando la vida, como si fueran máximas de sabiduría. Van en aumento como pequeños bichos, proliferan más rápidamente que los piojos. Con ellas nos dormimos, con ellas nos despertamos; la «vida de negocios» del hombre no consiste en otra cosa.

¿Cómo es posible que nos llevemos a la boca cosas trituradas, que sigamos un buen rato triturándolas y que luego, de la boca salgan palabras? ¿No sería mejor que tuviéramos una y que la boca estuviera sólo para las palabras? ¿O es que en este íntimo entrelazamiento de los sonidos los labios, los dientes, la lengua, la garganta – justo los órganos de la boca que sirven para el negocio de la alimentación -, que en este entrelazamiento se expresa el hecho de que lenguaje y comida se implican mutuamente, y que siempre va a ser así, que no podemos ser nunca más noble ni mejor de lo que somos?, ¿qué, en el fondo, bajo todos los disfraces imaginables, en realidad lo que estamos diciendo son siempre las mismas cosas horribles y sanguinarias, y que en nosotros el asco sólo se presenta cuando en la comida hay algo que no está bueno?

Luego vino uno y demostró que todos los experimentos, empezando por el primero – y justo por causa de éste -, estaban mal; que luego ellos, en sí mismos y en la secuencia que formaban, estaban bien, y que, como el único que quedó sin discutir fue el primero, no se llegó nunca a descubrir el error. De ahí que, de repente, la totalidad del mundo de la técnica quedara desenmascarado como una ficción y que la Humanidad pudiera despertar de la peor de las pesadillas.

Uno vive creyendo que todo lo que le pasa por la cabeza está envenenado y que a partir de este momento debe ser evitado para siempre. La reducción de todo lo que existe a lo desconocido será su única salvación. Para protegerse de lo desconocido inventa un método para no pensar en nada. Logra ponerlo en práctica: en torno a él el mundo vuelve a florecer.

Cada una de tus palabras, junto a ella, se transforma en una nube de mosquitos; y te maravillas de que vuelvan a ti en forma de picaduras.

Intercambios de costumbres: yo te regalo ésta, tú aquélla; de ahí tiene que salir un matrimonio.

La cursilería moral del puritano: en la más profunda y compungida de sus autoacusaciones se presenta siempre mil veces mejor de lo que en realidad es.

¿Cuántas costumbres necesita uno para moverse dentro lo desacostumbrado?

Un país en el que inmensas mujeres van de un lado para otro con sus minúsculos maridos en el bolsillo. Cuando pelean, sacan de pronto a sus maridos y se los enseñan unas a otras como si fueran dioses del terror.