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El se imagina que tiene que cambiar todas las frases que haya dicho o escrito. No basta con proponerse cambiar las que son accesibles; tiene que encontrar también todas las que se han perdido; rastrearlas, cogerlas y traerlas de nuevo. No le está permitido descansar hasta que no las tenga todas. Castigo que deberán sufrir en el infierno los que tuvieron una fe falsa.

El último día del mes, con la ridícula lámpara en la mano derecha, bajo a mis ruinas y, conforme voy bajando, me digo: es inútil. ¿Qué fe hay que pueda conducirnos al fondo de la tierra? Da igual lo que hagas, tú, otro o quien sea; es inútil. ¡Oh vanidad de todos los esfuerzos!; las víctimas siguen cayendo, por miles, por millones; esta vida, que tú pretendes que es santa, no es santa para nada ni para nadie. No hay ningún poder secreto que quiera mantenerla. Tal vez tampoco hay ningún poder secreto que quiera destruirla, pero se destruye ella sola. ¿Cómo puede tener valor una vida que está basada en los intestinos? Entre las plantas puede que todo este mejor… pero ¿qué sabes tú en realidad de los tormentos de la asfixia?

¡Oh, el asco hace presa de lo que le rodea y el asco proviene de la comida. Todo está contagiado por la comida, todo sucumbe a la comida. Es hipócrita el día feliz y pacífico que algunos viven. Lo que ha sido triturado es más verdadero. Los pacíficos cubren la tierra con las hojas y con la lentitud de las plantas, pero estas mallas son débiles, e incluso en aquellos sitios en los que vencen, bajo sus mantos verdes continúa la destrucción de la carne, El poderoso se enorgullece con su inmenso estómago y el vanidoso reluce con los colores irisados de sus tripas. El arte toca para que bailen el que digiere y el que se asfixia. El arte es siempre el que mejor lo hace y su herencia será guardada como el bien más precioso. Algunos coquetean con la idea de que esto podría terminar y cuentan catástrofe tras catástrofe. Pero en el fondo la intención de este tormento es una intención eterna. La Tierra sigue siendo joven, su vida se multiplica y se idean nuevas formas de miseria, más complicadas, lacerantes o más completas. Uno le suplica a otro: ¡ayúdame, haz que esto sea peor!

La gente en la que uno confía y la gente que confía en uno, un sainete.

¡Pensar que antes de esta vida hubiera habido otra, y que la nuestra fuera incluso el descanso en el que los de aquélla se recupera!

Encontrar un corneta para todo el miedo de la Tierra, cargarlo con él y mandarlo a la selva del Universo, un cometa expiatorio.

1948

El que se odia a sí mismo. Un personaje que pronuncia un discurso furibundo contra sí mismo. No hay nada malo, no hay nada vulgar que el que se odia a sí mismo no se atribuya. Con ello suscita el amor unánime de todos. El que haya oído su discurso correrá en pos de este hombre y sucumbirá a él. Pero éste, lo único que hace es seguir despotricando cada vez más para defenderse del que le persigue. Empieza a ser como sus afirmaciones. Sus autoacusaciones se hacen verdaderas; su éxito crece. Es tan peligroso como atractivo. Su éxito le corta la respiración; ya no sabe qué hacer. En su desesperación llega un momento en que se olvida de sí mismo y deja escapar algunas buenas palabras sobre su persona. En este mismo momento le abandonan todos y está salvado.

Deus ex machina: Dios ha estado esperando y ahora sale del átomo.

Hay algo de terrible en el agotamiento de dioses.

Un imperio en el que los hombres se aman sólo a distancia, sin verse nunca. Un amante no puede saber nunca cómo es realmente su amada. Las indiscreciones en este sentido se castigan severamente como castigamos nosotros la violación. También en la vida de estos hombres hay tragedias: por ejemplo, cuando uno se entera de que conoce de algo a la mujer que ha escogido como amada. Cuando esto ocurre está tan desesperado como lo estaría entre nosotros un Edipo. Algunas veces no les es fácil a los amantes el evitarse el uno al otro. Pero ya saben que con el primer encuentro se acabó todo. No les es posible amar a una persona que conocen; son buenos observadores, y aquel con quien han hablado una vez ya no tiene secretos para ellos. A un ser así, conocido ¿cómo iban a amarle? Lo que más les gusta es pensar en países extraños cuyas costumbres no comprenden; allí aún podría haber algo que admirar. De este modo se forjan una imagen de los extranjeros y les escriben cartas incomprensibles.

Veo a muchos por todas partes: no lo notan. Por todas partes muchos notan que les veo: no les veo.

Vivir en una ciudad hasta que a uno le sea extraña.

La porcelana como la manera de repartir el miedo a la catástrofe y convertirlo en algo fino y elegante. A quien está rodeado de mucha porcelana apenas puede pasarle nada. ¡Y qué bonitos son sus mil pequeños miedos! ¡Cómo puede vigilarlos, guardarlos y cuidarlos!

Una súplica de Ananda en el momento preciso, hubiera podido prolongar la vida de Buda. Pero no dijo nada y Buda decidió entrar en el Nirvana en el plazo de tres meses. De la narración de los últimos tres meses de la vida de Buda no haya nada que me haya conmovido tanto como esta oportunidad perdida. La vida del maestro estaba en manos del discípulo. Si Ananda le hubiera, amado todavía mejor, si su amor hubiera sido más atento, Buda todavía no habría muerto. He aquí una muestra de la importancia que en el amor tiene el detalle. Es en él donde este sentimiento adquiere su sentido y salva o conserva la vida del ser amado.

En una religión como el budismo en la que se acepta la muerte, se habla de ella de todas las maneras posibles y se le dan todas las formas, se la llega a elevar al rango de sobre-muerte múltiple, no hay nada que le llegue a uno tan hondo como las conmociones de la vida – en contra de la doctrina, por así decirlo -, una llama que se enciende espontáneamente allí donde todo fuego debería estar apagado. Aquí, justamente aquí, es donde la vida tiene algo de inextinguible. Cumplidos sus ochenta años, Buda, curado de una grave enfermedad, habla de la belleza de las regiones por las cuales anduvo, las llama a todas por su nombre, con la secreta esperanza de que su discípulo le retenga en la vida. Repite su discurso por tres veces, pero el discípulo no se da cuenta de nada y la muda tristeza con la cual Buda renuncia a su vida es más elocuente que cualquier sermón.

Ser Dios y luego renunciar a serlo, como si esto no fuera nada. ¿Hemos sido objeto de una renuncia así?

De vez en cuando, toda nuestra vida pasada se nos resume en una breve serie de situaciones semejantes: aparecen hombres que han significado mucho para nosotros, se reúnen – en el mismo orden en el que estuvieron en la realidad -, se repiten y adquieren fuerza; y, de pronto, aunque por poco tiempo, están ante nosotros de un modo tan intenso que día y noche sus palabras nos están quemando. En estos momentos es cuando más odiamos nuestra vida. Porque aquellos que estuvieron más cerca de nosotros no debieron haber estado nunca en nuestra cercanía. Aquellos a quienes venerábamos no eran dignos de veneración. Aquellos a quienes encontrábamos bellos, son feos, quizás lo fueron siempre. Aquellos que nos ayudaron, ahora nos retiran envidiosos su ayuda. Aquellos a quienes nosotros ayudamos declaran que fue en contra de su voluntad. Si no inútil, todo fue, por lo menos, equivocado. Y si entonces fue así y, a pesar de todo, lo tomábamos tan en serio, ¿quién nos garantiza que ahora no siga siendo así?

El amor, en el imperio de mil años del Bosco está separado del mundo de los valores y de los precios. En lugar de perspectivas y valoraciones frías hay extraños animales y plantas; los frutos han crecido hasta adquirir proporciones gigantescas y ellos expresan el valor del amor. Cada animal, cada planta es una cosa especial. Uno no siempre quisiera saber para qué están: nota que están siempre para algo muy importante. Su aspecto externo es a veces más que su significado. El pintor se muestra superior a las palabras. Todos los sistemas mentales viven del re-llenado de unas pocas palabras, a costa de las cuales otras se han vaciado. El pintor que no se atiene a las proporciones naturales tiene en la mano un medio muy eficaz. En su obra una fresa puede llegar a ser más grande que un hombre.