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Lo sorprendente del Bosco es la falta de color de los amantes. El colorido de sus animales y frutos, los fabulosos hallazgos de sus rocas y de sus fuentes cristalinas, las extrañas composiciones en las que pone a sus parejas de enamorados, los tormentos que se inventa para el infierno tienen todos ellos algo de desenfrenado, de rebosante, rico y sin pies ni cabeza, comparado con las figuras pálidas y siempre iguales de los hombres. Jamás lo masificado y uniforme del ser humano ha encontrado en el arte una expresión tan convincente. En este pintor, los hombres, así que están desnudos, se convierten en espejismos. Vestidos, tienen todos rostros distintos; desnudos son todos Adán y Eva. Verdaderos adamitas, los hombres de la tabla central se han desgajado de la primera pareja humana por germinación. Todos se aman, pero ¿dónde hay una mujer embarazada? Incluso en las penas del infierno no hay nada que tenga que ver con la preñez. El amor existe por sí mismo; expulsado del mundo de los valores y los precios, desprendido del mundo de las consecuencias. Allí se encuentra realmente el imperio milenario de Joachim de Fiore; son seres asexuados que se aman. Sus instrumentos los tienen más bien fuera de sus cuerpos, en plantas tropicales, espinos y frutos. Son lo contrario de los hindúes; en el arte de éstos cada uno de los cuerpos tiene la sensualidad de mil.

El principio del arte: volver a encontrar más de lo que se ha perdido.

A los grandes hombres únicamente podemos imaginárnoslos solos; uno en toda una generación: envidia y bajeza de los grandes, incluso en la idea que tenemos de ellos.

En ninguna lengua hay tanta arrogancia como en la inglesa. Estaría bien poder comparar y saber cómo hablaban los romanos después de algunos siglos de poder; jamás lo sabremos. Sin embargo, de entre las que hoy existen, la lengua de los ingleses es la arrogancia misma. Sus palabras están puestas en línea, unas al lado de otras, como si fueran estacas; ninguna es demasiado alta, ni demasiado baja. Las frases al igual que las estacas pueden romperse por cualquier sitio; un sentimiento genérico de seguridad y superioridad emana de ellas sin que tenga nada que ver con las cualidades y los méritos del individuo. La arrogancia sólo puede ser algo evidente, de lo contrario está mal vista; el que frente a la arrogancia general tiene la suya particular oculta aquélla, la general es mucho más importante. Las frases declarativas, en su aparente sequedad, son sentencias; la sentencia se ha comido la lengua. El respeto que se debe a los individuos y a cada una de sus frases es el respeto al juez. La pasión en el lenguaje despierta desconfianza, ¿de qué manera un lenguaje apasionado puede ser imparcial? Pero todos estos jueces están dispuestos a ponerse al nivel de los niños y a darles toda clase de explicaciones; en esto, su amabilidad no conoce límites. Aquí, el que pronuncia un veredicto tiene paciencia; en la ejecución de la sentencia no se tiene prisa. Esta puede incluso ser aplazada indefinidamete; es bastante con que se haya pronunciado. Lo que se podría decir al margen de ella tiene poca importancia; quizá es sólo un sentimiento, un estado de ánimo; algo provisional y, en todo caso, efímero. El hecho de que una lengua se inscriba en el sentimiento de superioridad de toda una casta le quita, no obstante, a aquélla toda vanidad; el brillo de privacidad y malicia del francés están totalmente ausentes aquí. En este país se habla menos mal de los otros; o, mejor dicho, lo malo que se dice podría decirlo igualmente otro, y por ello no tiene un efecto tan odioso como en otros sitios. La fría distinción y la distante nobleza que el inglés tiene en su lengua es algo inimitable; es algo que poseen todos o por lo menos, un buen número de ellos; y hay que haber vivido tiempo entre estos muchos para aprenderlo.

Mantener con fuerza unos pensamientos separados de otros. Se enredan fácilmente, como cabellos.

Los hombres, que sólo pueden respirar profundamente cuando todos están amenazados.

¿Y si fuesen siempre los peores los que quedaran?: el Darwinismo al revés.

La Prehistoria mata lo que es propiamente histórico. La Prehistoria trata de objetos amíticos; habla de ellos como si fueran productos nuestros. La separación que modernamente hacemos entre fe y producción se traslada así a un tiempo en que no tiene validez. El modo como ponemos estos objetos, uno al lado de otro, en los museos, les arrebata lo mejor del tiempo y la de paciencia que se empleó en hacerlos. Son tantas cosas y tan distintas las que están ahí apretadas unas junto a otras; el orden les quita a los objetos su historia.

¡Cuántas ciudades ve uno!, ¡Cuántos paisajes, espacios y caminos! En un sitio u otro se encuentran y forman un nuevo paraíso.

Un padre tiene la impresión de que la educación que los padres dan a los hijos les destruye. Manda a sus tres hijos a correr mundo y se disfraza para observarlos. La vida de los hijos bajo la mirada del padre a quien no ven.

Dios fue un error. Pero es difícil decidir si fue demasiado pronto o demasiado tarde.

Pensar que la ferocidad de los asirios, justamente la ferocidad sistemática de este pueblo, podría palidecer, y nosotros mismos hemos visto cómo esto ha ocurrido. Así, el centro de gravedad moral de la Tierra se ha desplazado para siempre, y los bárbaros cuyas historias leíamos aterrorizados de niños, éramos nosotros, nuestro tiempo, nuestra generación, sólo que éramos más bárbaros.

De repente, situaciones y relaciones que se habían ido tejiendo a lo largo de los años de una vida se juntan en una única escena de la realidad: lo que sucedió antes en semanas y meses se repite ahora en pocos momentos; todo le parece a uno conocido, sin que sepa bien de dónde; el cambio de ritmo y de tiempo lo aleja del conocimiento. Pero luego, cuando la escena ha terminado, de repente uno se siente aliviado y ve la terrible trama de todo aquello: en una o dos horas han pasado años por delante de uno, años que conoce perfectamente porque le han hecho mucho daño. Tal vez ésta es la única manera de librarse de lo padecido, y tal vez sea éste el origen del drama.

¡Muchas expresiones fiables de esperanza y de bondad habría que encontrar para compensar las de amargura y duda con las cuales uno ha sido tan generoso! ¿Quién hay que se atreva a pensar en la muerte sabiendo que uno no ha hecho más que aumentar la suma de amargura, aunque sea sólo con las mejores intenciones? Si no hubiéramos dicho nunca nada, por lo menos tendríamos derecho a morir. Pero queríamos que nos oyeran y gritamos a grandes voces. Ahora se trata de decir lo otro, y, no obstante, de que nos oigan, porque esto no se puede decir a gritos.

1949

Unas carreras que, todos los días, al atardecer, se interrumpen a una hora determinada. Se da una señal. Todo el mundo se queda quieto; se tumba; se duerme. Luego, por la mañana se da la señal de continuar. Todo el mundo se levanta y sale corriendo. Por la noche, nueva parada y todo el mundo se duerme allí donde está. Así, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año. Algunos se quitan la costumbre de tumbarse por la noche y se duermen de pie. Estos llevan ventaja.