Con el grueso abrigo de la bondad, va por en medio de la gente; así no tiene nunca frío. Antes que dar este abrigo prefiere desprenderse de la última camisa que le queda. A veces, horrorizado, se imagina una orden que prohibiera pasar por bueno. El sudor resbala por su frente y, como si le persiguieran, corre a encontrarse con sus víctimas que le reciben agradecidas y radiantes de felicidad. Cuando ha hecho algo por dos personas que no se conocen, se preocupa de que se conozcan. Entonces se imagina cómo estas personas se sientan juntas y hablan de él. Luego se hace contar lo que dijeron por cada uno de los interlocutores y lo compara con todo detalle. Porque no le importa lo más mínimo que le engañen; sobre lo único que no consiente que le engañen es sobre su bondad.
Cuando hace algo muy bueno es cuando se comporta de un modo más modesto; tanto más grande es el efecto. Le gusta pasar revista a toda su vida y constata que no hubo época en la que no fuera bueno. No puede ver ningún entierro sin ponerse en lugar del muerto, y tal vez llega incluso a envidiarle un poco porque todo el mundo habla bien de él. Pero se consuela imaginando lo que dirían si él fuera el muerto.
A veces toma en serio esta idea, manda difundir la noticia de su muerte. En una agencia, se suscribe a varios periódicos para que le manden puntualmente todas las esquelas. Pasa unos cuantos días felices pegando en un álbum estos recortes de prensa. Sin embargo es honrado y no oculta ninguna esquela que le parezca demasiado breve. El voluminoso tomo se lo pone como almohada en la cama y duerme sobre él. Sueña con su entierro que va a tener lugar al día siguiente, y cuando todos han terminado de cubrir su féretro, echa una paletada de bondad.
Los perros tienen una especie de insistente disposición anímica que aligera a los hombres que se secan.
En la Creación de Haydn, Dios consigue hacerlo todo, hasta la pareja humana. El pecado original es sólo algo que vendrá después. Dios es todavía inocente. El precio de las criaturas no suena a falso; ninguna se da cuenta de su desgracia. El mismo Dios aún no sabe lo que ha hecho y cree que todo está bien.
La mejor estatua de un hombre de pie sería un caballo después de que éste le hubiera derribado.
Le crece la vanidad todos los años, como si fuera una piel nueva. Se encuentra inseguro mientras, como una serpiente, sale de la piel antigua y todavía nadie ha visto la nueva.
Un nido de avispas como cerradura en la entrada de la casa de los hombres.
(Nueva Caledonia)
¿Cuántas veces tiene uno que decir lo que es hasta llegar a serlo realmente?
En la ciencia hay una «modestia» que me resulta mucho más insoportable todavía que la presunción. Los «modestos» se esconden detrás del método y convierten las divisiones y delimitaciones en el alfa y omega de la experiencia. Muchas veces es como si dijeran: «Lo importante no es lo que encontramos, sino la manera como ordenamos lo que hemos encontrado».
De vez en cuando, una nueva idea quiere mezclarse con las antiguas para recabar informes sobre sí misma; si no se muere de sed.
No he puesto sobre el papel suficientes retratos de Poderosos. ¡De cuántos de ellos no me he ocupado! Sin embargo, en vez de fijar de un modo resumido mis impresiones sobre cada uno de ellos, las más de las veces lo que he hecho es utilizarlas como una
especie de fuente de energía. Una y otra vez han atizado en mí el odio contra el poder; una y otra vez me han puesto en guardia contra mi propio poder sobre los hombres.
¿En qué medida lo que uno ha aprendido le empuja en dirección a una fe? Podría ser que, sin darse cuenta, fuera cambiando, por la fuerza de las palabras que ha asimilado; lo que al principio le pareció curioso acabó siendo obligatorio.
Está bien que uno se haya interesado siempre por un gran número de creencias que se excluyen mutuamente.
El más orgulloso de los hombres sería aquel que odia a todos los caudillos; que pasa delante sin que nadie te siga.
El hombre humilde, por el hecho de seguir, se crea a sí mismo un séquito.
Ella tiene una forma tan bella de renquear que los que van a su lado parecen lisiados.
Todas las aberturas naturales del cuerpo humano como heridas.
El ha inventado un nuevo homúnculo, la púa de mando. Es una buena palabra, pero la palabra sola no puede hacer nada, hay que ponerla en circulación y observar lo que hace.
Allí los hombres llevan una vida en la que existe un gran contraste: dos años los pasan despiertos y en una gran excitación, luego tienen que pasar diez años durmiendo sin soñar. Esto se va repitiendo a lo largo de toda su vida. Al cabo de estos diez años se convierten siempre en hombres nuevos y adquieren otro estado, y luego, apenas empiezan a acostumbrarse, se vuelven a dormir. En todas las casas hay habitaciones para familiares durmientes, pero algunos, que no quieren ser una carga para los suyos, van a monasterios del sueño, donde se pueden alquilar celdas para diez años. El que despierta se encuentra exactamente en el sitio donde estaba antes y no tiene por qué temer la extrañeza del primer momento.
Las amistades pueden siempre interrumpirse de un modo total y repentino. Si uno desaparece de la noche a la mañana, la gente ya sabe que está durmiendo. En esta sociedad la muerte no daría ningún miedo. A menudo la gente está años y años sin saber que uno ha muerto; si le coge durmiendo, simplemente se seca, como un murciélago. Aquí lo sorprendente es siempre el regreso y no la desaparición.
Está mal visto hablar de cuándo uno tiene que dormirse, y de esta manera la duración de la amistad y de cualquier tipo de relación es siempre algo inseguro. No hay nada que dure más de dos años porque nada resiste diez años de sueño. Incluso la ternura de las madres es menos intensa, y hay niños que crecen de un modo casi autónomo.
La vida de la mayoría de los hombres en definitiva consiste sólo en instrucciones que, sin sentido alguno, se dan a sí mismos o dan otros.
Se emborracha con las faltas de los demás, un borracho de la moral.
La avaricia desfigura al hombre todo su horizonte, hay que poder saltar por encima de la propia avaricia, aunque sólo sea para verla.
Un país en el que nadie se atreve a mirar al cielo, y el que sale de casa baja la cabeza.
Los hombres espirituales viven también del robo y son conscientes de ello. Pero reaccionan a este hecho de muy distintas maneras. Algunos, de un modo patético, expresan su agradecimiento a aquel a quien han robado; ponen su nombre en los cuernos de la luna y lo pronuncian tantas veces que éste, como objeto de su culto exagerado, acaba convirtiéndose en algo un tanto ridículo. Los otros, así que han robado a alguien, empiezan a tenerle rabia; no le nombran jamás; y cuando en su presencia alguien lo nombra, lo atacan con perfidia. Como le conocen íntimamente, porque son sus ladrones personales, su ataque es certero y le ocasionan un gran daño.
Las pausas del ocaso.
Dictadores retroactivos, una nueva manera de contemplar la Historia.
Hace años que no puedo librarme de la fascinación que ejercen sobre mí los estados primitivos del hombre. No sé con qué leche materna habré mamado esta inclinación. Una gran ilusión y una curiosidad todavía mayor me empujan a buscar cualquier descripción de la vida primitiva, y siempre que leo algo sobre estas cuestiones, incluso con la interpretación cautelosa y desleída de autores modernos, pienso que tengo en la mano la auténtica verdad. Entonces, en mí, todo se convierte en confianza; ya no dudo; pienso que aquí tengo lo que siempre anduve buscando infructuosamente; y cuando al cabo de los años, vuelvo a leer el mismo libro, me produce exactamente la misma impresión que la primera vez, una revelación inmutable y siempre viva. No son sólo, como a veces sospeché, los nombres de dioses y pueblos exóticos aquello cuyo hechizo no se extingue jamás. Es la ilusión de la mayor facilidad con que se ven unas formas de vida relativamente más sencillas; porque por muy complicadas que aparezcan a la luz de la investigación moderna, la fe en la auténtica sencillez de aquéllos permanece siempre despierta en uno. Con esta fe tiene que ver también el sentimiento de su lejanía y de su independencia de todo; sea lo que fuere lo que pensemos de estas formas de vida, el hecho es que parecen estar libres de los objetivos y los prejuicios del mundo de hoy. Su crueldad es menos cruel, en ella no tenemos culpa ninguna. Su belleza tiene más mérito, no descansa en la riqueza de nuestra herencia.