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Lo que he aprendido de ellas es inagotable, pero a veces se me antoja como si me hubiera expuesto de un modo especial a la inmensa fuerza que irradian con el fin de demostrarme a mí mismo lo poco que soy. Me obligan a actuar menos, pues nada es creativo para aquel que las conoce, todo está ya en ellas. Independientemente de cuándo empezara, el hecho es que el ser humano empezó como poeta y desde entonces lo ha sido cada vez menos.

Medirse, sólo puede medirse uno con sus contemporáneos. El que prescinde de ellos no lo quiero hacer. Es posible que yo quiera evitar cualquier clase de competencia porque ésta podría falsear aquello que realmente me importa. Pero es probable también que me haya desviado demasiado, que haya actuado de un modo demasiado radical penetrando en un tremendo origen en el que todo el mundo desaparece.

Hacen falta muchas palabras para entusiasmarse a uno mismo; éstas tienen que llegar a la superficie de un modo rápido y hasta cierto punto tumultuoso. Así que ha subido una palabra, así que se ha puesto de pie, ya viene la siguiente a cogerla y derribarla. Las palabras son como luchadores, y en esta lucha gana siempre la última; la proximidad al origen le da a esta lucha su gran fuerza.

Pero son palabras especiales, palabras que hacen nacer la llama del entusiasmo, que contienen espacio y futuro, que albergan grandes inmensidades. Lo que, retorcido e inútil, estaba encerrado en el hombre, de repente, con enorme rapidez, se despliega en mil direcciones; en sus palabras, el hombre entra en contacto con el principio, el fin y el centro del mundo, en todas sus dimensiones.

La fuerza de los pensamientos falsos está en su extrema falsedad.

Miedo a la aristotelización de mis pensamientos; a las divisiones, definiciones y a otros juegos vacíos por el estilo.

Volver a encontrar la antigua fuerza que coge su objeto y lo contempla por primera vez. ¿Quién me la dará? ¿Los grandes enemigos, Hobbes, De Maistre, Nietzsche?

De Maistre mira a través de las reglas del juego de la sociedad humana. El horror del matadero, en el que todo se basa, está tan presente en él como en mí; pero él lo acepta, lo reconoce, y, una vez se ha decidido a reconocerlo, se convierte en el panegirista de este horror.

Respeto a De Maistre, pero me deja estupefacto ver cómo con aquello que él ha vivido – que es parecido a lo que he vivido yo – y las reflexiones que sobre ello se ha hecho – parecidas también a las mías – persiga exactamente lo contrario que yo.

Eschbach, presidente del Tribunal de Comercio de Estrasburgo, le contó a mi amiga Madeleine C. que, cuando era joven, visitó a un viejo señor de Sulz que habitaba el castillo de esta localidad. Este estaba ya algo desorientado, y en un momento dado dijo: «Dans ma jeunesse quand j'étais en Russie, j'ai tué quelqu'un en duel. Mais je ne sais plus qui c'était.»

Era Puschkin.

Los pueblos intercambian sus recuerdos, y cada uno de ellos reconoce que él fue el peor.

A un perro se le educa para que aprenda a llevar los objetos que molestan a todos los hombres.

Gérard de Nerval sería para mí un poeta sólo por el hecho de haber creído que descendía de Nerva. Todas las relaciones matemáticas, las proporciones, los destinos y las trayectorias elípticas me resultan indiferentes; todas las relaciones derivadas de nombres son para mí sugestivas y verdaderas. Mi dios es el nombre, la respiración de mi vida es la palabra. Los lugares dejan de tener interés para mí cuando palidecen sus nombres. No estuve en ninguna parte adonde no me atrajera el nombre. Me da miedo la segmentación y la explicación de los nombres, lo temo más que al crimen.

Es curioso de qué manera se aproxima uno a la verdad sólo en las palabras en las que 'ya no cree del todo. La verdad como una forma de volver a vivir palabras moribundas.

Uno tiene que poder dar, incluso sin sentido, de lo contrario olvida el dar.

El pastor loco: uno que sólo puede dormir en sitios muy peligrosos: en un canalón de desagüe, en un cañón, debajo de tigres, en una casa en llamas, durante un terremoto, en un barco que se hunde. Sus aventuras para poder dormir.

Todo lo que ha existido es posible mejorarlo. El corazón de la historiografía, oculto en sí misma.

1956

Cada año debería tener un día más que el anterior: un día distinto en el que aún no ha ocurrido nada, un día en el que no se muere nadie.

Sobre nombres de la historia:

Son sólo nombres poderosos, los otros mueren. En los nombres, pues, se puede medir la capacidad de supervivencia. Hasta hoy es la única forma real de supervivencia. ¿Pero cómo sobrevive el nombre?

La peculiar voracidad del nombre: el nombre es un caníbal. Sus víctimas se preparan de distintas maneras. Hay nombres que no echan la zarpa hasta que no mueren sus portadores; antes no tienen hambre. Hay nombres que obligan a sus portadores a devorar todo lo que cae bajo sus manos, nombres insaciables. Hay nombres que tienen temporadas de ayuno. Hay nombres que están en hibernación. Hay nombres que tienen que estar mucho tiempo escondidos para, de repente, salir a la luz con un hambre feroz – nombres altamente peligrosos.

Hay nombres que comen cada vez más, pero con un aumento regular de su dieta: nombres sólidos, nombres aburridos. El carácter racional de su higiene no les promete una larga vida.

Hay nombres que sólo se alimentan de colegas, nombres corporativos por así decirlo, y otros que sólo medran entre forasteros.

Algunos echan dientes entre forasteros y luego, la comida la encuentran entre los suyos.

Nombres que viven porque quieren vivir. Nombres que mueren porque sólo quieren vivir.

Nombres que viven porque se han abstenido de comer.

Tal vez no estaría mal del todo que muriéramos contentos, con tal de que jamás nos hubiéramos alegrado de la muerte de otro.

Desde que está muerta aparta la vista de todos los brotes.

Voces: las que tienen un efecto evidente, como si fueran siempre idénticas a sí mismas. Voces que pinchan. Voces que acarician. Voces heridas.