Mientras siga habiendo algún hombre en el mundo que no tenga ningún poder, no puedo desesperar del todo.
La fría Arqueología: las cosas, sin los hombres, no me hacen realmente feliz. Resentimiento contra las cosas que han sobrevivido a los hombres.
El objeto de la Arqueología es una forma de futuro completamente nueva. Es un futuro que avanza hacia atrás; cada nuevo paso que da hacia el pasado, cada tumba antigua que encuentra se convierte en un fragmento de nuestro futuro. Lo siempre-más-antiguo se convierte en lo que nos espera. Un descubrimiento inesperado podría cambiar nuestro destino, un destino todavía indeterminado.
Podían meter la cabeza y espiaban por un pequeño agujerito que tenían en el pecho.
Parálisis. Hay parálisis benéficas que proceden del sentimiento de la propia insuficiencia. Pero hay también parálisis terribles que provienen del sentimiento de la insuficiencia de otro al que estamos encadenados; porque somos exactamente la persona que jamás le podrá cambiar. Estar encadenado al cadáver de otro hasta que uno mismo muera.
Cada palabra que pronunciamos es falsa. Cada palabra que escribirnos es falsa. Todas las palabras son falsas. Pero ¿qué hay sin palabras?
Los pensamientos que se refieren a los muertos son intentos de reanimación. Nos importa más reanimar seres humanos que mantenerlos en vida. La manía de la reanimación es el germen de toda fe. Desde que no tenemos a los muertos, sentimos ante ellos una única e inmensa culpa: el que no consigamos hacerlos volver. En los días en que sentimos en nosotros una mayor vitalidad, en que somos más felices, esta culpa es más grande que nunca.
Una obra de teatro en la que aparecen todos los muertos que tienen que ver con uno. De entre ellos algunos vuelven a encontrarse, otros se conocen por primera vez. No hay tristeza alguna entre ellos, es tan inmensa la felicidad que tienen que salir a escena… (¿Y qué decir de la felicidad del que les hace salir a escena?)
Pero cuando los dioses se postraron de hinojos ante él, se asustó y les pidió que se levantaran. Ellos no se atrevían y querían permanecer de rodillas ante él hasta que les perdonara.
El no les perdonó. Eran demasiados los hombres a los que ellos habían sobrevivido; se habían hecho demasiado viejos y, no obstante, habían seguido siendo demasiado jóvenes. Les dejó así, de rodillas, y con un gesto violento, se volvió para otro lado.
La soledad es algo tan importante que hay que estar encontrando siempre sitios nuevos para poder disfrutar de ella. Porque en todas partes y con demasiada rapidez acaba uno sintiéndose en casa. Lo más peligroso de todo, sin embargo, es el poder que tienen todos los libros juntos.
El sol le lleva siempre a todo lo feo ¡La esperanza de que ahora, las cosas, al sol, pudieran tener otro aspecto!
Los pies, solos, serían suficientes para toda una vida, los pies de los desconocidos.
Desde que vi cómo andaba un gatopardo, el susurro de su caminar me ha invadido. Todo lo que es corporalmente bello lo experimentamos por primera vez en animales. Si no hubiera animales, ya no habría nadie que fuera bello.
El resto de la vida pasarlo únicamente en lugares completamente nuevos. Abandonar los libros. Quemar todo lo empezado. Ir a países cuyas lenguas uno jamás podrá aprender. Protegerse de toda palabra explicada. Callar, callar y respirar, respirar lo no comprendido.
No es lo aprendido lo que yo odio, lo que odio es el hecho de vivir en lo aprendido.
Ha sucumbido a los observadores. Cuando siente sus ojos sobre sí mismo se convierte en todo lo que ellos ven.
Allí los perros se aman de otra manera, corriendo.
Lo ridículo del orden es que dependa de tan pocas cosas. Un cabello – un cabello, literalmente – que esté donde no debe, puede separar el orden del desorden. Todo lo que está donde no debiera es un enemigo. Hasta lo más diminuto molesta: el hombre del orden total tendría que estar examinando con un microscopio el lugar en el que se mueve, y aún así le quedaría una cierta propensión a la inquietud. En este sentido, las mujeres tendrían que ser muy felices, porque casi siempre están poniendo orden, y siempre en el mismo sitio. Hay algo de criminal en el orden: a nada se le permite vivir en un sitio que no sea el suyo. El orden es un pequeño desierto, un desierto que se ha creado a sí mismo. Es importante que esté limitado, de este modo sus ocupantes pueden atender con toda escrupulosidad al orden. El hombre que no posee ninguno de estos imperios – desierto en el que tenga derecho a asfixiarlo todo de un modo ciego y desaforado – se siente pobre.
Como no puedo vivir sin palabras, tengo que conservar la confianza en ellas, y esto sólo puedo lograrlo si no las disfrazo. De ahí que cualquier pretensión externa que se apoye en palabras es algo que yo considero imposible. No puedo ponerlas en un papel y guardarlas en un sitio u otro. No puedo tirarlas a la cabeza de nadie ni puedo comerciar con ellas. Me repugna incluso cambiarles algo una vez las he escrito. Cualquier chismorreo sobre arte, sobre todo si lo oigo en boca de personas que se dedican a algún arte, me resulta insoportable. Siento vergüenza por ellos como por los charlatanes, sólo que éstos son más interesantes. Bien es verdad que para mí los libros son sagrados, pero esto no tiene nada que ver con la literatura, y menos con la mía. Miles y miles de libros son para mí más importantes que los pocos que he escrito. Para mí, en una dimensión física que me resulta difícil de explicar, cada libro es lo más importante. Odio la impecable belleza de la prosa cuidada. Es verdad que no pocas de las cosas importantes han sido dichas en buena prosa, pero esto podríamos decir que ha ocurrido al margen de la voluntad del que las ha escrito; porque lo que se decía era realmente bueno es por lo que la prosa acabó siendo buena; era tal el peso de la profundidad del contenido que no permitió que alguien le aplicara prematuramente su propia medida. La prosa bella que se mueve en la esfera de «lo leído» es algo así como un desfile de modelos de la lengua; continuamente se está moviendo sobre sí misma; ni siquiera puedo despreciarla.
Música, la medida de capacidad del ser humano.
Es maravilloso estudiar, es decir, meditar sobre palabras y cosas sobre las que aún no habíamos meditado nunca y asimilarlas; decirnos qué es lo que de ellas nos llama la atención; qué es lo que nos gustaría retener, anotarlas en el gran tesoro de nuestra experiencia – un tesoro carente de intenciones concretas – anotarlas de tal manera que quizá no volvamos a pensar nunca más en ellas. De este modo nos creamos el reino de nuestras propias aventuras y de nuestros propios hallazgos, y lo que dentro de este reino podamos encontrar por segunda vez tiene un carácter doble: es un hallazgo y al mismo tiempo un fragmento de nosotros mismos.
Estaba perdido en todos aquellos a los que dio buenas palabras.
En la Historiasecreta de los mongoles he encontrado algo que me impresiona de un modo especiaclass="underline" la historia de un gran poderoso que fue feliz hasta el final, por dentro. Puede que no todo lo que allí se ha transmitido sea cierto, pero el total tiene una profunda verdad cuya existencia jamás había sospechado. Por muy peregrino que esto pueda sonar, conozco las palabras que le dijo la madre de Gengis Kan a su hijo. Percibo el olor de estas palabras. Estoy tan cerca del hijo que lo veo y lo oigo. Es enorme la diferencia que hay entre esta forma de transmisión oral y la historia escrita con la que habitualmente tenemos que contentarnos.