Mientras uno dice mañana está pensando siempre; por esto le gusta a uno tanto decir mañana.
¡Este calorcillo!, dicen todos aquellos de los cuales aquel hombre se zafa. no puede aumentar?
Toda forma de pensar y de sentir, si es que puede ser algo que haga presa en los demás, es como una obra que uno está e escribiendo continuamente y que no se acaba nunca.
Uno dice de sí mismo: a lo largo de toda mi vida no ha muerto ni un solo hombre.
A éste, a éste sólo, es a quien yo envidio de entre todos los hombres.
¡Ah!, ¡qué preciosas son las colecciones! Así nadie las va a perturbar.
Lo que podría hacerse con ellas, por lo menos, sería desordenarlas, juntarlas, mezclarlas, cambiarlas, separarlas. Se podrían encontrar distintos juegos y reglas de juego para ellas.
En las colecciones hay demasiada autosatisfacción y en sus guardianes demasiada seguridad. Es incomprensible que no se robe más en ellas, aunque no sea más que por esta razón: para cambiarlas, simplemente. Debería haber demonios especiales que día y noche trabajaran en contra de la seguridad de las colecciones. Que falsificaran cuadros hasta que las colecciones ya no pasaran por auténticas. Que, por la noche, precios de millones los dejaran reducidos a casi nada. Que intercambiaran con fortuna nombres y época.
En sueños, después de bajar muchas escaleras, salí a la cumbre del Mont Ventoux.
Predica mientras duerme. Cuando está despierto no se acuerda de nada. Sobre el sueño se llegará a saber tanto que nadie más tendrá ganas de estar despierto.
Aristófanes está lleno de hordas, y lo seductor de ello es que les gusta salir en forma de animales. Son a la vez hombres y animales, avispas, aves, aparecen como tales y hablan como si fueran hombres. De ahí que representen las metamorfosis más antiguas, la metamorfosis misma. La comedia todavía no está reducida a sus meras dimensiones humanas; la época de la comedia aburrida y sin ocurrencias todavía no ha empezado.
Para cada palabra, un sello de correos. Aprendían a conversa silencio.
Ya no soporta la música, está tan lleno de sonidos no explotados…
Habría que observar hasta qué punto el miedo hace mella en uno, en qué escondrijo se mete una vez ha sido rechazado el primer ataque.
Parece que le gusta encontrar los viejos canales.
La desconfianza misma es ya una manera de rechazar el miedo. Anticipa lo peor como si quisiera avergonzar al miedo. Postula una amenaza que sobrepasa con mucho la del miedo. De esta manera le da a uno valor para imaginar más cosas de las que el miedo se hubiera atrevido a imaginar. Así, la desconfianza podría hacerle a uno fuerte, con sólo que, por así decirlo, no se apartara de la cuestión. Pero la desconfianza no hace esto; cada vez hace entrar más objetos de desconfianza en su campo, y al final acaba convirtiéndose en un generador automático de miedo.
Pues, por muy fría y muy dura que se presente, se alimenta del mismo poder hostil contra el que quiere defendernos. Al miedo que ataca de un modo abierto y frontal se añade el miedo secreto que se mete subrepticiamente en la desconfianza. El cuerpo de la desconfianza tiene sus venas especiales; la sangre que corre por ellas es miedo. Todas las funciones que no han tenido lugar en una vida y la manera como se vengan. El que no fue nunca padre se busca hijos falsos. El que nunca anduvo en pos de ganancias aconseja a otros en sus especulaciones. El que nunca escribió sus libros los inventa para los extraños. El que no fue sacerdote construye nuevas religiones. Puede que el orgullo de renunciar a uno mismo haya sido grande pero todo aquello a lo que se ha renunciado se venga. ¿No hay ninguna renuncia verdadera?
Un hombre bueno sólo podría ser aquel que en ningún sitio se le toma por tal. Por esto, el que desde niño quería siempre que le dijeran que era bueno no puede llegar a serlo nunca.
No hay ningún disfraz de bondad, y ésta no tolera el aplauso.
1968
Lichtenberg
Su curiosidad está libre de toda atadura; surge de cualquier parte y se dirige a cualquier parte.
Su claridad: incluso lo más oscuro se ilumina cuando él lo piensa. Arroja luz; quiere dar en el blanco pero no matar; no es un espíritu asesino. Tampoco hay nada que se convierta en su cuerpo; no tiene grasa, no está hinchado.
No está insatisfecho de sí mismo porque se le ocurren demasiadas cosas. Un espíritu hormigueante; pero en este hormigueo siempre hay sitio. Que no quiera redondear nada, que no quiera terminar nada es su felicidad y la nuestra: por esto ha escrito el libro más rico de la literatura universal. A uno le gustaría estar abrazándole siempre por haber observado esta continencia.
Con nadie me hubiera gustado tanto hablar; pero no es necesario.
No rehuye ninguna teoría, pero para él cada teoría es motivo para que se le ocurran nuevas ideas. Es capaz de jugar con sistemas sin enredarse en ellos. Lo más pesado puede él sacudírselo como si se sacudiera una mota de polvo de la chaqueta. En la manera como él se mueve adquiere uno ligereza. Con él se toma todo en serio, pero no demasiado. Una erudición ligera como la luz.
Es demasiado único para que se le pueda envidiar. Incluso lo complicado de los grandes espíritus está tan lejos de él que uno casi no le tomaría por un ser humano.
Es cierto que este autor incita a determinados saltos. Pero ¿quién es capaz de darlos? Lichtenberg es una pulga con el espíritu de un hombre. Tiene esta fuerza incomparable para saltar fuera de sí mismo; su próximo salto ¿adónde le llevará?
Su humor le lleva a encontrar todos los libros que le invitan al salto, Si a otros el peso de los libros los convierte en diablos, él con los libros alimenta su agudeza.
Cuánta lectura se ahorraría uno si conociera antes a los escritores. ¿Todas las lecturas?
No hay historias nuevas. Historias. Porque lo nuevo es infinito no hay historias nuevas.
El orden en el que uno aprende las cosas es en definitiva lo que constituye la individualidad del hombre.
Encontrar a un viejo que se ha olvidado de contar.
¿Quién me informará cuando yo ya no exista?, ¿quién me contará algo?
Por fin ha llegado a mis manos la autobiografía de Cardano.
Está mal escrita; siguiendo la pauta de Suetonio, la divide por temas y esto hace que no pase de ser una serie de enumeraciones de cosas parecidas. Sin embargo, es interesante, aunque sólo sea por los sueños que contiene, que muchas veces están llenos de masas. Le conmueve a uno porque está penetrada de un inmenso dolor: Cardano fue testigo de la ejecución de su hijo, que había matado a su mujer. Con una gran suma de dinero, que él no poseía, hubiera podido rescatarlo de sus acusadores. Está convencido de que su hijo fue condenado para herirle a él, y por esto siente sobre sí el peso de una culpa de la que nadie puede librarle.
Cardano enumera sus propias faltas así como sus méritos, pero aunque se propone no ocultar nada, puede llegar a aburrir como si fuera un fanfarrón vacuo y sin sustancia. Se nota hasta qué punto es peligroso que un hombre se tome demasiado en serio a sí mismo, incluso en aquello que tiene que censurarse. Es demasiado solemne, le falta ironía. Sus aficiones lúdicas, que están en él muy desarrolladas, se reducen a los juegos de azar y al ajedrez. Incluso los modelos de la Antigüedad no le hacen ningún bien. Va en pos de la inmortalidad con excesiva desnudez, es decir, sin saber que uno tiene que llevarse consigo todos los objetos y las personas que le rodean; es lo único que justifica esta cuestionable pasión. No hay nadie que, después de muerto, pueda vivir sólo para sí mismo; de suyo, un nombre, sea lo que fuere lo que haya hecho su portador, es algo triste, y aun en el caso de que uno haya conseguido esta forma de inmortalidad, ésta seguirá teniendo siempre algo de repulsivo y artificial. Una enumeración sistemática de todas las características personales es en el fondo un absurdo, a no ser que, como es el caso de las biografías de emperadores que escribió Suetonio, sirva como medio de intimidación. En Plutarco, que quiere proponer modelos, la selección de rasgos está pensada y es magistral; no cae nunca en el detalle por el detalle.