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Un hombre aparentemente gordo, formado por doce delgados, bien empaquetados, que pían a la vez.

Al Coleccionista de Elogios le molesta el silencio de las calles. Las recorre incansablemente para obligarlas a elogiarle y le pone de mal humor su resistencia. Para él los periódicos son demasiados cotidianos. Los hombres, después de cogerlos, los vuelven a tirar juntamente con su fotografía. ¿Tendría bastante con que cada día viniera algo nuevo sobre él en el periódico? ¡No! Sin duda necesita los periódicos – los estuvo leyendo hasta que se encontró allí…-, pero quiere mucho más.

Quiere arrinconar los sucesos del mundo. Quiere que se ocupen de él, no de terremotos y guerras. Encuentra totalmente absurdo todo lo que la Luna ha dado que hacer a los hombres. Le tiene rabia a la Luna porque se habló tanto de ella.

El Coleccionista de Elogios llena una casa con su nombre. Guarda el más pequeño trozo de papel en el que éste esté escrito y también el más grande.

De vez en cuando se lee toda la casa, una y otra vez lo mismo, aunque sean cosas viejas. Sin embargo prefiere lo nuevo.

Espera nuevos giros, frases que todavía no haya oído nunca, toda una lengua del elogio inventada sólo para él. Los muertos, de vez en cuando, pueden ser también objeto de estas alabanzas; se granjea su bendición.

El Coleccionista de Elogios estaría dispuesto a castigar con la pena de muerte toda difamación o, simplemente, toda crítica. No es una persona inhumana, no lamenta la abolición de la pena capital; sólo en casos especiales, es decir, cuando se trata de él habría que volverla a instaurar.

El Coleccionista de elogios no deja escapar ningún elogio; hasta para lo que se ha dicho dos, tres y cuatro veces tiene sitio. Va engordando, engordando, pero le gusta. Encuentra siempre mujeres que le amen por estar tan gordo. Lamen sus elogios y esperan sacar algo de ello.

Inversiones

En el entierro se perdió el ataúd. Con la pala se apresuraron a meter a los deudos en la tumba. De repente, el muerto salió de la emboscada y echó un puñado de tierra en la tumba de cada uno.

Se apagaron las luces, la ciudad estaba envuelta en la oscuridad. Los criminales tuvieron miedo y llamaron a la policía que viniera corriendo.

El perro le quitó el bozal a su amo, pero lo llevaba de la correa.

En un anuncio luminoso las letras cambiaron de sitio y advirtieron de los peligros del producto que antes ponderaban.

El gato le colgó sus garras al ratón y lo mandó a correr mundo.

Dios volvió a poner la costilla en el costado de Adán, sopló sobre él y le dio otra vez forma de barro.

1971

Festival anual del crimen en Sarajevo: la población se disfraza con la piel de los animales que sacrificó Franz Ferdinand. El heredero del trono va en un coche disparando desde el Ayuntamiento hasta el Museo del Crimen. Miles de víctimas caen moribundas al pequeño río ¿Vuelve a haber guerra?, ¿sigue habiendo guerra?

En la esquina, sale de la multitud el que hace el papel de Príncipe y dispara al asesino de masas en el corazón.

Cayó en brazos del fantasma de la Humanidad.

Tolstoi disfrazado de escarabajo en un baile. ¿Le hubiera gustado a Kafka, que veneraba a Tolstoi, leer esto después de haber escrito La Metamorfosis?

El Lector que no puede dejar de leer, que lee y lee, que lee cada vez más, cada vez más libros antiguos, se ha convertido en un personaje no despreciable, una especie de hombre de confianza de los demás, que se fían de éclass="underline" si no deja de leer -piensan – encontrará lo decisivo.

Lo cínico como una especie de movimiento de masas de nuestro tiempo. Un inmenso tonel de Diógenes en el que se han juntado cientos de miles de personas.

En el verdadero poeta lo que más valoro es lo que silencia por orgullo.

No me interesa comprender de un modo preciso a una persona a la que conozco. Lo que me interesa es exagerarla de un modo preciso.

Uno se pregunta lo que Dios hubiera dicho si hubiera mirado a Tolstoi. Rezar se ha rezado bastante, pero es difícil que esto pueda interesarle a Dios.

Sólo los acontecimientos debieran haber preocupado a Dios ya. Tal vez Tolstoi hubiera provocado los celos de Dios. Tal vez lo hubiera tomado por hermano.

No puedo olvidar su imagen; lo estoy viendo como si fuera un antepasado. Cuánta fuerza debe haber dado a los hombres el culto a los antepasados. ¿A qué rendimos culto? ¿A qué podemos rendir culto?

Hay que decir que Tolstoi llegó a los ochenta y dos años y Dostoyewsky sólo a los cincuenta y nueve. Veintitrés años es mucho tiempo. ¿Existiría verdaderamente Tolstoi si hubiera muerto en 1887?

Es completamente imposible escapar a la injusticia de las edades.

Quiero a Dios todo lo más como a un Tolstoi.

Mejorar sólo puede significar una cosa: saber mejor. Pero tiene que ser un saber que no le deje a uno en paz, un saber que le acose. Un saber que tranquilice es letal.

Es muy importante que uno rechace algunos saberes. Hay que poder esperar el momento en el que un saber se convierte en aguijón: todo presentimiento es el dolor de este mismo presentimiento.

¡Qué desastre tener sólo una edad determinada! A uno le gustaría tener al mismo tiempo dos edades distintas y saberlo. «¿Cuántos años tiene usted?» – «Veintisiete y sesenta y cinco.»«¿Y usted?» – Cuarenta y uno y doce.»

De estas edades dobles se podrían sacar nuevas y fascinantes formas de vida.

Desvergüenza del rico que aconseja a pobres.

Se perfectamente qué es ser «burgués». Así que uno pronuncia esta palabra, vuelvo a no saberlo.

Uno no sabe nunca qué va a pasar si de repente las cosas cambian. Pero ¿sabe uno lo que pasará si no cambian?

«Paso por encima de dos chicos pequeños que están en el suelo y que se abrazan el uno al otro como si fueran monos. Unos fugitivos dicen que hace aproximadamente una semana incendiaron su pueblo y mataron a todo el mundo excepto a ellos dos. "Hace tres días que los tenemos aquí", dice el médico, y nadie sabe quién son". Están tan horrorizados de lo que han visto que no pueden hablar. Lo único que hacen es estar aquí en el suelo y abrazarse el uno al otro. Es casi imposible separarlos, ni siquiera el tiempo necesario para darles de comer. Es difícil decir cuándo van a recuperar el habla.»

Las palabras que preceden son triplemente horribles. Algunos no pueden leerlas. Sin embargo las olvidan.

¿Sería posible que la sensibilidad de los que no están curtidos porque no lo han visto…, que su sensibilidad actuara sobre los que estuvieron presentes? Este horror que no se pudo conformar porque no se tuvo que conformar, ¿tiene esta función?

Si esto fuera así, tendría algún sentido que algunos hombres no hubieran sido nunca asesinos. Pero el número de éstos es demasiado pequeño y el de los que han matado o han sido testigos de ello es demasiado grande.

Quizá no hay ni un solo hombre que merezca tener un hijo.

¿Eran los males del infierno más pequeños cuando todavía creíamos en él? El modo de ser infernal de cada uno de nosotros ¿era más soportable cuando sabía adónde iría a parar? Ahora, orgullosos de haber suprimido el infierno, lo estamos extendiendo por todas partes.