Puede que hace 120 generaciones o más haya vivido yo entre los egipcios. ¿Los admiré tanto entonces?
Lo que tiene uno que decir para que le oigan cuando uno, al fin, se calla.
Uno quisiera escribir exactamente lo necesario para que las palabras se dieran vida unas a otras y no más de lo necesario para que todavía las tomara en serio.
Conforme aumenta la madurez, se advierte una aversión por las voces aisladas de los poetas. Se busca lo anónimo, los grandes relatos de los pueblos – que existieron siempre para todo el mundo -, como la Biblia, Homero y los mitos de las razas que permanecieron en estado primitivo. Sin embargo, al otro lado del océano la gente se interesa por las debilidades más privadas y particulares Y por las miserias de aquellos que pueden hablar de ellas; y así es como volvemos a parar a los poetas-privados. Pero no es como poetas como pueden cautivarnos, es sólo como guardianes de lo más íntimo y privado; nos encantaría – más de lo que debiera ser – hacer añicos la porcelana que ellos pintan y que exponen como producto genuino.
Al hablar va colocando las palabras de un modo excesivamente tranquilo y reposado; domina siempre sus palabras; ellas jamás le empujan, jamás se mofan de él, jamás le ponen en ridículo; ¿cómo voy a fiarme de este hombre?
Estoy harto de penetrar con la mirada a los seres humanos; es tan fácil… y además no lleva a nada.
Es casi insoportable pensar cuántas cosas de las que se pueden saber no va a poder uno integrar jamás en su vida. Pero es completamente imposible llegar uno mismo a excluir este saber.
En un solo hombre podemos aprender la desgracia de todo el mundo, y mientras no le entregamos, no hay nada entregado; y mientras este hombre respira, respira el mundo.
Estás hablando siempre de animales, estás entusiasmado con ellos; pero luego ni siquiera te das cuenta de cuándo estás más cerca de la vida animaclass="underline" entre estafadores y estafado.
Otra vez – es la segunda o la tercera – he estado pensando en la muerte como mi salvación. Temo que todavía pueda experimentar grandes cambios. Tal vez pronto voy a ser uno de estos que cantan alabanzas a la muerte, uno de estos que luego, en su ancianidad, imploran a la muerte. De ahí que quiera dejar aquí bien claro, de una vez por todas, que este segundo período de mi vida, en caso de que tenga lugar, no tiene validez. No quiero haber existido para luego anular aquello para lo cual existí. Que me traten como si fuera dos hombres, uno fuerte y otro débil, y que escuche. la voz del fuerte, pues el débil no va a ayudar a nadie. No quiero que las palabras del anciano anulen las del joven. Prefiero que me interrumpan. Prefiero llegar sólo a la mitad.
A la muerte la quiero grave, a la muerte la quiero terrible, y que donde más terrible sea, sea allí donde sólo hay que temer la nada.
Sería aún más difícil morir si supiéramos que vamos a seguir viviendo, pero obligados al silencio.
Todo lo que anotamos contiene todavía un ápice de esperanza, por mucho que provenga de la desesperación.
1944
La mayor tentación espiritual de mi vida, aquella contra la que tengo que librar una dura batalla es ésta: ser completamente judío. El Antiguo Testamento, por dondequiera que lo abra, me subyuga. En cada pasaje, casi, encuentro algo que se puede aplicar a mí. Me gustaría llamarme Noé o Abraham, pero incluso mí mismo nombre me llena de orgullo. Cuando corro el peligro de abismarme en la historia de José o de David, intento decirme que estos personajes me fascinan como poeta y me pregunto a qué poeta no le hubiera ocurrido lo mismo. Pero esto no es verdad; hay mucho más todavía. Porque ¿cómo es posible que volviera a encontrar en la Biblia, como algo que pertenece al pasado y en forma de lista de viejos patriarcas, mi sueño de una futura longevidad del hombre? ¿Por qué el salmista odia la muerte como sólo yo pueda odiarla? He despreciado a mis amigos siempre que he visto cómo se libraban violentamente de las tentaciones de los muchos pueblos que hay en el mundo y, de un modo ciego se volvían a hacer judíos, judíos simplemente. Qué difícil me va a ser ahora no imitarles. Los nuevos muertos, los que murieron mucho antes de que fuera su hora, le piden a uno mucho, y quién tiene corazón para decirles que no… Pero ¿no están en todas partes los nuevos muertos, en todos los bandos, en todos los pueblos? ¿Tengo que cerrarme a los rusos porque hay judíos?, ¿a los chinos porque están lejos?, ¿a los alemanes porque están endemoniados? ¿No puedo en lo sucesivo pertenecer a todos estos pueblos, tal como he hecho hasta ahora, y, a pesar de todo, ser judío?
¿Cómo debería haber sido una Biblia para detener la autoaniquilación de la Humanidad?
Me resulta cada vez más insoportable lo casual de la mayoría de las convicciones.
No hablar más; sin decir nada, poner las palabras unas al lado de otras y mirarlas.
La resistencia contra el tiempo necesita sus frases hirientes; de no ser así, no pasa de ser una resistencia sorda y desvalida. Es difícil perder para uno mismo las frases una vez las hemos encontrado, una vez se ha visto que son hirientes, una vez estén afiladas. Pero tan sólo los pensamientos, de los cuales nadie sabe nada, le mantienen a uno con vida.
Los muchos sentidos de la lectura: las letras son como hormigas y tienen su propio estado secreto.
Una frase sola es una cosa limpia. la siguiente ya le quita algo.
No es ninguna vergüenza, no es egocentrismo, está bien y es responsable que a uno justamente ahora, ya no le llene nada como no sea la idea de la inmortalidad. ¿No vemos a esta gente a los que les mandan a morir en vagones? ¿No se ríen, bromean y presumen para ayudarse unos a otros a aguantar una falsa moral? Y luego, por encima de uno, pasan volando en grupos de veinte, de treinta, de cien, bandadas de aviones cargados de bombas; cada cuarto de hora, cada dos o tres minutos; y se les ve regresar pacíficos, destellando al sol, como flores, como peces, después de haber exterminado ciudades enteras. Ya no se puede decir «Dios»; está marcado para siempre, lleva en la frente el estigma caínita de las guerras; sólo se puede pensar en una cosa, en el único salvador: ¡la inmortalidad! ¡Si fuera nuestra, si estuviera ya aquí, qué distinto sería todo! ¡Inmortalidad! ¿Quién querría asesinar aún?, ¿quién podría aún caer en el crimen si ya no hubiera nada que matar?
Las antiguas ruinas han sido rescatadas y con las nuevas se podrán establecer comparaciones.
No te dejes cegar por el resplandor de la victoria. Con victorias se soborna a alemanes, pero, ¿a ti?
El progreso tiene sus desventajas; de vez en cuando hace explosión.
De entre los juegos en los cuales los hombres se enfrentan como enemigos unos a otros, habría que determinar de un modo experimenta¡ cuáles son aquellos que contribuyen a la formación del odio y cuáles los que lo amansan.
Es curioso, y a la vez preocupante, que, después de dos mil años, la cuestión ética fundamental siga siendo la misma; lo único que ocurre es que se ha hecho más urgente, y el que hoy en día dice: amaos los unos a los otros sabe que ya no queda mucho tiempo para ello.
La lengua de mi espíritu va a seguir siendo el alemán, y ello porque soy judío. Lo que queda del país al que han arrasado de todas las maneras posibles quiero, como judío, guardarlo dentro de mí. Su destino es también el mío; pero yo llevo también en mí una parte de la herencia común de la humanidad. Quiero devolver a esta lengua lo que le debo. Quiero colaborar a que la gente tenga algo que agradecerles.