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Las cosas mejorarán ¿Cuándo? Cuando manden los perros.

En Alemania han ocurrido todas las posibilidades históricas que aún tienen los humanos. Todo lo pretérito se ha revelado a un tiempo. De repente, lo sucesivo apareció como simultáneo. No quedó nada excluido; no quedó nada olvidado. A nuestra generación se le reservó la posibilidad de enterarse de que los mejores esfuerzos del hombre son inútiles. Lo malo, dicen los acontecimientos de Alemania, es la vida misma. La vida no olvida nada, lo repite todo, y uno no sabe ni siquiera cuándo. La vida tiene distintos humores, en esto estriban sus más grandes miedos. Pero por lo que hace al contenido, a la esencia concentrada de los siglos, no hay posibilidad alguna de influir sobre la vida; a quien la estruja demasiado le salen gotas de pus en la cara.

El hundimiento de los alemanes nos toca más de cerca de lo que queremos admitir. Son las dimensiones del engaño en que han vivido, lo gigantesco de su engaño, la inmensa ceguera de su fe desesperada lo que no nos deja en paz. Hemos detestado siempre a aquellos que han pegado con cola los trozos de esta fe repugnante, a los pocos realmente responsables cuyo espíritu pudo llegar justamente hasta ahí; pero todos los demás que no han hecho otra cosa que creer, en pocos años, con una pasión concentrada tan grande como la que los judíos lograron reunir a lo largo de siglos, que tuvieron vida y apetencias suficientes como para querer realmente un paraíso en la tierra, un dominio sobre el mundo entero, como para querer matar, en aras de este empeño, todo lo que quedara fuera de él, como para morir ellos mismos por este empeño, todo en el más breve tiempo posible; estos incontables conejillos de indias de la fe, en la flor de su vida, rebosantes de salud, sencillos, marcando el paso, condecorados para la fe, adiestrados para la fe, adiestrados como jamás lo estuvo un mahometano ¿qué son ahora realmente si su fe se viene abajo? ¿Qué queda de ellos? ¿Qué les habían preparado además de esto? ¿Qué otra vida podrían empezar ahora? ¿Qué son cuando les falta su terrible fe militar? ¿Cómo sienten su impotencia, porque para ellos no había nada más que poder? ¿En qué pueden caer aún? ¿Qué puede recogerles?

Tal vez porque entre esta guerra y la siguiente ni siquiera se nos permitirá respirar profundamente, ésta no va a llegar nunca.

Un invento que falta todavía: hacer reversibles las explosiones.

Dos tipos de personas: a unos les interesa lo estable de la vida, la posición que es posible alcanzar, como esposa, director de escuela, miembro de consejo de administración, alcalde; tienen siempre la vista fija en este punto que un día se metieron en la cabeza; incluso a los demás hombres no los pueden ver si no es rodeando este punto; y no hay más que posiciones, todo lo demás que está alrededor no cuenta y lo pasan por alto sin enterarse siquiera de que existe. El otro tipo de personas quieren libertad, sobre todo libertad frente a lo establecido. Les interesa el cambio; el salto en el que lo que está en juego no son escalones, sino aberturas. No pueden resistir ninguna puerta ni ninguna ventana y su dirección es siempre hacia afuera. Saldrían corriendo de un trono del cual, en caso de que estuvieran sentados en él, ninguno de los del primer grupo sería capaz de levantarse ni un milímetro.

La inmensa vanidad que hay en todo trato con Dios, como si alguien estuviera gritando continuamente: ¡a imagen y semejanza! ¡a imagen y semejanza!

Venimos de muchas cosas, nos movemos hacia demasiado pocas.

El grado de precisión de las noticias varía según el modo como son transmitidas. Vino un mensajero a toda prisa, su excitación se transmitió al destinatario. Había que actuar inmediatamente. La excitación se convirtió en fe en el mensaje. Una carta es algo más tranquilo, aunque sólo sea porque estuvo escondida mientras pasaba de uno a otro. Uno cree en ella pero con reserva y no se siente forzado a contestar inmediatamente actuando. El telegrama une a algunas propiedades de la carta con las del antiguo mensajero moral. Sin duda es secreto, desconocido para el que lo lleva, pero dirigido a una sola persona; es algo todavía más repentino que el mensajero; tiene algo de la muerte y por esto infunde mucho más miedo. A un telegrama se le da crédito. No hay nada más penoso que descubrir que le han engañado a uno con un telegrama.

Es hermoso decirle a alguien: te amaré siempre ¡Pero cuando luego uno de verdad lo hace!

Del hombre más insignificante es de quien más se aprende. Lo que le falta se lo debemos nosotros. Sin él no es posible valorar esta deuda. Pero ella es justamente aquello para lo cual vivimos.

Sobre lo bello. En lo bello hay algo muy conocido y familiar, pero está muy lejos; como si no hubiera podido ser nunca conocido y familiar. De ahí que lo bello sea a la vez algo estimulante y frío. Así que uno va a buscarlo, deja de ser bello. Pero tenemos que reconocerlo, si no ya no nos estimula. Lo bello tiene siempre algo de sustraído. Estuvo una vez ahí y luego, durante mucho tiempo, muy lejos; por esto el volver a verlo es algo inesperado. No permite que lo amemos, pero sentimos nostalgia de él. Los misteriosos caminos de su ausencia lo han hecho más rico que todo lo que tenemos en. nosotros.

Lo bello tiene que quedarse fuera. Hay pocos furiosos que creen ser bellos; pero incluso ellos saben que el único modo de llegar a serlo es desde fuera. La «belleza interior» es una contradicción en sí misma. Los espejos han traído más belleza al mundo; llegan a presentarnos incluso este alejamiento; mucho de la belleza más antigua puede provenir de ver las cosas reflejadas en el agua. Pero los espejos se han convertido en algo demasiado frecuente. De ahí que las más de las veces no den más que lo esperado. Son los más bastos los que creen que lo bello se contradice a sí mismo. Para el hombre puede llegar a ser bello todo aquello que durante mucho tiempo fue conocido y familiar, que fue sustraído y que luego vuelve de un modo inesperado. El difunto amado se convierte en hermoso cuando lo vemos, pero ya no sabemos que está muerto y que no podemos amarle: en el sueño.

A todo lo antiguo le es fácil ser bello porque hace tiempo que fue sepultado y desapareció. Las huellas de lo desaparecido, en forma de pátina, ayudan mucho a la belleza; no es lo antiguo en sí lo que uno valora en ellas, sino lo antiguo que, a lo largo de los siglos, no fue posible ver. La belleza quiere ser reencontrada después de largas distancias y espacios de tiempo.

La arrogancia conceptual como la más baja de las arrogancias: podría tener reunido un inmenso caudal de monedas para comprar más, pero no quiero cambiar ninguna, por avaricia.

Un chino roba en Cambridge un complejo de Edipo y luego lo introduce secretamente en China.

Las naciones deberían prestarse unas a otras sus signatarios para dos meses Y este tipo de personas tendrían que estar viajando siempre pronunciando los mismos discursos en muchas lenguas y haciendo las guerras y las paces en el coche-cama.

Los diálogos de Confucio son el primer retrato espiritual completo de un hombre; es sorprendente cuánto puede uno expresar en 500 notas; qué plenitud y qué coherencia se consigue con ellos; qué comprensible se hace, y qué incomprensiblemente grande, como si las lagunas fueran sólo pliegues de una túnica totalmente intencionados.