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Para el harto, los perfiles de los hombres son distintos. Una serpiente pitón hinchada de tanto comer le llena de envidia. Lamenta que sus tejidos no den más de sí y que no pueda tragar diez veces lo que pesa, que su forma, en líneas generales, siga siendo la misma y que engorde sólo poco a poco, a lo largo de semanas y meses, y no en una hora; que, de un modo tan rápido, suelte una buena parte de su peso en lugar de guardarla y cuidarla semanas y semanas. Le gusta estar entre gente que come. Luego sueña que les quita de la boca los mejores bocados y que, con argumentos astutos, les convence de que no hagan lo mismo con él. Tiene perros, porque le gustan sus dientes, y no se cansa de mirar como rompen los huesos y sacan todo lo que hay dentro. Quiere saber qué se come en el otro mundo y orienta su fe según este criterio. Lo que se dice sobre esta cuestión no es muy prometedor, de ahí que su interés por el más allá sea mínimo. Tampoco tiene simpatía alguna por las píldoras del futuro, y se considera feliz de vivir en esta época. Le preguntan si no le molesta el hambre que padecen tantos millones de hombres después de la segunda guerra mundial. Piensa un momento y luego dice con toda sinceridad: «No». Porque cuanta más gente haya que pasa hambre tanto más confirmado se siente en lo acertado de la orientación que ha dado a su vida. Desprecia a aquellos que, a pesar de todo lo que haya ocurrido, no han conseguido seguir comiendo.

Uno ama como autoconocimiento aquello que odia como acusación.

La brevedad de la vida nos hace malos. Ahora habría que probar si una posible vida más larga no nos haría igualmente malos. Tendríamos que encontrar el sistema de nuestras contradicciones, y al mismo tiempo tranquilizarnos. Viendo los barrotes de la reja habríamos conseguido ver el cielo que hay entre uno y otro.

Terrible insistencia, aferrarse a los hombres, cosas, recuerdos, costumbres, viejas metas; terrible carga a la que se están añadiendo continuamente cargas nuevas, sapo de la gravedad. Malignidad de la posesión, delirio de la fidelidad; un poco menos de todo esto; oh, un poco menos de todo esto y uno no pensaría, y uno sería bueno. Pero no cejamos, jamás soltamos nada; un dedo tras otro deberían quitarle a uno; una muela tras otra de lo absurdo que quisiéramos amar para siempre.

Todo el mundo tendría que llegar a su ascesis fundamentaclass="underline" la mía sería la del silencio.

La curación del celoso.

De todas las empresas difíciles de este mundo, ninguna tan difícil como la curación del celoso. Sin haber meditado antes con detenimiento sobre lo que son los celos, es difícil que podamos curarlos. Son un encogimiento de los pensamientos y del aire, como si tuviéramos que vivir en una habitación pequeña de la que no hay salida posible. De vez en cuando se abre una ventana; ella, el objeto de los celos, mira rápidamente hacia dentro, desaparece y la vuelve a cerrar. Mientras ella está deambulando libremente y a su antojo, nosotros estamos encerrados y no podemos ir a ninguna parte. Los celos surgen porque uno no puede ir a ninguna parte. Los caminos que tendríamos que recorrer con ella no han sido recorridos. De ahí que haya tantos caminos sin protección alguna; no estuvimos en ellos; son libres; allí cualquiera puede permitírselo todo. El que ha sucumbido a tantos caminos parece como hecho ex profeso para la pasión de los celos. ¿Cómo es posible estar en todas partes junto a todos los humores, junto a todos los pasos?; habría que ser un satélite, un perro verdaderamente; los perros son los que mejor lo hacen; lo único que quieren es andar siempre por los caminos de su amo. Pero a un hombre no le resulta fácil ser el perro de una mujer. Si consiente en serlo, sólo un poco, entonces ya no es él mismo; y con pequeños remedios no se le ayuda. Ahora bien, hay infelices a quienes les gusta estar en casa, entre libros y partituras; para éstos, cuya existencia se devana de un modo tranquilo, una mujer no resulta adecuada en absoluto. Porque si la tienen a su lado, una vida en silencio no es nada; si la tienen lejos, pronto acaban no sabiendo lo que hace. Los hombres que se encierran a sí mismos se ven obligados a encerrar todavía más a sus mujeres. La mujer que está encerrada lejos tiene un largo camino, y siempre llega el momento en que este camino adquiere vida. El aire tiene sus tentaciones y toma la forma de palabras de hombre.

Después de cada invitación a recorrer con él un camino a la que el hombre no corresponde, viene otro camino que ella recorre con otro hombre, y, aunque ella se harta de estos nuevos caminos, éstos son el comienzo de una nueva vida a la que ya nadie va a ser capaz de poner coto. El sitio en el que uno se encierra a sí mismo debe ser secreto para la mujer de la que uno quiere protegerse, pues si se la deja entrar, entra con sus vacilaciones y lo destruye. Pero si no se la deja entrar, no puede imaginarse en absoluto cómo es este sitio y se busca otros. La víctima de los celos lo tiene difícil en los tiempos modernos. El hombre puede llamar por teléfono y constatar en cualquier momento la culpa de la mujer ausente de modo que no quepa lugar a dudas; ni siquiera puede abrigar la esperanza de que se equivoca. Su desdicha está siempre clara, no hay escapatoria, no hay consuelo.

¿Le sirve de algo al celoso amar a muchas mujeres?, ¿repartir su amor? No, no le sirve de nada, porque su amor, si lo es, será siempre un gran amor. Una de dos: o las personas a las que él «ama» le resultan indiferentes, es decir, para él no existen realmente – y entonces le va a ser indiferente lo que hagan -; o bien ama, es decir, acepta a las personas plenamente, las toma en sí mismo: entonces, por muchas que ellas sean, cada una es un ser humano completo, y cada una, dentro de su ámbito, puede llegar a turbar al amante hasta la muerte.

Este repartiese sólo es útil en un caso: si le quita a uno la seriedad del sentimiento. Pero para esto no vale la pena vivir. Entonces, mejor estar solo, vivir del todo para uno mismo, adorar ardientemente a un dios que jamás podrá ser aprehendido. La pluralidad de seres humanos es únicamente una pluralidad de ocasiones para los celos ¿Servirá quizá de algo amas de un modo distinto? Sin la decisión sobre la vida y la muerte, sin la responsabilidad, sin el miedo por la vida del otro, que a cada momento está amenazada. Los celos donde peores son es en el corazón del hombre responsable cuyo miedo está siempre despierto; y hombres como éstos son habitualmente los que se encierran; el miedo no les deja nunca en paz. Si no hubiera muerte, hasta los celos serían soportables. Porque sabríamos que la persona que perdemos está en alguna parte y que quizás volveríamos a encontrarla, quizá vendría corriendo hacia nosotros. Pero la muerte puede querer que las cosas ocurran de otra manera. La criatura a la que uno quiere puede acabarse inmediatamente después de haberla perdido de vista; y una vez ha muerto, ¿quién la vuelve a traer? ¿Y no habríamos podido evitar quizás esta muerte que no nos fue dado vigilar? ¿Qué amor hay que sea tan breve que no piense en la muerte?; ¿qué amor hay que sea tan breve que no se proponga vencer a la muerte?