No puedas aceptar nada más a no ser que te obligues a formularlo inmediatamente; hay demasiadas cosas y te arrastra la corriente. No vas a poder salir de este río hasta que llegues a su desembocadura. Es mejor que decidas libremente flotar en él que no que estés nadando continuamente contra corriente.
Un hombre dijo a su mujer: «llueve, tengo ganas de tener sueños agradables.» Comienzo de un relato de Surinam.
Todas las noches él iba allí. Ella le recibía amablemente. El se quedaba horas y horas. En un desierto de secretos destruidos la dejó tirada y se fue.
Tanto «gracia» como «rodilla» tienen la curvatura de la «n»*.
* N. T. Gracia: Gnade; rodilla: Knie.
Lo perdido que se encuentra en el otro que vive, resiste, le mira a uno, te habla; buscar en él tiene algo de desesperado: «¿dónde lo tienes?», le dice uno, «¿lo estás escondiendo?, ¿está ahí todavía?», y así uno inquiere y rebusca en vano y todo ha desaparecido en el fondo del mar; pero, doquiera que busques, no hay mar en el que haya podido desaparecer; y ya no hay nada importante excepto esta búsqueda; es la búsqueda de la nada en la que uno, en el otro, se ha convertido.
El Restaurador. Cruce de actor y arqueólogo. Tiene que representar el papel del pintor cuyo cuadro restaura. Al ir quitando capa tras capa cautelosamente y cuidando muy bien de no cambiar nada, al fin llega al cuadro de aquel cuyo papel está representando. Su respeto se entrevera con sus esperanzas. Pero además no está pasivo: tiene mucho en su mano. Cuanto más reconstruya lo que apenas es reconocible, tanto mayor será su éxito como arqueólogo. Esta dimensión humilde de su ser puede, de repente, cambiar y tomar el signo contrario cuando da rienda suelta a su arbitrio y presenta según sus conjeturas aquello que en realidad ya no se puede completar. Puede que, al final, confíe tanto en sí mismo que llegue a inventar cuadros enteros, pero en esto jamás dejará de estar representando un papel que ha aceptado, como la inmensa mayoría de actores que no son dramaturgos.
Las metamorfosis del restaurador están prescritas; la Historia del Arte contiene la lista completa de sus personajes; él no añade ninguno nuevo. Acepta incluso su jerarquía: en los grandes nombres es donde invierte mayor respeto.
1950
Qué daría yo por perder el hábito de observar el mundo con ojos de historiador. Es deplorable esta compartimentación del tiempo en años y, siguiendo hacia atrás, la aplicación de esta división a la vida de los animales y de las plantas, de cuando éstos todavía no estaban lastrados por nosotros. La culminación de la tiranía del hombre es el cómputo de los años; la más opresora de todas las leyendas, la de que el mundo ha sido creado para nosotros.
Cada año le hace a uno más desvergonzado.
Un país que cuelga en las ventanas a su chusma, como si fueran banderas.
Seres humanos como barcos con su repugnante carga.
La masa más terrible que podría uno imaginar sería aquella que estuviera formada sólo por conocidos.
El médico realmente distinguido que inventa una enfermedad nueva para cada uno de sus pacientes.
La avidez de algunos nombres de enfermedades: meningitis.
Liberar a la Psiquiatría de sí misma: quinientas o mil historias clínicas precisas y detalladas, y ni una palabra sobre la clasificación o la explicación de estas historias.
Se imagina de qué manera los humanos se habrían impuesto frente a un Dios maligno. Frente a él se habrían hecho buenos. Jamás habrían esperado ni pedido nada de él; habrían luchado siempre contra él. Algunos se habrían escondido ante él – pintores rupestres -; otros le habrían acosado como a una presa – cazadores audaces.
Su fe en que alguna vez conseguirán mejorar a Dios.
A lo mejor cada vez que respiras hay otro que exhala su último aliento.
La ciudad en la que nadie llora. En torno a una lágrima de hace mil años, una reliquia, construyen su catedral.
Incluso en los mejores satíricos me molesta su sensatez, la insípida levadura de la que crece la masa de sus asombrosas ocurrencias.
Un filósofo que va por la vida sin ni una sola respuesta. ¡Pero cómo pregunta!
Mujeres sobre zancos que, desde su altura, se arrojan en brazos de seres a los que han escogido sin tener la más mínima idea de quiénes son.
La Historia lo presenta todo como si no hubiera podido ocurrir de otra manera. Pero hubiera podido ocurrir de mil maneras distintas. La Historia se coloca en el bando de lo ocurrido y, por medio de un contexto fuertemente tramado, lo destaca de lo ocurrido. De entre todas las posibilidades, se apoya en una sola, la que ha sobrevivido. De ahí que la Historia dé siempre la impresión de estar a favor de lo más fuerte, es decir, de lo que realmente ha sucedido: no hubiera podido quedar en el reino de lo no ocurrido, tuvo que ocurrir.
Ranke reconoce la existencia del poder y para él las realizaciones del poder son historia. Los historiadores que no adoran el poder no pueden escribir ninguna historia política coherente. Muchos de ellos han tenido bastante con Roma, cuando hacía tiempo que Roma ya no existía. De los cuatro grandes períodos de la Historia, tal como los vio Voltaire, el último fue el de Luis XlV. Este enemigo de la historia del rey y de sus batallas no estaba menos influido por el poder que un vulgar cronista de guerra.
La peculiaridad de Ranke como historiador está en su pluralismo; es un politeísta del poder. En los siglos anteriores a él, al igual que en el suyo, hubo varias formas importantes de poder: él es el pregonero de todas ellas. En relación con las formas de poder que ya no eran importantes, España y Turquía, parece haber sentido algo así como vergüenza.
¿En qué medida se va a seguir matando cuando sea posible volver a reanimarlo todo?
Tiene tanto dinero que vienen las bombas a comerle en la mano.
Ahora ahorcar tiene ya toda la suavidad y la dulzura que tiene el pescar con caña.
Se llega a la conclusión de que no hay átomos. Sin embargo sigue habiendo bombas atómicas.
«¿Cómo es posible ser justo con uno que no tiene ni idea de lo que es la justicia?» «Es más, ¿destruye uno con ello la justicia? ¿Es tan sensible ésta?»
Para cada uno de los que amamos necesitamos un receptor de insultos y, para ahorrar personas, bastaría con que combináramos acertadamente las parejas insulto y amor.
Esta acuciante necesidad que siento de saberlo todo de todo el mundo, da igual cuándo y cómo hayan vivido; como si mi felicidad dependiera de todos y cada uno de ellos, de sus peculiaridades, de su irrepetible unicidad, del curso de su vida, y luego, además, de lo que iban a ser todos ellos juntos.
Llegar a ser una ciudad, todo un país, un continente y no conquistar nada.
Un rayo especial sólo para avaros que, de repente, se lo quite todo.
El mejor hombre no sería el que menos necesita sino aquel que más regala lo que necesita.
La obra literaria que más se merece la Tierra es aquella que la presenta como un planeta en observación.
Podría ser que estuviéramos siendo observados por varios y podría ser que éstos se disputaran la posesión de la Tierra.