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Capataces de otra estrella que anduvieran por la Tierra, que le oyeran a uno y a los cuales no fuera posible hablar de ningún modo.

Pensar que el desarrollo que la técnica ha adquirido en la Tierra pudiera haber atraído sobre nosotros la atención de los extraterrestres; que desde que ha hecho explosión la primera bomba atómica nos ven como un verdadero peligro; que desde entonces están hablando de nuestra destrucción y que ésta es quizás inminente.

Entonces unos cuantos seres primitivos que quedan van a ser los únicos que no sabrán distinguir entre nosotros y los extraterrestres; que no entenderán nada de cuánto ha sucedido; los últimos terrestres ingenuos; indígenas a la vez perdidos e inocentes.

Pasmo y asco cuando los descubridores abran el primer pellejo maloliente de un ser humano. Presentación pública de un hombre comiendo, explicación de la digestión.

Suponte que en lugar de personas tuvieran unidades de luz y que para ellos todas las fronteras, incluso las fronteras entre personas, fueran algo asqueroso y repugnante; luz en lugar de grasa.

¿Y si hubieran escogido la Tierra como su cementerio?

1951

Lo que más me repele de los filósofos es el proceso de vaciamiento que tiene lugar cuando piensan. Cuanto más frecuente y más hábil es el uso que hacen de sus palabras fundamentales, tanto menos les queda del mundo que está a su alrededor. Son como bárbaros que viven en una casa alta y espaciosa llena de maravillas. Andan por allí en mangas de camisa e, impertérritos, lo van tirando todo sistemáticamente por la ventana: sillones, cuadros, platos, animales, niños, hasta que no quedan más que habitaciones completamente vacías. A veces, al final, llegan incluso a volar puertas y ventanas. Queda en pie la casa desnuda. Se hacen la ilusión de que está mejor con esta devastación.

El sabio olvida su mesa.

Del Más Allá ha quedado la nada, es su herencia más peligrosa.

Buzo incansable, te lanzas a las confusiones de los demás. ¿Puedes aprender de ellos aún? ¿Son ellas algo más que el sello de tus propias confusiones?

Un sueño es como un animal, pero un animal desconocido, y uno no ve la totalidad de sus miembros. La interpretación es una jaula, pero el sueño nunca está allí.

Una persona que siempre que te encuentra te pide algo. Hasta tal punto le pareces importante; en tan poco se tiene y tanto es lo que quiere. El personaje que encarna la acción de pedir. Para mí los hombres más enigmáticos son aquellos que lo quieren todo para sí, que necesitan mucho y que, sin embargo, no se tienen por nada.

El hombre más deplorable que he conocido era un buhonero que fue sepultado bajo un montón de palabras, que se las llevó a la boca como si fueran granos de trigo y que, rumiándolas, escribió un poema.

Los ambiciosos que andan a vueltas con el poder van buscando siempre eslóganes. Recogen lo que alguien dice en una reunión y le dan la forma de augurio. El desconocido que contesta a su pregunta les es indiferente. No tienen ninguna gana de volverlo a ver; muchas veces no saben lo que éste lleva entre manos y es posible incluso que no sepan cómo se llama. Tal vez para ellos es «un polaco» o «un psicólogos. De él no necesitan más que una palabra que, de un modo enigmático, les parece útil. Tenderán a retirarse de la reunión así que ha aparecido esta palabra; con las que siguen podría perder algo de su fuerza. Así que están solos, separan totalmente esta palabra de su autor y le están dando vueltas y más vueltas, hasta que adquiere algo de absoluto; como si viniera de una instancia superior a prestarles sus servicios.

El miedo de las estrellas que han sido vistas y anotadas por nosotros.

Toda guerra contiene las anteriores.

Roma, París y Londres estarán olvidadas. Un mar las cubrirá. No habrá nadie que entienda inglés. Algunos caballos dirán una misa por Epson. Los cementerios de Verdun iluminarán el fondo del mar.

Saber que uno no tiene poder sobre nadie puede hacerle feliz. Cuanto mayor sea la intensidad con la que hemos dominado a un ser humano, tanto mayor es esta sensación de felicidad. La libertad – cada vez lo veo más claro – es libertad de soltar, cesión de poder.

A las personas que conozco bien me gusta dejarles que me cuenten una y otra vez las mismas historias, sobre todo cuando se trata de acontecimientos centrales de su vida. Sólo soporto el trato con aquellas personas en las que estas historias suenan cada vez algo distinto. Los demás, para mí, son actores que han aprendido bien su papel; no creo en ellos.

Los ojos muy bellos son insoportables, hay que estar mirándolos siempre; uno se ahoga en sus aguas; uno se pierde y ya no vuelve a encontrar el rumbo.

Siempre te preguntan qué quieres decir cuando despotricar contra la muerte. La gente quiere de ti las baratas esperanzas que las religiones han devanado hasta la saciedad. Pero yo no sé nada. No tengo nada que decir a esto. Mi forma de ser, mi orgullo consiste en no haber halagado jamás a la muerte. Como todo el mundo, algunas veces, muy pocas, la he deseado, pero nadie ha oído nunca de mis labios una alabanza a la muerte, nadie puede decir que yo haya inclinado nunca la cerviz ante ella, que la haya aceptado o embellecido. Me parece lo más inútil y maligno que ha habido nunca, la calamidad fundamental de cuanto existe, lo incomprensible, lo que jamás ha sido resuelto, el nudo en el que, desde siempre, todo se encuentra atado y cogido y que nadie se ha atrevido a cortar.

Que muera un hombre es siempre una lástima. Nadie hubiera debido morir nunca. El peor de los crímenes no fue nunca merecedor de la muerte, y sin la aceptación de la muerte no hubiera existido jamás el peor de los crímenes.

Cabría imaginar un mundo en el que jamás haya habido asesinatos. En un mundo así, ¿cómo serían los otros crímenes?

Lo más importante lo lleva uno cuarenta o cincuenta años consigo antes de atreverse a formularlo de un modo articulado. Sólo por esto resulta imposible medir lo que se pierde con aquellos que mueren prematuramente. Todo el mundo muere prematuramente.

La conducta de los mártires no le parece despreciable a nadie, a pesar de que todo lo que hicieron lo hicieron para conseguir una vida eterna. Qué despreciables les parecerían estos mismos mártires a los seguidores del Cristianismo si lo que les hubiera interesado hubiera sido una vida eterna aquí y no en otra parte.

Incluso la idea de la transmigración de las almas parece tener más sentido que la de una permanencia en el Más Allá. Los paladines de la fe en el Más Allá no se dan cuenta de que se trata de algo a lo que ni siquiera se le da nombre: de un permanecer juntos en el Más Allá, de una masa que no se disgrega nunca. Quieren que una vez reunidos allí, no tengan que separarse más.

Cómo sería un paraíso en el que los bienaventurados no se vieran jamás, en el que cada cual existiera como una especie de eremita bienaventurado, a gran distancia de los demás, de tal manera que no le fuera posible a nadie oír la voz del otro; un paraíso de eterna soledad, sin necesidades ni molestias corporales; una cárcel sin muros, rejas ni guardianes de la que nadie pudiera escapar por ninguna parte porque no habría sitio alguno a donde ir. Allí cada uno daría sus propios discursos, cada uno sería su propio predicador, maestro, consolador, y fuera de él mismo no le oiría nadie. Una existencia beatífica a la que muchos preferirían las penas del infierno.