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Las amistades pueden siempre interrumpirse de un modo total y repentino. Si uno desaparece de la noche a la mañana, la gente ya sabe que está durmiendo. En esta sociedad la muerte no daría ningún miedo. A menudo la gente está años y años sin saber que uno ha muerto; si le coge durmiendo, simplemente se seca, como un murciélago. Aquí lo sorprendente es siempre el regreso y no la desaparición.

Está mal visto hablar de cuándo uno tiene que dormirse, y de esta manera la duración de la amistad y de cualquier tipo de relación es siempre algo inseguro. No hay nada que dure más de dos años porque nada resiste diez años de sueño. Incluso la ternura de las madres es menos intensa, y hay niños que crecen de un modo casi autónomo.

La vida de la mayoría de los hombres en definitiva consiste sólo en instrucciones que, sin sentido alguno, se dan a sí mismos o dan otros.

Se emborracha con las faltas de los demás, un borracho de la moral.

La avaricia desfigura al hombre todo su horizonte, hay que poder saltar por encima de la propia avaricia, aunque sólo sea para verla.

Un país en el que nadie se atreve a mirar al cielo, y el que sale de casa baja la cabeza.

Los hombres espirituales viven también del robo y son conscientes de ello. Pero reaccionan a este hecho de muy distintas maneras. Algunos, de un modo patético, expresan su agradecimiento a aquel a quien han robado; ponen su nombre en los cuernos de la luna y lo pronuncian tantas veces que éste, como objeto de su culto exagerado, acaba convirtiéndose en algo un tanto ridículo. Los otros, así que han robado a alguien, empiezan a tenerle rabia; no le nombran jamás; y cuando en su presencia alguien lo nombra, lo atacan con perfidia. Como le conocen íntimamente, porque son sus ladrones personales, su ataque es certero y le ocasionan un gran daño.

Las pausas del ocaso.

Dictadores retroactivos, una nueva manera de contemplar la Historia.

Hace años que no puedo librarme de la fascinación que ejercen sobre mí los estados primitivos del hombre. No sé con qué leche materna habré mamado esta inclinación. Una gran ilusión y una curiosidad todavía mayor me empujan a buscar cualquier descripción de la vida primitiva, y siempre que leo algo sobre estas cuestiones, incluso con la interpretación cautelosa y desleída de autores modernos, pienso que tengo en la mano la auténtica verdad. Entonces, en mí, todo se convierte en confianza; ya no dudo; pienso que aquí tengo lo que siempre anduve buscando infructuosamente; y cuando al cabo de los años, vuelvo a leer el mismo libro, me produce exactamente la misma impresión que la primera vez, una revelación inmutable y siempre viva. No son sólo, como a veces sospeché, los nombres de dioses y pueblos exóticos aquello cuyo hechizo no se extingue jamás. Es la ilusión de la mayor facilidad con que se ven unas formas de vida relativamente más sencillas; porque por muy complicadas que aparezcan a la luz de la investigación moderna, la fe en la auténtica sencillez de aquéllos permanece siempre despierta en uno. Con esta fe tiene que ver también el sentimiento de su lejanía y de su independencia de todo; sea lo que fuere lo que pensemos de estas formas de vida, el hecho es que parecen estar libres de los objetivos y los prejuicios del mundo de hoy. Su crueldad es menos cruel, en ella no tenemos culpa ninguna. Su belleza tiene más mérito, no descansa en la riqueza de nuestra herencia.

Lo que he aprendido de ellas es inagotable, pero a veces se me antoja como si me hubiera expuesto de un modo especial a la inmensa fuerza que irradian con el fin de demostrarme a mí mismo lo poco que soy. Me obligan a actuar menos, pues nada es creativo para aquel que las conoce, todo está ya en ellas. Independientemente de cuándo empezara, el hecho es que el ser humano empezó como poeta y desde entonces lo ha sido cada vez menos.

Medirse, sólo puede medirse uno con sus contemporáneos. El que prescinde de ellos no lo quiero hacer. Es posible que yo quiera evitar cualquier clase de competencia porque ésta podría falsear aquello que realmente me importa. Pero es probable también que me haya desviado demasiado, que haya actuado de un modo demasiado radical penetrando en un tremendo origen en el que todo el mundo desaparece.

Hacen falta muchas palabras para entusiasmarse a uno mismo; éstas tienen que llegar a la superficie de un modo rápido y hasta cierto punto tumultuoso. Así que ha subido una palabra, así que se ha puesto de pie, ya viene la siguiente a cogerla y derribarla. Las palabras son como luchadores, y en esta lucha gana siempre la última; la proximidad al origen le da a esta lucha su gran fuerza.

Pero son palabras especiales, palabras que hacen nacer la llama del entusiasmo, que contienen espacio y futuro, que albergan grandes inmensidades. Lo que, retorcido e inútil, estaba encerrado en el hombre, de repente, con enorme rapidez, se despliega en mil direcciones; en sus palabras, el hombre entra en contacto con el principio, el fin y el centro del mundo, en todas sus dimensiones.

La fuerza de los pensamientos falsos está en su extrema falsedad.

Miedo a la aristotelización de mis pensamientos; a las divisiones, definiciones y a otros juegos vacíos por el estilo.

Volver a encontrar la antigua fuerza que coge su objeto y lo contempla por primera vez. ¿Quién me la dará? ¿Los grandes enemigos, Hobbes, De Maistre, Nietzsche?

De Maistre mira a través de las reglas del juego de la sociedad humana. El horror del matadero, en el que todo se basa, está tan presente en él como en mí; pero él lo acepta, lo reconoce, y, una vez se ha decidido a reconocerlo, se convierte en el panegirista de este horror.

Respeto a De Maistre, pero me deja estupefacto ver cómo con aquello que él ha vivido – que es parecido a lo que he vivido yo – y las reflexiones que sobre ello se ha hecho – parecidas también a las mías – persiga exactamente lo contrario que yo.

Eschbach, presidente del Tribunal de Comercio de Estrasburgo, le contó a mi amiga Madeleine C. que, cuando era joven, visitó a un viejo señor de Sulz que habitaba el castillo de esta localidad. Este estaba ya algo desorientado, y en un momento dado dijo: «Dans ma jeunesse quand j'étais en Russie, j'ai tué quelqu'un en duel. Mais je ne sais plus qui c'était.»

Era Puschkin.

Los pueblos intercambian sus recuerdos, y cada uno de ellos reconoce que él fue el peor.

A un perro se le educa para que aprenda a llevar los objetos que molestan a todos los hombres.

Gérard de Nerval sería para mí un poeta sólo por el hecho de haber creído que descendía de Nerva. Todas las relaciones matemáticas, las proporciones, los destinos y las trayectorias elípticas me resultan indiferentes; todas las relaciones derivadas de nombres son para mí sugestivas y verdaderas. Mi dios es el nombre, la respiración de mi vida es la palabra. Los lugares dejan de tener interés para mí cuando palidecen sus nombres. No estuve en ninguna parte adonde no me atrajera el nombre. Me da miedo la segmentación y la explicación de los nombres, lo temo más que al crimen.

Es curioso de qué manera se aproxima uno a la verdad sólo en las palabras en las que 'ya no cree del todo. La verdad como una forma de volver a vivir palabras moribundas.