Выбрать главу

Una habitación en la que hay tres personas que no se conocen ni se ven nunca.

Poco a poco voy comprendiendo cuantas cosas hay aquí. No lo puedo decir de otra manera; me refiero a lo mucho que hay en el mundo y que yo debiera conocer. Me he tomado tiempo. Tal vez antes no hubiera podido comprender la mayoría de estas cosas. pero ahora podría empezar como un alumno formal. Para mí cada vez tiene más importancia aquello de lo que tengo noticia. Ya no intento contestar con gestos particulares e irrelevantes. Todo aquello que voy conociendo se queda descansando en mí, días y semanas, y se familiariza con lo que encuentra dentro de mí. Pero ahora lo importante ya no es que estos encuentros se produzcan en mí, lo importante es que tengan lugar.

Esta ternura de la que le llena a uno todo lo inútil.

El secreto resentimiento por todo aquello que uno hubiera podido conocer y no ha conocido.

Lo quejumbroso del comerciante: sus artículos se convierten en una parte sensible de su cuerpo.

Va por la calle con una gran preocupación; en cada uno de sus pasos busca una actitud vital.

El tunante. En él se dan cita los efectos de la orden y los de la transformación, y, como no ocurre en ningún otro personaje, en él se puede leer la esencia de la libertad. Empieza como cabecilla; da órdenes y éstas son obedecidas. Pero lleva la obediencia de su gente ad absurdum y se libra de ellos.

Se los sacude a todos; destruye costumbres, obediencia, su propio carro, sus instrumentos de magia, al fin, sus armas, para desembarazarse de ellos, para estar completamente solo. Así que está solo, puede hablar a todos los seres y a todas las cosas. Quiere aislarse y persigue sus propias transformaciones.

Una vez liberado de todos aquellos que le pertenecen, se pone en camino. Pero no tiene camino. Vaga de un lado para otro, sin meta, y tiene antojos. Se entretiene con partes de su cuerpo que tienen una vida propia, con su trasero, con su miembro. Se hace cortes en su propia carne. Come de sus entrañas, no sabe de dónde provienen, le gustan. Su mano derecha riñe con la izquierda.

Lo imita todo mal; en ninguna parte se orienta; no hace más que hacer preguntas equivocadas, de las que no obtiene respuesta o sólo respuestas que le confunden.

Adopta a dos niños diminutos: no para alimentarles a ellos sino para alimentarse así mismo, y los cuida tan mal que necesariamente se mueren. Toma forma de mujer, con pechos femeninos falsos; se casa con el hijo de un cabecilla y se queda embarazado varias veces. No hay cambio que él no haga ante la gente.

Engulle a animales y personas cuando tiene hambre, pero ellos le engullen también a él; es nada menos que héroe y vencedor.

En su aislamiento puede ocurrirle todo lo que puede ocurrir en la vida. Pero este mismo aislamiento hace no dé con el fin que se propone, que dé la impresión de algo absurdo y que resulte ser un personaje tan interesante.

Es el predecesor del pícaro -no hay época ni sociedad que no pueda producir su pícaro – y siempre interesará a la gente. Les divierte explicándoselo todo por inversión.

Pero sus aventuras no pueden tener nunca una trabazón. Cualquier deducción interna, cualquier conexión les daría sentido y les quitaría su valor, es decir, su libertad.

A veces le decimos a cualquiera nuestras mejores cosas, las más importantes. No tenemos por qué avergonzarnos de esto, pues no siempre estamos hablando al oído. Las palabras quieren que se las diga para que existan.

Creo que los efectos de esta nueva «luna» van a ser positivos. El nuevo satélite va a dar un impulso completamente nuevo a la rivalidad entre las potencias técnicamente activas: su competitividad abandona por primera vez la Tierra. La guerra entre ellos es cada día menos posible. Da igual quién sea el que lleva un paso de ventaja, de todas maneras el conflicto significa la aniquilación total de los dos bandos. En cambio, trasladando su ambición al espacio exterior, pueden ganar mucho prestigio ante los demás, como el que acaban de conseguir ahora los rusos. Esto origina una rivalidad que es a la vez grandiosa e infanticlass="underline" grandiosa por lo que supone de ampliación del espacio en el que tiene lugar tal rivalidad; infantil porque todo apunta claramente al vacío; el ser humano, en cambio, está inmensamente lleno y de él no se sabe todavía nada.

Porque lo que se necesita para la conquista de la Luna y de los planetas es un fragmento insignificante de la memoria humana. Todo lo restante está en barbecho. Sin embargo, la sencillez de estas metas las hace comprensibles a todos. Un único sistema de dos masas podría abarcar la totalidad de la Tierra y de sus habitantes. Todo resulta tan claro como en un campo de fútbol, pero claro para todos. La inquietud de los que han perdido la primera ronda podría llevarles, en compensación, a ser los primeros en llegar a la Luna. El orgullo de los que han empezado ganando les va a dar la seguridad suficiente para no extraviarse en una guerra. Cabría pensar que las amenazas más detonantes de los últimos años no dieran lugar más que a un enorme castillo de fuegos artificiales, un espectáculo que podría verse a muchos kilómetros a la redonda de la Tierra, una diversión para los hombres y todavía ninguna maldición para las estrellas.

Cada nueva persona cuya existencia aceptamos origina un cambio en nosotros. Tal vez es el carácter inevitable de este cambio lo que presentimos y tememos, porque ocurre antes de que hayamos agotado lo que había antes de este cambio.

Ayer leí un viejo relato sobre la vocación de mago de un hombre de la tribu de los amazulu. Tenía más fuerza, más poder de convicción, más originalidad y más verdad que los más nobles testimonios personales de nuestros ascetas y místicos. Para estos negros, de lo que se trata es de que los magos vuelvan a encontrar objetos perdidos o robados; se les prueba sobre su capacidad y según ella se les toma más o menos en serio. Lo auténtico sería, pues, el sentimiento de la vocación y no parece que lo importante sea el contenido de ésta.

Le tortura que no empiece a brillar al mismo tiempo todo lo que ha sabido alguna vez.

1958

Estos filósofos de Oxford van quitando más y más capas hasta que ya no les queda nada. He aprendido mucho de ellos: ahora sé que es mejor no empezar nunca a roer.

Uno podría, naturalmente, en vez de reflexionar sobre mitos, reflexionar sobre palabras, y mientras evitara definirlas, sería posible extraer de ellas toda la sabiduría que los hombres han reunido. Pero los mitos son más divertidos porque están llenos de metamorfosis.

Su corazón es la lámpara en la noche.

Ella se ha instalado ahora en la vieja habitación de él, y ama esta habitación como si él hubiera muerto. Le pone de muy mal humor que él vaya.

«La riqueza de un hombre se medía por el número de sus libros y el de los caballos que tenía en la cuadra» (Timbuktu, hacia 1500).

Muchas veces me parece como sí todo lo que aprendo y leo fuera inventado. Lo que descubro, en cambio, es como si en realidad hubiera existido siempre.

No hay nada más enmarañado que los caminos del espíritu. El modo como un hombre aprende, si evita aplicar inmediatamente o que aprende, tiene más de aventura y de misterio que cualquier expedición científica. Porque en lo espiritual no puede uno proponerse ni calcular caminos. Sin duda que allí hay algo así como mapas aproximados, pero es infinitamente más sugestivo salir en todas direcciones, y qué sorpresa volver a encontrarse donde uno ya estaba siendo otro en aquel mismo lugar.