Es siempre en los hombres falsos en quienes uno pone su esperanza, y si uno lo supiera, no podría seguir viviendo ni un momento más. Por fortuna van llegando continuamente otros distintos; en relación con ellos uno fue tan inocente que ni siquiera puso sus esperanzas. Así continúa la vida por caminos inesperados y sorprendentes.
No hay ningún testimonio más profundo de respeto por la humanidad que la sed de sus mitos, y cuando uno ha leído más de lo que el corazón puede soportar tiene derecho a esperar en la secreta fuerza de este alimento.
La invención del infierno es la más monstruosa de todas las invenciones, y de qué modo después de ella quepa esperar todavía algo bueno de los hombres es difícil de comprender. ¿No van a tener que estar inventando siempre infiernos?
Todo es mejor que «yo», pero ¿dónde ponerlo?
Su pesar; que todavía no se haya abierto a la más pequeña expresión de vida. Su pesar: los decenios de arrogancia.
La megalomanía del intérprete: se siente más rico que la obra; su interpretación es la medida de esta riqueza.
Se considera mejor que él mismo; le gusta tener una opinión muy buena y muy mala de sí mismo.
¿Qué significa que hay que ser mejor? ¿Más abierto? ¿Más complaciente? ¿Es mejor esto realmente? ¿Más claro? Sí, ¿Más de acuerdo consigo mismo? No demasiado. ¿Más tranquilo? No sé.
A veces he deseado poder vaciar mi cabeza de todo lo que se ha instalado en ella y empezar a pensar de nuevo, como si jamás hubiera habido allí nada. Ahora ya no tengo este deseo. Acepto a los pobladores de mi cabeza e intento llevarme bien con ellos.
Es posible que me haya convertido en habitante de una pequeña ciudad.
En un diario italiano leo la noticia de una monja que acaba de morir a la edad de cien años.
Había muerto ya una vez, cuando era una muchacha de diecisiete años; habían cerrado el ataúd con clavos, cuando su hermana se empeñó que lo abrieran de nuevo. Entonces volvió en sí y se incorporó. A raíz de este milagro tomó la decisión de hacerse monja y consagrar su vida a Dios. De este modo, después de su primera muerte vivió aún ochenta y tres años.
El hombre tiene la grandeza que tenga su miedo; puede conocerlo y aguantarlo y vivir con él sin olvidarlo jamás.
1959
En una isla del Pacífico, hace poco, en honor a una explosión atómica, han comido por última vez seres humanos.
Todo el mundo debiera verse a sí mismo comiendo.
A partir de cierta edad, la palabra de todo hombre se convierte en algo duro y que cuenta. Perdónate esta dureza.
Las preciosas frases de los locos.
Lo enflaquecido de un trabajo qué se ha prolongado a lo largo de los años. Sólo puede estar bien si se le quita la vida; entonces se pone flaco y enjuto. Cuanto más obligatorio se hace tanto más da de sí.
Cuando oigo la expresión «obra de una vida» pienso en una ascesis inhumana.
¿Otro libro?, ¿otro gran libro? ¿Mil páginas hinchadas? ¿En qué línea te pones?, ¿no es mejor todo lo que ya existe?
No te importe, todo tiene que ser pensado otra vez.
El verdadero sentimiento de fuerza cuando ningún triunfo nos hace señas.
Todos los honores desperdiciados.
El hospital de campaña en que vive, en medio de libros cubiertos de tierra y heridos de gravedad.
La laboriosidad me gusta y no me gusta, según las horas del día o de la noche. Por la noche, hasta el alba, soy un trabajador apasionado; durante el día, la misma pasión la tengo por la pereza.
Muchas cualidades las ha adquirido uno por obstinación. Luego si le aburren ya no se las quita de encima.
Todo hombre se traiciona del todo en sus clasificaciones.
De vez en cuando es importante sentirse a sí mismo como blanco de los demás; es decir, verse a sí mismo tal como le ven los que no le conocen de nada.
¡Estoy harto de que cada hombre culpe a todos los demás sólo de sus propias cualidades negativas! A veces me parece como si terminar algo se convirtiera en una especie de fin en sí mismo. Pienso en las metas que tenía cuando empecé; en el modo confiado con el que quería llevar a cabo algo real. Mientras estuve trabajando en ello, el peso de la destrucción en el mundo se multiplicó por mil. Es una destrucción contenida, pero ¿tiene esto algo que ver?
¿Y por qué esta obsesión que me impulsa a arremeter contra toda destrucción, como si me hubieran nombrado protector del mundo? ¿Qué soy yo en realidad? Un ser indefenso a quien se le van muriendo uno tras otro los seres que tiene cerca, que no puede retener en la vida aquello que más le pertenece, un naufragio total, un lastimoso grito.
¿A quién aprovecho? ¿A quién le sirvo de algo con esta inconmovible obstinación?
Nada ha quedado excepto esta obstinación. Las personas nuevas me resbalan; a uno le faltan palabras y conversaciones nuevas; lo anterior sigue todavía vivo. ¿Cuándo va a ser presa de la destrucción? No quedará nada y sin embargo yo seguiré en pie – un niño que se pone en pie por primera vez – y gritaré con todas mis fuerzas: ¡No!
Uno dice: no puedo lamentar nada. ¿Un dios? ¿Una piedra?
Sueña que desengancha su corazón de todos aquellos que se habían enconado con éclass="underline" de repente lo tiene intacto en la mano.
Cada palabra que apunta le da fuerza. Da igual qué palabra sea; puede que no sea absolutamente nada; el simple hecho de apuntarla le da fuerza.
¿Por qué es tan bueno hablar con uno mismo? ¿Porque no quiere uno nada de sí mismo? ¿Porque puede ir muy lejos en el odio sin guardar resentimiento? ¿Porque es temerario sin poner en peligro a nadie? ¿Porque uno se entera de algo sobre los demás que tenía oculto en el fondo de sí mismo? ¿Porque puede atacar sin miramientos su arrogancia sin hacer de ello un espectáculo barato? ¿Porque es serio y honesto en la verdad sin vanagloriarse de ella? ¿Porque no pide ni apremia y está en pie de igualdad consigo mismo?
Cada vez más rostros que recuerdan otros rostros: la vida, llena a rebosar, intenta desenmarañarse.
Los elementos que componen el mundo que uno ama y el Todo, mal ensamblado, que uno detesta.
No hay nada más triste que ser el primero, a no ser que uno lo sea de verdad y que nunca haya habido nadie en aquel lugar.
Todo está en el falso modelo; los extravíos de los hombres se deben a que, en algún momento, toman de un modelo casual sus modelos y luego ya no se libran de ellos.
Uno piensa, y piensa, hasta que al final todo se piensa solo, y entonces ya no significa nada.
No llegar siempre hasta el final. Hay tantas cosas en medio.
Los funcionarios provocarán tormentas, como Júpiter.
Me encuentro en casa cuando, con el lápiz en la mano, escribo palabras alemanas y a mi alrededor todo el mundo habla inglés.
Ayer salió para Hamburgo el manuscrito de «Masa y Poder». En 1925, hace treinta y cuatro años, tuve la primera idea de un libro sobre la masa. Pero su verdadero germen era todavía anterior: una manifestación de trabajadores en Frankfurt con motivo de la muerte de Rathenau; yo tenía diecisiete años.