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De qué modo cada fe contiene ciegamente a la anterior, no guarda relación alguna con ella y, de esta forma, la protege mejor, como si la tuviera claramente ante los ojos.

Un corazón que, roto a dentelladas, ha rodado a través de todos los siglos.

Un infierno hecho de los demonios del halago.

Las reacciones secundarias: uno está hablando siempre a quien no debe, porque la persona a la que se dirige – el anterior a aquel con quien está hablando – ya no está… No puede hablar en el momento adecuado porque no se da cuenta de lo que ha pensado hasta que ya es demasiado tarde. El personaje del secundario y a lo que da lugar su conducta.

A veces, cuando ya no puede ver nada más, le salva una hora en la niebla.

Todo lo que ha vivido fue en vano: el karma del derrochador.

Busca lo mejor porque lo busca para sí. A otros puede que con lo menos bueno les baste. Se siente como si lo hubieran puesto de vigilante y justifica su superioridad rechazando y siendo estricto. El esfuerzo que los demás dedican a sus obras lo dedica él al examen. Lo que no ha examinado por sí mismo carece de valor. Sólo puede llegar a tener valor aquello que ha pasado bajo su mirada. La mayoría de las cosas las pasa por alto; tienen que esfumarse porque él no las ha advertido.

Con un traje de inspector se da mucha importancia y va dando silbidos de advertencia ¡Hay que verle aspirando aire muy seleccionado y volviéndolo a sacar en forma de agudos pitidos!

Mirar a todos y a cada uno de los hombres como si los hubiéramos visto miles de veces y como si los viéramos por primera vez.

La víctima que, al morir, se transforma en el que la está sacrificando y, con la voz de éste, grita pidiendo socorro. (Ramayana).

El oído, no el cerebro, como sede del espíritu. (Mesopotamia).

Espíritus iluminadores y espíritus ordenadores. Heráclito y Aristóteles como casos extremos.

El espíritu iluminador tiene las características del rayo; se mueve a gran velocidad recorriendo grandes distancias. Prescinde de todo y va directo a una única realidad, que él mismo antes de iluminarla no conoce. Su primer efecto es caer violentamente sobre algo. Sin un mínimo de destrucción, sin miedo, no adquiere forma alguna a los ojos de los hombres. La sola iluminación es algo demasiado inconcreto, demasiado amorfo. El destino del nuevo conocimiento depende del lugar donde haya caído el rayo. Para éste, el hombre, en gran parte, todavía no es más que tierra intacta.

Lo iluminado se les deja como herencia a los ordenadores. Las operaciones de éstos son tan lentas como rápidas eran las de aquéllos; los ordenadores son los cartógrafos que van marcando los sitios donde han caído los rayos; de éstos no se fían; con todo lo que hacen aspiran a que no caigan más rayos.

Una ciudad en la que los distintos estamentos van por distintas calles. Los de arriba y los de abajo no se encuentran nunca. Las comunicaciones imprescindibles tienen lugar por medio de cables. Los trabajos penosos se hacen sin que nadie lo vea. Los unos miran hacia el suelo, a los lados los otros. Los de arriba se visten de Oídos, de Manos los de abajo. Un Mano que se pierde se encuentra, horrorizado, en medio de Oídos; mientras éstos están distraídos oyendo otras cosas, él ejecuta el castigo por haberse perdido y se estrangula. Los Oídos se abren para oír su último suspiro y alaban la conciencia de clase de este Mano. Los Oídos renegados mueren de hambre en medio de los Manos y yacen podridos en las calles de los de abajo.

Incluso sus perros están separados y no se atreven a mezclarse.

Autodisolución de la Historia en sus actos de venganza.

1962

Las anécdotas de los chinos con sus nombres monosílabos: todo reducido a fórmulas que para nosotros resultan inimitables. Incluso lo más ambiguo está bien; cada palabra, en su forma exacta, es como una nota; en ella resuenan muchas cosas y cuando junto con ella suenan otras notas, éstas tienen un carácter único y definido. Desde ahí hay algo que irradia sobre el resto del mundo: el mundo está más seguro pero no está cerrado. Lleno de puntos fijos, se da vida a sí mismo. Como si fuera un instrumento, toca órdenes pero no deja de ser libre. Todos y cada uno de estos caracteres son independientes los unos de los otros.

Proeza: lanzar algo al mundo sin que le arrastre a uno tras de sí.

Uno a quien todo lo aprendido se le transforma en objetos que, de todas partes, se precipitan sobre él y lo matan.

¿Quieres ser realmente de aquellos a quienes las cosas le van cada vez mejor?

Para tornarse en serio a sí mismo se pone agrio.

Pone frases como huevos, pero se olvida de incubarlas.

¿Qué has estado esperando durante cuarenta años ¿Falta de tiempo o experiencia?

«…Y de nuevo aplaza el final con aquella enigmática fe en una vida infinita» (Schonberg).

Dondequiera que alargo la mano encuentro pelos y, tirando de ellos, saco hombres. Algunos están enteros, de otros hay solo la mitad; a éstos puedo reconocerlos. Otros están destrozados y los vuelvo a tirar rápidamente. Si tuviera valor para mirarlos más tiempo, se juntarían con otros y se alzarían en torno a mí como una nueva población. Pero he perdido seguridad; lo extraño se mete de por medio, llama a la puerta y pide que le dejen entrar; se han hecho promesas y todavía hay sitio. No puedo privarle la entrada a nadie porque me siento culpable.

Con los restos humanos que uno ha guardado encerrados dentro de sí ya no hay manera de conseguir orden; tan sólo recordar o falsear.

Allí, como despedida, cada uno se pone de un salto sobre la mesa y se calla.

Su responsabilidad: que no sabe contestar a nada.

«L'homme est périssable. Il se peut; mais périssons en résistant et, si le néant nous est résérvé, ne faisonsque ce soit une justice». (Senancour, Obermann).

Toca demasiados instrumentos a la vez. Pero pensar no es componer. Al pensar hay algo que, sin miramiento alguno, es llevado al extremo.

El proceso del conocimiento consiste en primer lugar en tirarlo todo por la borda con el fin de llegar más rápida y fácilmente a la meta presentida. A. no puede tirar nada por la borda. Siempre se está arrastrando todo él consigo. No llega a ninguna parte.

Todo lo que sabe lo tiene siempre presente. Llama a todas las puertas y no entra en ningún sitio. Como ha llamado, cree que ha estado allí.

Su inteligencia bien empapelada.

Sus pensamientos en formas de nubes; ceden por todas partes; de repente uno ya no ve nada; entonces sabe que está en uno de sus pensamientos.

La dignidad de la cerilla.

Su última prenda de vestir la conservó: el labio arrugado despectivamente.

Narices descontentas puestas en fila.

Sólo la desnudez sin aplauso es desnudez.

Se abre una montaña; salen ochenta gigantescas lombrices de tierra, con alas, con silla de montar; en cada una de ellas cabalga un famoso poeta.

¿Cómo se queda uno sin su obra? Los demás andan manoseándola; ya no es la obra de uno; cambia bajo los ojos de los otros y entre sus dedos. La obra que uno ha dejado marchar es como una fiera que se ha escapado. Su antiguo guardián, pobre y exangüe, se limita a hacer sólo pequeños movimientos sin sentido. El, que ha respirado para la Tierra, respira ahora a hurtadillas para sí. El, que se sentía llevado por la Humanidad entera, anda ahora casi descalzo. Tenía botas para atravesar continentes, ahora se arrastra de aduana en aduana. Era generoso como un dios, ahora tiembla por unas cifras. Se lo llevaba todo a las alturas, ahora es un globo arrugado. Tenía el mundo entero tiernamente en su seno, ahora éste lo escupe como si fuera el hueso de una cereza.